La política es servicio, por eso, en esencia está fundada en el humanismo. La política no es vanidosa, no es una herramienta para el interés personal, la política no es envidiosa, no busca el mal ni se silencia ante la injusticia. La política es darse por la comunidad, por medio del diálogo y la construcción de acuerdos, la política es la concordia.
La sociedad esta desgastada por la política tradicional, aquella que han construido los partidos tradicionales, por medio de figuras tradicionales. La política se ha convertido en diversos momentos de la historia, en un monótono discurso de un grupo con intereses particulares, silenciando las voces diferentes. Las prácticas hasta ahora ejecutadas no son suficientes, mientras sigamos buscando en las recetas de ayer, no podremos preparar el alimento para la nueva ciudadanía que tiene hambre de mañana.
Habitamos una sociedad global que nos demuestra constantemente nuestra condición como ciudadanos planetarios, que vivimos bajo una forma de estados, en la que dicha diversidad no puede ser obviada. Hemos descubierto con el paso de los años nuestra dependencia a las condiciones de la naturaleza, por eso ninguna política de ahora en delante debe obviar al entorno ni a los demás seres vivientes.
El político que reconoce en su servicio una ética global, un compromiso con el entorno y con la diversidad de pensamientos, debe ser capaz, en primer lugar, de responder con coherencia a su discurso, no falsificar frases para alcanzar un falso discurso universal que permita complacer a todos y todas. El político integral debe ser fiel a su pensamiento, y capaz de construir en medio de la diferencia una ruta de concordia que se dirija a los principios universales de justicia, igualdad, y bienestar social.
El político realista comprende que el poder se constituye en el pueblo, y que llegar al gobierno es solamente un permiso que el pueblo ofrece para administrar y orientar el camino de la sociedad. El político esperanzado, comprende que los cambios que demanda una sociedad desgastada requieren más que un voto, una consciencia popular comprometida. Por eso el político debe ser un educador, así pues, en su vocación de servicio, debe ser capaz de enseñar, de formar, de instruir, de orientar, de sembrar la esperanza.
Un político es unos entre otros, con la vocación por dirigir a partir del diálogo. Su voz invita a debatir, a construir y a definir rutas de acción. El político no busca la división, crea las condiciones para concordia, es capaz de construir una agenda de mínimos, y de sembrar la esperanza para una conciencia que el día de mañana sea capaz de una transformación mayor, pues sabe bien que los cambios serán progresivos. El político tiene confianza entre los suyos, como el maestro que confía en sus alumnos.
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