El 9 de abril de 2025, EE.UU. formalizó una nueva etapa en su estrategia arancelaria, elevando a 125% los impuestos sobre importaciones chinas, mientras suspendía por 90 días las tarifas más severas impuestas a otros países, aplicando una tasa uniforme del 10%. Esta medida, derivada de la Orden Ejecutiva 14257 y sus enmiendas posteriores, consolida una arquitectura recíproca basada en la lógica del poder y no en las reglas del libre comercio. China respondió con aranceles del 84% y una denuncia ante la OMC, confirmando el giro hacia una guerra comercial total.
Esta nueva avanzada remarca el inicio de una era en la que los flujos comerciales globales se rigen menos por tratados multilaterales y más por una lógica de juego geoestratégica dividida entre “caos y fractalidades”.
Las consecuencias no se hicieron esperar. El Brent cayó bajo los 59 dólares, los índices bursátiles globales perdieron billones en valor y el comercio marítimo EE.UU.–China se contrajo más del 60% en solo una semana. Los bonos del Tesoro estadounidense reflejaron un colapso sistémico, con un alza de 55 puntos básicos en 48 horas, mientras la amenaza de recesión se eleva: Goldman Sachs habla de un 45% de probabilidad y JP Morgan de un 60%.
Internamente, Trump lanzó el Plan de Acción Marítima para recuperar la industria naval, hoy reducida al 1% del mercado global, frente al 50% de China. La orden ejecutiva “Restaurando el Dominio Marítimo” propone aranceles y tasas portuarias inéditas, generando alarma en operadores logísticos y debilitando incluso a la Armada estadounidense, que depende de cadenas de suministro globalizadas.
Pekín, por su parte, activó controles monetarios y permitió que el yuan cruzara la barrera de 7,20 por dólar, optando por una depreciación gestionada para contrarrestar los aranceles. Sin embargo, los riesgos son altos: fuga de capitales, desconfianza inversora y tensiones cambiarias en otras economías emergentes.
La OMC advierte que esta escalada puede reducir el PIB mundial un 7% y colapsar el comercio bilateral en un 80%. Frente a ello, algunas voces proponen una nueva arquitectura financiera global basada en cooperación estratégica y soberanía económica. América Latina, atrapada entre bloques, deberá decidir si se alinea, se adapta o lidera una alternativa.
Los retumbos de los tambores del nuevo soberanismo mercantilista emergente en Estados Unidos han causado estragos en todo el espectro global, mostrando una inusual similitud al mítico “efecto mariposa”, demostrando que la hiperconectividad dentro de una aldea global “sin límites” puede a su vez constituir un enorme riesgo sistémico que exponga los flancos más débiles del entramado de la globalización abierta.
Esta es la era del arancel estratégico. El conflicto comercial ya no es técnico: es geopolítico. Y sus efectos no son diferenciales: son tectónicos.
La política comercial de Donald Trump (cara visible de un proyecto global superior) no se limita a lo económico. Es un programa de cambio civilizatorio mediante el poder. Sus aranceles, más que proteger sectores, buscan rediseñar el orden global a favor de EE.UU. Pero sin una estrategia industrial coherente, sin crédito productivo y sin visión de largo plazo, sus efectos podrían ser desestabilizadores tanto para EE.UU. como para el mundo.