El hambre también va a la escuela

» Por Najla Veloso - Maestra y Coordinadora del programa de alimentación escolar de la Cooperación Brasil-FAO

Las brillantes palabras del Secretario General de la ONU, António Guterres, en la Cumbre Mundial sobre Sistemas Alimentarios, en septiembre de 2021, sobre la inseguridad alimentaria y los desafíos globales me llevaron al pasado y me hicieron ver un futuro de esperanza. En un esfuerzo por recordar, volví al comienzo de mi vida profesional. Era el año 1984. Yo tenía 18 años y era maestra de alfabetización en el sistema de escuelas públicas de las afueras del Distrito Federal. La clase fue de 1r Grado, con una media de 35 estudiantes, con dos a tres años perdidos por estudiante, en su mayoría chicos y chicas de 7 a 15 años. En la misma clase, decenas de intereses y experiencias diferentes.

Tres características marcaron a la mayoría de aquellos jóvenes: 1) tristeza en sus ojos, quizás por la realidad familiar, casi siempre marcada por la pobreza extrema, el desempleo y las condiciones de vida precarias; 2 desesperanza en el futuro, quizás impulsada por la falta de perspectiva para el cambio; 3) baja autoestima causada por una autoimagen negativa.

Destaco las historias de Luan y Rosana (nombres fictícios), dos adolescentes de 13 y 14 años, que ya habían perdido tres años, poco participativos y poco enfocados. Vivían absortos en sus mundos. Venían de familias que vivían con hambre y desempleo, una de ellas con graves problemas de salud para el padre y la otra en condición de residencia absolutamente insalubre. Ambos no comían en casa con regularidad.

Después de darme cuenta de estos hechos, comencé a pedir suplementos alimenticios para ambos al comienzo de la clase. Noté que se expresaban mejor a la hora de la alimentación, sonreían y mostraban cierto interés en la escuela. Comían bien y rápido. Aun así, ese año no logramos la alfabetización. Es decir, volvieron a recorrer el camino del fracaso, de las estadísticas y de las predicciones: abandono escolar, informalidad en el trabajo o incluso marginalidad social.

Un estudio reciente de la Fundación Getúlio Vargas (FGV Social), con datos de 2020, señala que Brasil tiene alrededor de 50 millones de jóvenes entre 15 y 29 años, 56,3% de ellos están desempleados y 26,5% no trabajan y no estudian. Más de una cuarta parte de esta población no está ocupada, un escenario preocupante desde el punto de vista de las posibilidades de movilidad social y con impactos en toda la generación.

Durante muchos años, asumí el fracaso de algunos estudiantes como una derrota personal. Pero con madurez y experiencia comprendí que el fracaso no era mío. O solo el mío. Hubo muchas ausencias. Una de ellas fue la alimentación saludable desde la infancia y, posteriormente, la alimentación adecuada en la escuela, que podría suplir mínimamente las deficiencias nutricionales.

Las imágenes de Luan y Rosana volvieron a mi memoria cuando escuché al Secretario General António Guterres porque sé que 388 millones de estudiantes van a la escuela a estudiar y que 1 de cada 2 de ellos no comerá nada durante esa mañana o esa tarde. Más aún por saber que más de 10 millones de estudiantes en América Latina y el Caribe tienen y tendrán en la comida del colegio su única comida del día.

Cuando ocurren eventos importantes de carácter global, destacando el pacto de los países a favor del desarrollo sostenible, buscando estrategias conjuntas para este enfrentamiento, vuelvo a este pasado y me pregunto:

¿Sabiendo todos que la escuela pública es el Estado ejerciendo su función de garantizar una educación de calidad, cómo permitimos el hambre en la escuela? ¿Cómo asegurar una educación de calidad para estudiantes con hipoglucemia, somnolientos, desmotivados y con baja propensión al desarrollo cognitivo? ¿Cómo erradicar la pobreza si la escuela no puede ser un espacio sagrado de ascenso social y mejoramiento en la calidad de vida del hijo de ciudadanos de escasos recursos, que viven en diferentes y adversas situaciones de vulnerabilidad? ¿Cómo erradicar el hambre que sigue yendo a la escuela? ¿Cómo promover la salud y el bienestar si no se abordan la obesidad, el sobrepeso y la desnutrición en el hogar, la escuela y desde la primera infancia?

¿Y cómo promover la igualdad de género sin considerar que la condición de acceso a la alimentación y la educación son armas atómicas en la construcción de la igualdad? La pandemia ha llevado a millones a la pobreza extrema, ha cerrado miles de puestos de trabajo que apoyaban a las familias, ha provocado el cierre de escuelas, ha reducido las condiciones de aprendizaje para muchos y ha quitado alimentos de calidad a quienes los tenían. Son, paradójicamente, retos globales para todos y cada uno.

Pero solo veremos el tamaño del desafío si lo enfrentamos con el valor del derecho. En este caso, el de protección del Estado para todos los estudiantes durante el período que están en la escuela. Los programas de alimentación escolar, bien estructurados o no, ya existen en casi todos los países. No se trata, por tanto, de crear nuevas políticas, sino de potenciar acciones que ya existen.

El suministro continuo de alimentos en la escuela todos los días escolares, con calidad nutricional, con frutas y verduras, asociado a la educación alimentaria y nutricional y la compra de productos locales, es posible en nuestra región. Sabemos que hay suficiente producción. De hecho, muchos países de América Latina ya han demostrado que se trata de un esfuerzo colectivo e interinstitucional que combina los esfuerzos de los administradores, parlamentarios y la sociedad civil, pública y privada, estudiantes y la comunidad. Es un tema capaz de unir a políticos de diferentes partidos.

Este texto busca ‘hacer sonar la alarma’ por los desafíos de los estudiantes en la vida diaria de la escuela y lanzar luz sobre los daños que provoca la convivencia entre el hambre, la mala alimentación, el no aprendizaje y el entorno escolar. Quién sabe inspirar que esta ‘cascada de crisis’ sea una oportunidad para resolver juntos estos problemas. Finalmente, tomo prestadas las palabras del Secretario General de la ONU, António Guterres: “Los problemas que creamos son problemas que podemos resolver. La humanidad ya nos ha demostrado que somos capaces de grandes cosas cuando trabajamos juntos”.

Los artículos de opinión aquí publicados no reflejan necesariamente la posición editorial de EL MUNDO. Cualquier persona interesada en publicar un artículo de opinión en este medio puede hacerlo, enviando el texto con nombre completo, foto en PDF de la cédula de identidad por ambos lados y número de teléfono al correo redaccion@elmundo.cr, o elmundocr@gmail.com.

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