Recientemente fue presentado el vigesimotercer informe Estado de la Nación 2017, un esfuerzo extraordinario, que cada año hace el Programa Estado de la Nación, para actualizar el conocimiento sobre la realidad del país que tenemos y de las brechas acciones y tareas que se requieren para alcanzar la Costa Rica que queremos. Este aporte puntualiza únicamente en el capítulo sobre armonía con la naturaleza.
Un lado de la balanza ratifica una serie de logros en materia de sostenibilidad ambiental. Recuperamos la cobertura forestal en Guanacaste, incrementamos el alcantarillado sanitario, aumentamos la extensión de las áreas silvestres protegidas y mantenemos altos porcentajes de generación de electricidad con fuentes renovables y limpias. Desafortunadamente, del otro lado hay serias fisuras en el desempeño ambiental. El estilo de vida y cotidianidad del habitante de Costa Rica sigue insostenible respecto al uso del territorio, carecemos de prospectiva en la planificación integral y seguimos con un sector transporte altamente dependiente de combustibles fósiles y emisor de gases de efecto invernadero que atenta contra la meta de carbono neutralidad.
El futuro ambiental de Costa Rica es desalentador, desafiante y retador para cualquiera que se vaya a sentar en Zapote. La metástasis cancerígena ecológica corre y se ha prolongado por todo el territorio. La insostenibilidad ha extendido sus tentáculos más allá de la meseta central y no basta con una Gran Área Metropolitana (GAM) colapsada, contaminada, desordenada y des-planificada, se han adicionado, a esta lista negra, tres ciudades intermedias. San Isidro de El General, Ciudad Quesada y Guápiles, reproducen y superan los errores de la GAM, mostrando lo que talvez podría ser una preocupante tendencia nacional. Las tres exhiben rezagos en términos de sostenibilidad, patrones desordenados de crecimiento poblacional, ausencia de planes reguladores y serios problemas de movilidad debido al incremento de la flota vehicular.
El Huracán Otto nos desnudó como sociedad ante la gestión del riesgo y vulnerabilidad climático. Además de las pérdidas económicas millonarias, seguimos con una precaria gobernanza del territorio. A meses del evento, aún son inciertas las medidas que el gobierno central tomará en material de resiliencia climática o estabilización de impactos en sectores sensibles para la economía nacional. Y es que, aunque exista una estructura institucional con alta capacidad de respuesta ante emergencias climáticas, muy pocos gobiernos locales cuentan con un plan regulador que ayude a gestionar el riesgo.
En conclusión, el tema ambiental sigue de moda y aún da para mercadear internacionalmente la imagen de la Costa Rica amigable con el ambiente. Pero cuidado, el peso de las contradicciones cada vez es más lastroso. Más temprano que tarde quedaremos evidenciados como sociedad ecológicamente hipócrita, que mantiene discursos vacíos y mensajes inconsistentes entre lo que predicamos y lo que hacemos. No podemos jugar con nuestro ambiente sin volvernos sus detractores, no se puede mentir sin perder el derecho a la verdad, porque lo cierto es que el rostro ambiental de Costa Rica está dañado, perforado y contaminado. ¿Qué podemos hacer?, quizás lo primero es centrar el problema y la solución en nosotros, como sociedad contaminante, y no el Gobierno. Debemos asumir nuestra responsabilidad con hechos concretos y apoyar la transformación que requiere el país. Actuemos, dejemos de hablar, contaminar, botar, desperdiciar y gastar. Este informe es de lectura obligatoria para los candidatos a la presidencia y futuros diputados.
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