Nos roban la alegría: del show político al impuesto del aguinaldo

» Por Dr. Kirk Salazar Cruz - Investigador y especialista en innovación.

Y para variar, leer esto me pone los pelos de punta. Una política convertida en espectáculo, al mejor estilo de las novelas turcas, donde cada día aparece un nuevo capítulo de drama, desconexión y falta de empatía con la realidad de la gente. Ya no basta con la inseguridad que nos arropa, con los homicidios que rompen récords y la incertidumbre económica que no da tregua. Ahora, además, se atreven a insinuar que podrían gravar el aguinaldo, ese pequeño respiro que millones de costarricenses esperan con ilusión y sacrificio.

El ministro interino de Hacienda, Luis Antonio Molina, cuestionó públicamente la exoneración del impuesto sobre la renta del aguinaldo y del salario escolar. Lo hizo con total naturalidad ante los diputados de la Comisión de Asuntos Hacendarios, mientras defendía el presupuesto para el 2026. Dijo que hay ingresos “que ya están ahí”, pero que falta valor político para tocarlos. En otras palabras, que no es que no se pueda cobrar impuesto al aguinaldo, sino que nadie se atreve a proponerlo.

¿En serio? En un país donde los salarios apenas alcanzan para cubrir la canasta básica, donde la clase media se desmorona y los pequeños negocios luchan por sobrevivir, pensar en gravar el aguinaldo es un golpe bajo. Ese dinero no es un lujo, es un alivio. Es el resultado de un año de trabajo, del esfuerzo de miles de familias que lo destinan a pagar deudas, comprar regalos modestos o simplemente disfrutar unos días sin el peso de la angustia económica.

Y mientras tanto, en el otro frente del circo político, una candidata presidencial asegura que fue espiada en su propia oficina. Laura Fernández, del Partido Pueblo Soberano, dice que encontró un micrófono en un tomacorriente, que contrató una empresa internacional y que todo apunta a una operación de espionaje. Pero cuando se le pregunta el nombre de la empresa, calla. Cuando se le pide decir quién entra o sale de su oficina, evita responder. Y cuando se le cuestiona sobre la denuncia formal, promete hacerlo “en las próximas horas”.

Así, entre micrófonos escondidos y promesas de impuestos, el país se hunde en una tragicomedia política. Mientras la gente teme por su seguridad y por su bolsillo, la clase dirigente parece vivir en una dimensión paralela, dedicada al show, a las cámaras y a los titulares. Es la política convertida en un teatro de absurdos: unos hablando de conspiraciones, otros buscando de dónde exprimir al ciudadano, y todos, absolutamente todos, alejados de la realidad de un pueblo cansado.

Costa Rica no necesita más telenovelas políticas, necesita sensatez. Necesita dirigentes que entiendan que la gente ya no come cuento, que la paciencia se agotó y que la confianza está por el suelo. No se puede jugar con el aguinaldo de la gente ni con la inteligencia del votante. Ambos son sagrados.

Porque al final, lo que estamos viendo no es política, es un espectáculo de mala calidad. Y como diría cualquiera que aún conserva un poco de sentido común, esto parece Caso Cerrado, más falso que billete de cien mil.

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