Hace 10 años se realizó la primera marcha de la “diversidad” en Costa Rica y, desde eso nuestro país ha cambiado mucho, así como las consignas políticas de la comunidad LGBTIQ+. La exigencia de derechos cada vez es más ruidosa para los sectores conservadores de la sociedad costarricense, quienes se han atrincherado con banderas religiosas en contra de la diversidad sexual, en esa medida, es un error creer que estamos a salvo, prueba de ello es el poco acceso al trabajo que tienen las personas trans en nuestra región, por no hablar de sus esperanzas de vida. No obstante, aún hay quienes se preguntan, ¿de qué se enorgullecen? En ese sentido, este artículo puede cometer dos pecados fundamentales (quizás uno tercero por añadidura): 1) o es poco riguroso para los académicos, 2) o es muy complejo y extenso para los lectores menos asiduos del lenguaje sociológico y filosófico… o de plano, resulta muy gay.
Pensemos un poco, ¿qué significa ser homosexual en la Costa Rica del 2019? En primer lugar, es totalmente un reto, especialmente cuando ese individuo (homosexual) trata de ajustarse a esa sociedad hasta donde le sea posible, para vivir de forma tranquila y medianamente feliz. Los gustos sexuales tienen tanta preponderancia, que es común escuchar y ver cómo hombres y mujeres, tratar de demostrar su “virilidad” o su “femineidad”, ya que eso permite mayor aceptación social, además, asegura una reproducción de roles que parecieran estar dados por generación espontánea y que, por lo general, no se cuestionan. Dentro de esa cotidianidad machista y conservadora, es en la cual debemos de intentar sobrevivir las personas de inclinación homosexual, y digo sobrevivir, con toda intencionalidad, ya que, cada día es más común ver como se intenta aniquilar a aquellos que no encajan dentro del statu quo.
Ante esas amenazas del entorno, muchas personas homosexuales deciden mantener en silencio esta “condición”, y es justamente sobre ese silencio, sobre lo que quiero hablar, sobre cómo se presenta esa persona en su cotidianidad. Si pensamos sociológicamente (particularmente desde Irving Goffman [1993] en su texto La Presentación de la Persona en la Vida Cotidiana), cada vez que un individuo se presenta ante otros, estos generalmente tratan de obtener información acerca de ese individuo, esta información ayuda a definir el estado de la cuestión, por decirlo así, y de este modo se pueden adelantar conclusiones al respecto de esta interacción. Además, genera ayuda en términos del comportamiento con respecto de ese individuo. Cuando los actores no se conocen, es común que se traten de obtener indicios de su conducta, para de esta forma aplicarle estereotipos, que más tarde se confirman o se niegan.
Goffman (1993) involucra, al momento de pensar en la interacción entre individuos, “[…] dos tipos radicalmente distintos de actividad significante: la expresión que da [sic] y la expresión que emana [sic] de él” (p. 14). Es decir, lo que se da tiene que ver con los símbolos verbales utilizados simplemente para transmitir información, mientras que lo que emana tiene ver con conductas involuntarias que cada uno presente a la hora de la interacción. Es justamente esta segunda actividad, la que es atinente en esta indagación, porque cuando se tratan de ocultar conductas (como la homosexualidad), tarde o temprano el individuo emana información, desprendida involuntariamente de la actuación para que no se le descubra aquello que quiere mantener en silencio.
Generalmente los seres humanos nos comportamos con el único fin de causar una impresión en especial, que a fin de cuentas es una impresión falsa. Nos volvemos calculadores, nos interesa presentarnos del ángulo que nos favorezca, y es ahí cuando ingresamos en el ejercicio de actuación (performance), todo se convierte en una teatralidad, más aún cuando se tiene un secreto y no se quiere revelar. Cuando se intenta mantener la homosexualidad en secreto, es indudablemente porque no se quiere romper la armonía con los otros, porque se tiene la intención de mantener ese consenso que es moralmente aceptado. Sin embargo, esa fachada de consenso solo funciona para relaciones superfluas y de corto plazo, o sea, si se pretende tener una relación que sea más profunda, esa fachada solo funcionará para una primera impresión, que más tarde será destruida, producto de nuevos encuentros.
Sobre el concepto de performance, es posible plantear dos escenarios: el individuo cree en sus propios actos o no cree en ellos, además, la confianza o no en sí mismo, va a depender muchísimo que los otros le crean esa actuación. Por este tipo de conductas es que el autor trae a colación el origen de la palabra persona (máscara), inclusive dice: “Venimos al mundo como individuos, logramos un carácter y llegamos a ser personas” (Goffman, 1993, p. 31). No solo las personas homosexuales se enfrentan a actuaciones por temor al rechazo o a la desestabilización de su entorno social, sino que todos constantemente estamos presentando fachadas como medios para obtener otros fines; el ejemplo de la homosexualidad funciona para ejemplificar con un caso específico la actuación diaria de las personas.
Cada individuo tiene sus razones para presentar distintas actuaciones dependiendo de sus objetivos, sin embargo, el caso homosexual es particularmente interesante, porque por muchísimo tiempo (incluso por toda su vida) se trata de sentir en las sombras. Hoy en día, me resulta vital comprender que no se deben tomar roles devenidos de pensamientos arcaicos, que piensan a los individuos únicamente dentro del binomio de lo masculino y lo femenino. De esto se trata el pride, de romper con el binomio masculino/femenino, de cuestionar el género y los roles asociados, de cuestionar aquella metafísica de la vestimenta, donde hay prendas o colores para hombre o para mujer.
El orgullo (para desprendernos un poco del marketing asociado al capitalismo como modo de producción que se aprovecha de cualquier lucha con el único fin de convertirla en mercancía) se trata de reconocernos en el mundo como somos, de pensarnos en sororidad y, sobre todo, de cuestionar(nos). No podemos perder de vista que hemos sido socializados dentro de una cultura y una moral específica, en ese sentido, no estamos libres de reproducir roles machistas, misóginos, racistas, etc. El domingo marcharemos en el pride al lado de empresas multimillonarias y simultáneamente junto al Partido de los Trabajadores, pero más importante, debemos pensar junto a quienes no marcharemos: no marcharemos junto a quienes han muerto en el pasado por prejuicios asociados a una experiencia distinta de su sexualidad o su género; no marcharemos junto a obreras y obreros LGBTIQ+ que no viven en el Valle Central o que se encuentran trabajando para poder sobrevivir; no marcharemos junto a aquellas y aquellos que, por sus circunstancias particulares no pueden decirse parte de la población diversa.
Ciertamente, el pride es un evento pensado para una cierta clase de personas, no obstante, ahí es donde se debe pensar la política. No hay actos “obscenos” en la desnudez que no existe para el disfrute de hombres heterosexuales (que son quienes más claman por la “moral” y la niñez, pero aplauden con descarada excitación sexual a las famosas rumberitas), no hay obscenidad en la feminidad de los cuerpos cuyo mandato es el de ser masculinos, así como no hay obscenidad en las expresiones públicas de amor entre dos personas del mismo sexo. Marchar por el orgullo se trata de marchar por una consigna política, sea cual sea, en esa medida, no existe una forma “correcta” de marchar, sin embargo, no perdamos lo más importante de vista: ¡se trata de una protesta política!, se trata de visibilizar a una comunidad históricamente excluida en nuestras sociedades, ¡eso nos enorgullece, que, a pesar de los prejuicios, San José se vestirá de colores este domingo!
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