En la política actual, cada vez más personas parecen sentirse atraídas por líderes que, más que expertos o tecnócratas, se presentan como figuras carismáticas, capaces de hablar en un lenguaje cercano y que prometen representar los sentimientos y frustraciones del pueblo. Este fenómeno, conocido como populismo, se ha globalizado, y no ha dejado de tener eco en países como Costa Rica, donde la figura del presidente Rodrigo Chaves se ha convertido en un reflejo de este tipo de liderazgo.
Lo que a muchos les atrae de un presidente como Chaves es su estilo directo, en ocasiones polémico, y su habilidad para decir en voz alta lo que muchos sienten pero no logran expresar. En lugar de ofrecer soluciones técnicas o análisis profundos de los problemas nacionales, lo que hace un presidente populista es conectar emocionalmente con la gente, convirtiéndose en un portavoz de sus inquietudes y frustraciones. Chaves, por ejemplo, se ha destacado por su actitud desafiante ante los medios de comunicación y su discurso radical contra la clase política tradicional, lo que le ha valido un amplio apoyo entre sectores que se sienten marginados o desconectados de las élites del poder.
Sin embargo, este tipo de liderazgo plantea una paradoja. A pesar de que un presidente como Chaves puede conectar de manera emocional con el pueblo, lo cierto es que su falta de experiencia en la gestión pública y su tendencia a hacer promesas grandiosas sin un plan claro de acción generan serias dudas sobre su capacidad para gobernar eficazmente. La popularidad de estos líderes no está necesariamente vinculada a su conocimiento profundo de la realidad del país ni a su habilidad para tomar decisiones fundamentadas, sino más bien a su capacidad para crear un espectáculo político, para hacer que las personas sientan que, al menos por un momento, están siendo escuchadas.
Es fácil caer en la tentación de admirar a un líder que, a través de discursos apasionados y una actitud desafiante, parece ser un “héroe” que luchará contra el sistema. Pero cuando esta figura presidencial carece de una estrategia sólida y de conocimientos técnicos, el costo a largo plazo puede ser alto. Las promesas fáciles, que resuenan bien en el discurso, muchas veces no se traducen en acciones concretas que resuelvan los problemas estructurales del país. A largo plazo, un líder populista puede, sin quererlo, perpetuar las desigualdades, fortalecer la polarización y distorsionar la capacidad del gobierno para trabajar de manera efectiva.
En el caso específico de Costa Rica, es esencial que los ciudadanos comiencen a cuestionar esta tendencia hacia la admiración por figuras mediáticas. Para cambiar la mentalidad del costarricense ante el liderazgo de figuras como Chaves, es necesario fomentar una mayor conciencia cívica y política. Los costarricenses deben entender que la política no es solo un show ni un ejercicio de popularidad. Es un proceso complejo que requiere un análisis profundo, una comprensión detallada de los problemas y una capacidad técnica para implementar soluciones sostenibles.
Además, es fundamental que los ciudadanos valoren la importancia de la rendición de cuentas y la transparencia en el ejercicio del poder. No basta con que un presidente sea entretenido, o que parezca “hablar por el pueblo”, si luego no cumple con las expectativas o se dedica a poner en riesgo las instituciones democráticas del país. Costa Rica tiene una larga tradición de estabilidad política y social que no puede ser puesta en peligro por un discurso populista que, aunque entretenido, carece de sustancia.
Para que el país avance, es crucial que los costarricenses aprendan a separar el espectáculo de la política de la realidad de la gobernanza. La política no debe ser un escenario donde se representan emociones y promesas vacías, sino un espacio donde los líderes trabajen con seriedad y visión a largo plazo. Esto solo será posible si los ciudadanos se informan, exigen mayor conocimiento y capacidad técnica a sus dirigentes y, sobre todo, rechazan el populismo como solución a problemas complejos.
En conclusión, el fenómeno de los presidentes populistas y showman responde a una necesidad emocional y simbólica de la gente de sentirse escuchados. Pero los costarricenses deben ser conscientes de que la verdadera política debe ir más allá del carisma y las promesas fáciles. Solo a través de una mayor conciencia política y una valoración de la competencia técnica en los líderes, Costa Rica podrá evitar caer en el espejismo del populismo y avanzar hacia un futuro más estable y próspero.