Por Heinier Gibson Díaz Cabezas*
El derecho no siente, solo se propone cosas. Puede haber un humano que se halle representándolo pero ese cuerpo normativo le limita y dice hasta donde puede razonar. ¿Qué el sistema no es perfecto? Claro, pero es lo único que hay y parece que nos funciona bien, por lo menos en occidente.
Hace algunos años, siendo jefe en la policía municipal de Heredia me correspondió supervisar un evento de violencia doméstica. Bueno, por lo menos así lo interpretó en primer momento el encargado u oficial de guardia que recibió la llamada de auxilio a la línea telefónica directa.
Minutos después la patrulla regresó con un paquete completo: denunciante y un aprehendido. La verdad la seriedad de los oficiales actuantes era mayor a la de siempre, pero realizaban la diligencia con mucho profesionalismo y lo que se esperaba al final de redacción del informe policial debería ser la dirección funcional del juez contra la violencia domestica que para Heredia estaba de turno aquella noche.
Todo sería rutina, a no ser porque quien denunciaba era un homosexual que vestía de mujer. Por lo demás su compañero de vida era un hombre con conductas agresoras como cualquier otro: golpes, daños a la propiedad, amenazas y robo de patrimonio de su compañera o compañero.
La respuesta de la autoridad judicial fue que la ley contra la violencia domestica no se podía aplicar a parejas del mismo sexo. Recuerdo el rostro de mis oficiales de aquella guardia nocturna: había una decepción total y una impotencia; para luego volverse a mí y con preocupación increparme ¿Y esta noche queda este “carajo” libre y corre sangre?
En ese momento que me consultaban aquello recordé el decálogo Couture “el día que se encuentre en conflicto el derecho con la justicia, lucha por la justicia”.
Lo cierto fue que aquel incidente policial tuvo que terminar de forma abrupta, sin medidas de protección y sin reconocimiento de un ser humano que amando fue violentado de mil maneras; en otros casos el derecho daba cierta justicia otorgando protección, pero en este caso dado el juicio social que recaía sobre de aquel joven homosexual no se podía, por el hecho de ser quien era: un hombre que ama otro hombre y que para “ferias” se viste de mujer. Demasiado sacrílego, para ser tolerado sin duda.
Ocho años han pasado desde aquel evento y hoy observo con algo de desilusión, como bajo argumentos subjetivos y con una dogmática irracional hasta el tuétano, se sigue mancillando el reconocimiento de ser seres humanos a personas que se deciden a amar a personas de su mismo sexo.
Cualquiera puede decir que mi comentario es extremista o temerario, pero una persona que no tiene reconocimiento pleno frente al ordenamiento jurídico no puede decírsele hombre o mujer, porque como dice uno de nuestros himnos nacionales “hombre es solo el que tiene derechos” y por supuesto que aquí no hablamos de la desidia de aquel que no lucha, sino de quien se le quita, se le borra del colectivo en el cual efectivamente vive.
Yo por lo menos estoy preocupado: ¿Cuántas personas están muriendo por problemas pasionales sin derecho a protección judicial y policial? ¿Cuántas sufren detrimento a su patrimonio por su pareja a razón de actos antijurídicos? ¿Cuántos pierden derecho a la riqueza que acumularon en sus vidas, junto a otra persona que fue pareja del mismo sexo a razón de la muerte de este y a la apropiación de tales bienes por parte de familia? Y la lista sigue…
Y me pregunto ¿Dónde quedan nuestras conciencias cuando nos decidimos por la fría norma y no por el derecho? Cuando desde siempre se ha sabido que se dan tales entredichos.
Parece asomar una respuesta: o no importa o no valoramos con profundidad la rica historia jurídica así como el espíritu de las leyes y ahora, mientras que yo escribo o usted lee, alguien podrá estar muriendo.
Esa muerte ¿De quién será culpa?
(*): Religioso y lider sindical de ANEP
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