La reciente noticia, sobre la agresión que a plena luz del día sufrió la señora Jennifer Sánchez, una mujer de 27 años en estado de embarazo, no puede caer en saco roto. Son varios los motivos para no quedarse callado: la agresión en sí misma, la actitud del juzgado, que a pesar de que el individuo reconoció su falta, le impuso una multa ridícula y para colmo, cuando la señora Sánchez llegó a la audiencia en el Juzgado Contravencional, la jueza a cargo le indicó que el acusado acudió el día anterior, aceptó los cargos y hasta ahí llego el asunto. O sea, ¡ni derecho al berreo!, todo esto después de un año de trámites en la Medicatura Forense y de aportar pruebas.
Es posible que un juez apegado estrictamente al derecho y a la formalidad, pueda justificar esta actitud. Pero para el resto de los mortales como yo, es inconcebible tanta indiferencia y tanta tolerancia, porque este asunto no es único ni aislado.
Diariamente vemos en las noticias casos similares de agresión sexual contra menores y adolescentes de ambos sexos y especialmente contra mujeres.
Pero es tanto el volumen de denuncias que los casos, por trágicos que sean, comienzan a ser parte del paisaje cotidiano y pasan desapercibidos para todos, con excepción claro está de las víctimas y sus familias, marcadas para siempre por las heridas que quedarán marcadas física y moralmente de por vida. Y posiblemente marcadas también por el resentimiento hacia una sociedad que cada vez se torna más indiferente y más marcada por el individualismo, que ignora que el bienestar personal está total y completamente relacionado con la satisfacción, al menos básica, de toda la colectividad.
La semana pasada, el Centro de Investigación en Estudios de la Mujer de la Universidad de Costa Rica dio a conocer los datos de la Encuesta Nacional de Violencia contra las Mujeres, en la cual se identificó que el 51 % de las mujeres afirma haber sido víctima de violencia. Es más, en cuanto a violencia sexual, término más amplio que incluye tocamientos en buses o en las calles y acoso callejero, los resultados revelan que el 78 % de las mujeres dicen haberlo experimentado.
En cuanto a la denuncia, los datos no han cambiado mucho desde el 2004 y eso es muy llamativo. Según la encuesta, las razones por las cuales no se denuncia, en el caso de las mujeres que fueron víctimas de violencia doméstica o intrafamiliar, un 40 % consideraron que era un asunto familiar privado y que ella misma lo manejaría. ¡Error garrafal!
Una agresión domestica reiterada y no denunciada acaba casi siempre en un mal mayor, pero además un 6 % consideraba que si lo denunciaba las autoridades no harían nada, el 11 % tuvo miedo al agresor y represalias, un 5 % por vergüenza, un 4 % no quería que otros se enteraran y otros porcentajes menores que pensaron que no les creerían. Yo con todo respeto para los investigadores agregaría una categoría adicional. Las mujeres que ni cuenta se dan de la agresión, o bien la minimizan culpabilizándose a sí mismas como las causantes de la agresión. Es más, creo que esta es la más común de las agresiones especialmente cuando se trata de violencia verbal y psicológica, en mujeres de clase media y alta.
En todo caso, creo que estos porcentajes deberían analizarse no solo cuantitativamente sino cualitativamente. Espero que el Centro que realizó la encuesta lo haga. Es posible que se encuentren con datos más aclaratorios del problema.
En la Asamblea Legislativa están pendientes algunas reformas legales en este campo, y es claro que necesitamos aprobarlas con prontitud. En lo personal no soy partidaria de leyes que fomenten la guerra entre sexos, y lo que creo necesario es cerrar portillos que eviten la impunidad.
Pero en estos casos la responsabilidad es compartida. No es un asunto solamente de la Asamblea Legislativa, los Tribunales de Justicia, el Gobierno o de las autoridades por separado. Debe ser meta, compromiso y voluntad tan suya como mía. Es compromiso indelegable de todos y cada uno de nosotros en los hogares, los centros de estudio y de trabajo y cualquier otro ámbito del diario acontecer.
—
Los artículos de opinión aquí publicados no reflejan necesariamente la posición editorial de EL MUNDO. Cualquier persona interesada en publicar un artículo de opinión en este medio puede hacerlo, enviando el texto con nombre completo y número de identificación al correo redaccion@elmundo.cr