Entre juguetes, lápices y balas

» Por Rocío Solís Gamboa - Experta en temas de Niñez y Adolescencia

Qué difícil y doloroso es celebrar el Día del Niño en medio de esta ola de violencia que carcome a Costa Rica. A todos nos afecta, pero principalmente es con los menores con quienes se ensaña y de una forma dramática.

Este día, mientras algunos estrenen el juguete que le compraron y otros usen sus lápices para escribir el significado de dicha celebración, algunos llorarán la muerte de un ser cercano a manos del hampa.  Y lo que es peor, otros serán recordados por sus compañeritos y maestros o su familia, porque fueron asesinados por sus propios padres o como víctimas colaterales de malhechores que cobraban venganzas.

El narcotráfico, los préstamos gota a gota, los sicarios, han robado a nuestros niños los espacios de esparcimiento con sus iguales, así como la tranquilidad en sus casas, barrios y la escuela.  A su corta edad, muchos ya han visto desde el ventanal del aula lamentables hechos delictivos, han escuchado los disparos junto con los gritos de pánico de maestros y compañeritos, no es justo para ellos, que tristeza que la violencia y el miedo sean los nuevos integrantes de los centros educativos.

Hace bastantes años vengo advirtiendo lo difícil que es ser niño en esta época, quisiéramos que los menores fueran menos sedentarios, pero, ante la realidad de las calles, muchos padres prefieren tenerlos encerrados y que se entretengan con celulares y otros aparatos, que también los invaden con juegos violentos, ciberbullyng y otros problemas de esta época.

Ahora abundan las imposiciones para con los niños, en una sociedad compleja, con padres y madres sin tiempo, escasas opciones para divertirse, y la violencia y las drogas infiltrados en las escuelas y colegios.

Sin embargo, son estos rostros inocentes, con su fortaleza y capacidad de resiliencia quienes nos dan una luz de esperanza, nos sirven de ejemplo para recordar que las cosas no están perdidas y aún nuestro querido país puede salir del bache, antes de que más bien se convierta en abismo.

Gracias hijos, nietos, sobrinos, por ser luceros en nuestro camino, esos seres que nos alegran la vida, en medio de tanto pesar, que nos devuelven la sonrisa cuando estamos cansados o abatidos por el estrés y las preocupaciones.

Deberíamos ser los adultos quienes les den a ustedes consuelo, pero en su lugar son ustedes quienes levantan nuestro ánimo.

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