Se ha vuelto muy normal escuchar de esos discursos políticos que defienden férreamente al trabajador, que se hablan del respeto absoluto a derechos adquiridos, que prometen proteger a los más vulnerables del país, pero cuando revisamos la realidad detrás de sus palabras, todo ese discurso se desvanece y lo que queda es frustración, ver oportunidades perdidas para quienes más necesitan empleo y estabilidad económica.
El pasado 26 de junio, la fracción del Frente Amplio (FA) se opuso nuevamente a discutir —ni siquiera aprobar, solo discutir— la jornada excepcional 4×3 bajo la “justificación” de que esto representa un “retroceso histórico” y una “esclavitud moderna”. No se podría esperar menos, la narrativa es siempre la misma: levantar una supuesta bandera de justicia social para justificar bloqueos políticos que al final terminan perjudicando justamente a quienes dicen proteger, a los trabajadores.
Cuando usan su curul para hablar de derechos laborales, ¿dónde está el trabajador de la clase media que quiere tres días seguidos para estudiar, emprender o estar con su familia? Cuando dicen que defienden a la mujer trabajadora, ¿dónde está esa protección cuando se bloquea una propuesta que exige transporte seguro, condiciones adecuadas de cuido infantil, y que además aumenta automáticamente su ingreso salarial? Y cuando se autodenominan “voz del pueblo”, ¿qué pasa con los jóvenes que ven cómo el empleo formal y bien remunerado se va a otros países vecinos porque aquí, estos diputados insisten en mantener modelos laborales rígidos y caducos?
La realidad, lejos de la retórica política, es que la jornada 4×3 no elimina derechos laborales, al contrario: los moderniza y protege dentro de un marco claro. Obliga a una votación secreta o al consentimiento firmado por cada trabajador, garantiza descanso suficiente, incrementa salarios mínimos con primas adicionales, y mantiene intacta la jornada tradicional para todos aquellos empleos que no aplican. Pero esto, que debería representar una oportunidad para muchos costarricenses que buscan estabilidad económica y tiempo para mejorar su calidad de vida, se paraliza en nombre de slogans vacíos que generan más miedo que soluciones.
La verdadera amenaza al bienestar del trabajador no es discutir una reforma que actualice el mercado laboral, sino insistir en una fórmula que empobrece cada día más a la clase media y trabajadora, porque cuando bloquean opciones flexibles como la jornada 4×3, no perjudican al empresario que fácilmente invertirá en otro lugar, perjudican al trabajador que necesita más dinero en el bolsillo, que lucha día a día contra los precios crecientes y la incertidumbre de un mercado laboral cada vez más estrecho.
Nos han querido vender la idea de que defender al trabajador implica atacar al que genera empleo, como si el progreso económico y la justicia social fueran incompatibles. Pero lo que realmente necesita el trabajador costarricense no es demagogia, sino resultados tangibles: empleos de calidad, salarios dignos y oportunidades reales. No necesita más políticos que griten consignas de hace un siglo; necesita legisladores que entiendan la economía real de la familia costarricense.
Entonces llega la pregunta esencial: ¿seguimos bloqueando oportunidades en nombre de una supuesta defensa laboral, o empezamos a apostar por reformas que generen verdadero desarrollo? Porque hoy está claro que lo que duele no es solo la incapacidad para modernizarse, sino el cinismo de quienes se autoproclaman defensores del trabajador mientras lo condenan a seguir atrapado en un esquema laboral que ya no alcanza para vivir dignamente.
La verdadera defensa del trabajador pasa por darle opciones reales, no excusas ideológicas, pasa por transformar los discursos en hechos, por exigir resultados, no por mantener un sistema obsoleto que ahoga a quienes dicen proteger. Porque lo que debería estar en el centro del debate no es el interés político, sino la dignidad, el empleo y el bienestar real del ciudadano costarricense.