Juan Carlos Hidalgo: El pueblo hoy le ha hablado. No es usted digno de ser presidente de Costa Rica

Hoy, en el silencio solemne de las urnas, en la austeridad inclemente de los números, se ha pronunciado la voz inapelable del pueblo. Y su mensaje ha sido claro, rotundo, definitivo: Juan Carlos Hidalgo no debe ser el presidente de Costa Rica.

No es una cuestión de matices, de simpatías pasajeras, ni de errores tácticos que puedan ser corregidos con discursos prefabricados. Es algo más profundo. Algo que el pueblo, en su sabiduría, ha comprendido y ha condenado: usted, señor Hidalgo, no representa a Costa Rica.

En una contienda que debería haber sido un clamor de esperanza, usted no logró convocar ni siquiera a ocho mil almas. Ocho mil votos. Esa cifra no es sólo una derrota numérica; es el veredicto moral de un pueblo que no lo siente suyo, que no lo reconoce como su igual, que no ve en usted un líder, sino un reflejo de una élite encapsulada en sus propias torres de cristal, lejos, muy lejos, del rostro sudoroso, trabajador y honesto de Costa Rica.

Su fracaso es más que político: es espiritual. Porque quien no puede convocar en tiempos de esperanza, mucho menos podrá gobernar en tiempos de prueba.

Su discurso ha sido, desde el inicio, un eco lejano de doctrinas que no entienden la ternura del socialcristianismo, la compasión de quien ve en cada ser humano un fin en sí mismo y no un instrumento de mercado. Usted ha preferido el elitismo de los foros cerrados, el aplauso complaciente de los clubes exclusivos, en lugar de caminar los pueblos, tocar las manos agrietadas de los agricultores, escuchar el murmullo sencillo de nuestras mujeres, de nuestros jóvenes, de nuestros ancianos.

Hoy, el pueblo de Costa Rica no lo ha castigado. Le ha enseñado. Le ha mostrado que la política no es un juego de cifras, ni un concurso de egos, ni un experimento social. La política, señor Hidalgo, es el sagrado deber de servir. Y el servicio exige humildad, sacrificio, amor. Usted, hoy, ha demostrado no comprenderlo.

No nos hable de reformas cosméticas, ni de cambios en la estrategia. No nos hable de renovaciones ni de refundaciones. No basta pintar la fachada cuando los cimientos mismos están podridos de arrogancia.

El pueblo ha hablado, y sus palabras resuenan como un eco eterno:
Usted no debe ser el presidente de Costa Rica.

No por falta de preparación académica, sino por falta de corazón.
No por falta de ideas, sino por falta de alma.
No por falta de ambición, sino por falta de humildad.
Y sobre todo, porque en esta tierra noble, el liderazgo se gana primero en el corazón del pueblo, y sólo después en las urnas.

Hoy Costa Rica ha recordado al mundo una verdad que no necesita ser gritada porque pesa más que el plomo:

El poder no se toma, se recibe como una confianza sagrada, y no estar ni en Costa Rica sino en Colombia o España el día de la convención muestra su interés por nuestra patria.

Y usted, señor Hidalgo, no es digno de recibirla.

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