Hojas secas

Sí, todo pasa… ¿más no queda nada?

Existe una extraña conexión de mi persona con las hojas, en particular las secas.

Me evocan lo simple, lo vivido plenamente día a día, lo transparente, lo luminoso, lo esencial de la vida, lo que no se aferra a nada en este misterio que llamamos vida y por ello se mueve entre alegrías y serenidad …

Llevadas por el viento, arrancadas de las manos y brazos de los árboles, sus fuentes de vida, ahora ya son solo desechos, quizás basura para muchos. Ramas u hojas, ¿quién soltó a quién?

Son ellas, aquí caídas, las que entre cortos vuelos y golpes en suelo, terminan sus días.

Son simples restos de un pasado quizás glorioso, quizás vacío, pero ahora, sin importar sus miles de horas idas, ya destrozadas no tienen más destino que el de desaparecer.

Pero como sueño mágico adormecido, tormenta de anhelos desbloqueados por la hipnosis que es la muerte, entre soplos de viento y rayos de sol, frio y calor, noche y día, brillan inesperadamente hechas ya casi polvo.

Ya no son verdes, bellas, pero ahora, quizás como nunca, se han vuelto vida pura e infinito esparcido.

Son alimento, materia hecha gloria para lo nacido y lo por nacer.

Pese a ese milagro, hoy nuevamente son despojadas de su valía por el ojo ciego y el entendimiento pobre, que mal comprenden que vida no solo es lo “bello y saludable”, atributos propios, comúnmente, de los primeros y pocos años o días de los orgánicos seres.

Sus restos hoy se quedan en tierra, prueba empírica pero momentánea de su estadía corta en este temporal vivir.

¿Son acaso solo historia, conocida o no?, ¿Qué?, acaso, como toda criatura, incluidos los mezquinos humanos que nos creemos eternos; ¿ellas solo tienen a lo sumo cinco, diez, quince minutos de gloria efímera?

¿Quedaran escritos así en la nada para siempre sus días?

No…

Este es su día, posiblemente el último, pero al fin su día.

Gastadas si, como zapatos viejos, pero por ello se sienten más cómodas en su andar ahora hacia su último destino. Han entregado la vida exprimida, como candela ardiente y luz pasajera.

No…

Más allá de su oficial historia, son ellas destruidas en instantes de sublime belleza, pues se donaron en tonos de verdes, amarillos, naranjas, cremas y más. Instantes que, recuerdan como fueron junto a sus hermanas aun en ramas de árbol, paraguas de amor, la sombra gratuita para muchos andantes y murmullos que con el viento serenan el alma de los atribulados.

Son ahora solo esencia, espíritu que vive desde siempre, aquí y allá, son polvo de sol, de astros milimétricamente partidos.

Sí, todo pasa… hasta el recuerdo pasa, pero no pasan inútilmente las hojas secas que, viviendo para secarse, fueron felizmente ellas mismas y a su vez donaron sus vidas.

Y las verdaderas hojas secas, que somos nosotros, humanos seres, que entre una y mil razones tratamos de arrebatarle a la vida segundos de buen vivir de ilusiones igualmente pasajeras, como exprimiendo una piedra para robarle gotas de agua.

Mas no hay recetas. La vida se construye viviendo y es el “ya”, aun plagado de tragedia y dolor inadmisible, de locura plena y de desesperanza, de decisiones lapidarias incambiables y de muerte infranqueable, depende de nosotros los colores con que bañemos ya pulverizadas las hojas secas que somos. Es pues, nuestra actitud heroica, minuto a minuto sedienta de oxígeno, quien define la historia de las secas hojas que somos. El “Ya”, ese presente eterno que lo determina todo, es el lienzo en el que cada cual dibuja como quiera, aun en medio del mayor de los dolores atroces, lo que soy, lo que quiero vivir y como lo quiero vivir. Como dice una frase, “Dios o la vida reparte las cartas y a nosotros nos toca jugar”.

En el parque un anciano abuelo juega con su nieto a contar hojas que caen de los bellos árboles. Caen planeando, serenamente. El niño pregunta “porque caen”, el abuelo contesta, “porque es parte de sus vidas”. No hay más que decir, solo verlas caer…

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