Imposible es la adivinación del futuro porque no existe ninguna otra realidad fáctica que el presente. Lo que llamamos futuro es una prolongación de las leyes naturales que rigen el mundo.
Como bien lo demostró Spinoza, las cosas que no están relacionadas una con otra, tan poco pueden entenderse una por otra (Ética, Axioma V), por tanto como el pasado influye en el presente, el presente ha de influir en lo que llamamos futuro, ya que ambas están relacionadas por hechos causales.
Estudiamos la historia no solo por el ánimo de conocimiento, sino porque gracias a ella podemos comprender lo que nos ocurre. Acumulamos datos, para que en el “futuro” podamos comprender nuestro estado.
Hoy al igual que ayer nos encontramos ante el reto de poder cambiar nuestra situación futura. Pero seguimos fallando en las decisiones. Tropezando con las mismas piedras.
El mundo camina hacia un escenario que se asemeja mucho al vivido durante los años previos a la Primera Guerra Mundial.
La bonanza en que la actual generación de abuelos se desarrolló, y creó riqueza, cuya acrecentamiento fue continuado por la siguiente generación, terminó hace poco tiempo; y terminó de la misma forma en que había terminado la Belle Époque; cediendo lo conseguido en manos de una generación que dedicó al gozo, a la estética y la metafísica.
Previo a la primera gran guerra, aquella generación se vio exhortada a dilapidar el avance material de sus dos generaciones anteriores. Una similitud es posibles observarla hoy en día para aquellos que aún hacen gala del uso de la razón y el sentido común, cuando analizamos la realidad de la última generación que desde hace unos diez años, ha podido elegir el rumbo del mundo.
La incapacidad de lectura de la realidad de esta generación y su afición a la estética y al mundo de las “experiencias” ha arrastrado consigo a mucha gente adulta, gente con estudios universitarios y gente que suele ser llamada la “más preparada”. Incapaces de leer la realidad, están incapacitados para prever las consecuencias de sus decisiones. Así avanza el mundo, y no tendrá forma de recomponerse hasta que un hecho global ponga un hito en la historia. ¿Una nueva gran guerra? Esto es posible. A fin de cuentas, solo en contadas ocasiones y gracias a las leyes de probabilidad, un mal árbol da buen fruto; pero esto es algo remoto.
La generación que desató la Primera Guerra Mundial vivía rodeada de lujos, beneficios, riqueza, derechos y muy pocas obligaciones. Tanta semejanza con los días que vivimos hoy. Mientras tanto, en aquellos años, los que ostentaban el poder cayeron irremediablemente en el abismo de la ceguera y el fanatismo. ¿Acaso no ocurre lo mismo hoy en día?
Un ejemplo de aquella época fue el caso del emperador austríaco Francisco José I de Austria quien a los 86 años nunca había leído un solo libro. Algo que no dista mucho de los políticos que dirigen multitud de naciones. Es el mal que trae consigo la democracia, el ascenso de los ignorantes y vulgares.
Una decisión
El mundo actual tal y como lo vemos, está polarizándose cada vez más, entre los que hacen y los que no hacen nada. Entre los que producen, y los que no producen nada. Entre los que piensan y los que repiten eslóganes. Entre los que crean soluciones y aquellos que crean problemas. Y entre estos dos polos, coexisten millones de personas que pasan por este mundo de forma desapercibida, sin mostrar la más mínima preocupación.
El reduccionismo nos ha limitado tanto y nos ha llevado a problemas tan serios que una vez más no están planteando el escenario idóneo para una nueva gran guerra.
La actualidad nos muestra dos posiciones de una forma antagónica, por un lado la potencia mundial en repliegue y por otro, una potencia emergente en voraz avance. En el medio de ellos, una multitud de países que buscan beneficiarse de ambas potencias y de ambos modelos.
El modelo propuesto por largo tiempo por parte de EE.UU. al mundo tuvo sus virtudes y sus falencias. Extendió la idea de la libertad democrática – a pesar de que la libertad en las trece colonias británicas no reconoció la libertad de los negros -, fomento la apertura del comercio mundial; pero también impuso por la fuerza sus condiciones a quienes se opusieran.
En el entretiempo, el modelo fallido del comunismo socialista hizo las de un mono de circo, dando una falsa imagen de inteligencia y llevando a millones de incautos a la miseria, arrastrando consigo a 100 millones de personas asesinadas bajo las manos de quienes se entusiasmaban con las ideas de igualdad y equidad.
En ese pequeño vermú, apareció la nueva potencia emergente que a lo largo de la última década no ha hecho otra cosa que querer ocupar y conquistar para sí, todo lo que se supone son Estados soberanos, empleando nuevas técnicas, como son a través de préstamos impagables, inversiones colosales y dependencia tecnológica sanitaria.
¿Qué mundo se nos viene ante todo esto? El de un riego terrible, pues entre salir de la manos de una potencia que nos compra con dinero y favores pero acepta la libertad como un valor humano; a otra potencia que también nos compra con dinero y favores, pero que apunta desde la timocracia a la tiranía. Mientras tanto, debemos escoger con qué modelo quedarnos y cuál de ellos es el que más se asemeja a nuestro modelo de sociedad.
Si la anterior decisión recayese en las manos de los políticos actuales, estamos claros que les beneficia más el modelo mercantilista de la dictadura china. Pero ¿podemos darnos el lujo de hacerlo?
En todo caso, los riesgos son altos y la irresponsabilidad de los políticos es tan propensa a que tomen como siempre la peor decisión. Mientras tanto, las personas que como usted o como yo, no poseemos mayor poder que el que apela a la razón humana y a los oídos de quienes puedan oírnos, tenemos la oportunidad de tomar el poder a través de las herramientas de la ya derruida democracia, la cual no durará para siempre, puesto que ha generado más males que bienes.
Una región como América Latina quizás diste mucho de ser afectada directamente por actos belicosos, pero su principal enemigo es el continuo no querer destetarnos de una ideología fracasada como el socialismo y a la vez, el visible ascenso de la gente vulgar, deshonesta y ignorante a la dirección de los países.
Si bien es cierto que en la naturaleza humana se escoden demonios y que “Lo que un hombre, durante su infancia, ha tomado de la atmósfera de la época y ha incorporado a su sangre, perdura en él y ya no se puede eliminar,” (Stefan Sweig) no debemos renunciar a sembrar una semilla, porque no se sabe si germinará o no. Por eso apelemos a la razón para lograr un cambio, Cambiemos juntos.
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