La libertad de expresión es una piedra angular en la existencia de una sociedad democrática y es indispensable para la formación de la opinión pública. De hecho, la libertad de expresión tiene una importante relación con el ejercicio y garantía de otros derechos humanos. Pero ¿en qué punto la libertad de expresión deja de ejercerse de forma legítima y más bien provoca daños a la convivencia en democracia? Ante los hechos de los últimos días, donde el país ha hecho gala de xenofobia en contra de la población nicaragüense, ¿hay límites a la libertad de expresión?
La Convención Americana sobre Derechos Humanos determina que toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento y de expresión. Si bien es cierto, establece que el ejercicio de este derecho no puede estar sujeto a censura previa, sí admite ciertas limitaciones. Un ejemplo claro de esto es que los espectáculos públicos pueden ser sometidos por la ley a censura previa con el exclusivo objeto de regular el acceso a ellos para la protección de la infancia y la adolescencia.
Entonces, la libertad de expresión no es absoluta, por el contrario, se encuentra sujeta a limitaciones legítimas. Además, el ejercicio de este derecho implica responsabilidades ulteriores. Esto quiere decir que quien manifiesta una posición públicamente debe hacerse responsable por dicha manifestación. Esta responsabilidad ulterior debe actuar, principalmente, cuando las manifestaciones que se realizan son violatorias de la dignidad y derechos de otras personas. Por ejemplo, la Convención Americana establece que estará prohibida por la ley toda apología del odio nacional, racial o religioso que constituyan incitaciones a la violencia o cualquier otra acción ilegal similar contra cualquier persona o grupo de personas.
Lo que vivió el país el sábado pasado a raíz de manifestaciones y agresiones xenofóbicas no puede justificarse, en ninguna circunstancia, en el ejercicio legítimo de la libertad de expresión. La xenofobia no es equiparable a un simple punto de vista en el discurso público. Alimentar el nacionalismo, la intolerancia y la discriminación, históricamente, ha tenido resultados catastróficos en algunas sociedades.
Defender la convivencia en sociedades multiétnicas y pluriculturales exige no tolerar la intolerancia. El sábado se cruzó una línea peligrosa, como sociedad no podemos permitir que las ideas de xenofobia y discriminación sean consideradas normales, amparadas en la libertad de expresión y validadas por la libertad de prensa.
Es responsabilidad de todas y todos combatir las ideas extremistas que denigran la dignidad y violentan los derechos de las personas. Esta responsabilidad incluye también a los medios de comunicación, quienes no deben convertirse en plataformas de propaganda xenofóbica. Corresponde entonces a quienes ejerzan la profesión del periodismo entender que no pueden ser la voz del odio y la intolerancia. Por el contrario, la ética profesional exige abordajes periodísticos que no menoscaben la dignidad humana.
Costa Rica tiene enormes deudas en materia de derechos humanos. Una de esas deudas es regular y sancionar los delitos de odio, incluidos los discursos y manifestaciones de odio que se vivieron en el país el fin de semana. En una sociedad democrática, multiétnica y pluricultural no debe haber espacio para la xenofobia y los grupos que intentan sacar réditos políticos del odio y la discriminación.
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