De un tiempo para acá, se encendió de nuevo el recurrente reclamo contra España y Europa por la conquista y la colonia de este lado del Mundo. Las manifestaciones se repiten una tras otra, acompañadas de ataques a los monumentos a Colón y a diferentes representantes de aquella historia. Incluso algunos populistas como Andrés Manuel López Obrador aprovechan para hacer politiquería exigiendo a España disculpas por aquél proceso, y lo hacen en su lengua materna que es, siguiendo su lógica, la lengua de los conquistadores. Así ha sido en otros lares. Aquí en Costa Rica, por el contrario, la fecha cae poco a poco en el olvido.
Todo esto es ignorancia y populismo, porque es imposible entender el pasado con criterios del presente.
La realidad es que el indigenismo y el eurocentrismo que predominan en las discusiones sobre el significado del 12 de octubre, son enfoques que distorsionan el conocimiento y aprecio de nuestro origen. El eurocentrismo es un sinsentido que niega el aporte, indispensable para entendernos, de la complejísima realidad humana, cultural y económica precolombina. El indigenismo, desde la acera opuesta, conlleva la misma negación, pero esta vez contra el aporte humano, cultural, económico y político que llegó a bordo de La Pinta, La Niña y la Santa María.
Los argumentos que rechazan la celebración del 12 de octubre con base en la opresión contra las poblaciones originarias deben revisarse, y no para esconder esa dimensión de la historia, sino para entender que aún después de liberarnos de los imperios español y portugués, la represión y la violencia contra los indígenas por parte del resto de la población, ya no de los españoles y portugueses, no solo continuaron, sino que se agravaron y se transformaron, y en muchísimos casos llegan hasta nuestros días. En Costa Rica tenemos nuestra propia cuenta pendiente en asuntos como las disputas por tierras ubicadas en los territorios indígenas, lo cual nadie en su sano juicio podría atribuir a Felipe VI de España.
Al mismo tiempo, debemos tener claro que ninguno de los estados americanos, desde Canadá hasta Argentina y Chile, pasando por Costa Rica, existía antes de que la conquista y colonización europea comenzaran con la llegada de Cristóbal Colón. El 12 de octubre de 1492 es la fecha de la concepción. Si antes habían llegado chinos, celtas o vikingos, es relevante para otros fines, pero no para entender el origen de América, cuya existencia sencillamente no se hubiera dado sin los hechos que comenzaron en aquella fecha.
Todos los países que hoy forman parte de la Organización de Estados Americanos, y obviamente la afirmación vale para Cuba aunque no la integre, son el producto de ese proceso de 300 años que fusionó las culturas y poblaciones precolombinas con las europeas, dando como resultado el nacimiento de una lista de nuevos estados que comenzaron a eclosionar en 1776 con “las 13 colonias”, siguió con Haití en 1804, pasó por Venezuela y nueva Granada en 1810, y llegó hasta la constitución canadiense de 1982 como Estado independiente, después de un larguísimo proceso que comenzó en 1867.
La independencia de Costa Rica, la formación de su Estado y la fundación de la República el 31 de agosto de 1848, es un proceso desarrollado en varios actos, que también arrancó aquel 12 de octubre; y que tras la independencia y a lo largo de 200 años se ha nutrido de las relaciones con otros países, y de la incorporación de numerosos inmigrantes asiáticos, africanos y europeos que adoptaron Costa Rica y a su vez fueron adoptados por ella.
Las vidas de Quince Duncan, Littleton Bolton Jones, Rigoberto Stewart, Eulalia Bernard, Colón Bermúdez, Sasha Campbell, Nery Brenes, Hanna Gabriels, Paulo César Wanchope o Sherman Güity, entre otros, ilustran lo dicho; al igual que las de Samuel Rovinski, Haydée de Lev, Jacobo Shifter o Rebeca Grynspan, que es precisamente lo mismo que nos cuentan las experiencias vitales de Richard Beck, Walter Kissling, Vito Sansonetti, Hilda Chen Apuy, Franklin Chang, Isidro Con Wong, Sylvia y Claudia Poll, Adrián Robert, Benjamín Mayorga, Keylor Navas, Marcelo Gaete, Sara Astica, Ana Poltronieri, Tatiana Lobo y más lejos en nuestro pasado, las de Clorito Picado, Rafael Francisco Osejo y Ascensión Esquivel. Todos los costarricenses, de una forma o de otra, podemos vernos reflejados en sus vidas
Así, el 24 de agosto de 2015 el Presidente de la República firmó la reforma del artículo 1 de la Constitución Política, mediante la cual Costa Rica se reconoció a sí misma como una república multiétnica y pluricultural. La iniciativa fue presentada por la diputada Jocelyn Sawyers (PLN 98-2002) y promovida con entusiasmo por las congresistas Epsy Campbell (PAC), Maureen Clarke (PLN) y Sandra Piszk (PLN).
Así que no deberíamos darle mucha vuelta al asunto. Para Costa Rica, y para cualquier país iberoamericano, porque esto vale también para Portugal y España, países mestizos, el patriotismo o el nacionalismo, si se prefiere este término, o es abierto e inclusivo, o no es patriotismo. Sería la negación misma de nuestra esencia.
Ese es el significado que debemos rescatar del 12 de octubre de 1492, fecha en la que Cristóbal Colón llegó a lo que después de varios siglos sería América. En el caso de nosotros los costarricenses, colectivamente somos al mismo tiempo descendientes de lo que significan Pabru Presberi y Juan de Cavallón y Arboleda. Ellos representan la historia y la cultura que sirvieron de base a la construcción de nuestra República. Así que despreciar el 12 de octubre o simplemente permitir que se olvide, es vivir bajo el complejo de un usurpador que no somos.
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