Columna Cantarrana

Más Pepito y menos memes

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A inicios del siglo XXI existía una ley natural que, en buena medida, describía la degradación cultural de nuestras playas: primero llegan los hippies, luego los argentinos y, por último, para terminar de estropearlo todo, las ratas. 

Pasó en Puerto Viejo. 

Pasó en Tamarindo. 

Pasó en Montezuma. 

Pasó en casi todas partes. 

Siempre he creído que mi generación equivale a una mezcla de hippie, argentino y rata que se inserta repentinamente en los acontecimientos del mundo. Es decir, cuando la gente de mi edad se involucra en algo, sin más, termina arruinándolo. 

Lo hicimos con el rock: agarramos la furia iconoclasta y la ablandamos, la convertimos en arrebato maníaco depresivo. 

Pero lo hicimos, además, con la literatura, con el sexo, con el cine y con el fútbol. Y basta un hecho adicional para demostrar que también lo hicimos con el país: Carlos Alvarado nació un año antes que yo. 

Sin embargo hay un aspecto que me resulta particularmente llamativo: es seguro afirmar que la gente de mi generación, esta suerte de tristenials cuarentones, está arruinando los memes. 

Que un individuo se pase el día entero viendo y compartiendo memes, ya de por sí, suscita ciertas suspicacias. Pero que un individuo de cuarenta y tantos, o peor, de cincuenta y tantos se pase el día viendo y compartiendo memes raya en la más absoluta subnormalidad. 

Sucede que la edad sí importa. 

Importa como importa tener un parqueo en la oficina. Porque la edad es justamente eso: el espacio donde dejamos la vida mientras hacemos las cosas cotidianas. Y hay, como ya se sabe, parqueos de parqueos: desde los que implican asoleada, cagada de zanate y baldazo en la tarde hasta los parqueos techados con cámaras de vigilancia. 

Hasta más o menos mediados de siglo XX el mundo se articuló a partir de la saludable dialéctica de las generaciones. Se trataba de roles sociales asignados según la edad: niños que juegan, jóvenes que aman, adultos que trabajan y viejos que se quejan de que las cosas ya no son como antes. Había, si se quiere, una sociedad estamental desde el punto de vista etario y aquello era virtuoso, sencillamente, porque aún no había surgido la ominosa figura del roco cool: el babyboomer de pelo largo e ideas progresistas que se hace amigo de sus hijos y sus alumnos. 

La gente de mi generación, como los rocos cool de hace unos años, asumió el imperativo del puer aeternus, del forever young. Creemos que somos capaces de sextear y ligar por Internet. Creemos que somos capaces de interpretar la extraordinaria cantidad de guiños intertextuales que lanzan las personas nacidas, digamos, en los 2000. Creemos que somos capaces de compartir buenos memes. Y peor aún: creemos que somos capaces de hacer buenos memes. 

Nos presumimos y nos asumimos como una generación Android y iOS que se levanta cada día con la obligación de actualizarse en temas de humor. Pero, en realidad, somos una generación disquete de arranque que creció con chistes de “Va un árabe, un alemán y Calderón en un avión”… O lo que es igual: somos una generación que se ve en la obligación de guglear cada vez que recibe un meme de esos que, para su comprensión, es preciso contar con un doctorado en Historia de Internet. 

Alguien manda un meme sobre Punisher en un chat grupal. Todo mundo se muere de la risa. Emojis van, emojis vienen. GIFs con la mae que escupe el café o con Shirley Temple o con Will Smith meados de la risa. Y mientras tanto, ante la íntima y vergonzosa convicción de ser imbéciles, mi generación entera busca y busca quién diablos es el tipo con la camisa de calavera que aparece en la imagen y por qué es gracioso que salga gritando “Russooooooooooooo”. 

¡Mejor que nos manden uno de Pepito! 

Los artículos de opinión aquí publicados no reflejan necesariamente la posición editorial de EL MUNDO. Cualquier persona interesada en publicar un artículo de opinión en este medio puede hacerlo, enviando el texto con nombre completo, foto en PDF de la cédula de identidad por ambos lados y número de teléfono al correo redaccion@elmundo.cr, o elmundocr@gmail.com.

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