Breve tratado sobre la infinita capacidad de los estultos para pontificar en espacios digitales sin el más mínimo rubor ni recato —con especial énfasis en los eunucos del intelecto que habitan X, antiguo Twitter, y los beatos del disparate que predican en Facebook.
Te dirijo estas líneas a vos, escoria digital del siglo XXI, engendro pixelado que, cual híbrido de asno y loro embutido en silicio, diseminás por los andurriales de X y las ciénagas de Facebook tus letanías de necedad, tus salmodias sin seso, tus corolarios de ignorancia vestida de presunción. ¿Quién te ungió oráculo, si no fue el mismo Hades en un arrebato de ironía?
Desde tus púlpitos de bits y tus tribunas de pseudocátedra virtual, pontificás con ademán catón, aunque tu saber no llegue ni a la suela de la alpargata del sentido común. En X, donde la brevedad no es síntesis sino mutilación del pensamiento, ondeás tus jeremiadas de cloaca como si cada graznido fuese axioma, como si tus cacofonías binarias pudiesen mover el pensamiento cual Aristóteles redivivo. ¡Vos, miserable fatuo!
¿Y qué decir del parloteo senil de Facebook, esa red decrépita donde se dan cita los conspiranoicos del apocalipsis mental, repitiendo bulos con la solemnidad de profetas y compartiendo imágenes de ángeles con rifles y vírgenes con banderas? Allí, la estupidez no es epidemia: es dogma. La doctrina del cuñado, elevada a sacramento, en donde se venera y multiplica la ignorancia autosatisfecha.
Vos y los tuyos son como cacatúas epistemológicas que, sin saber de qué hablan, hablan de todo, embistiendo con más ímpetu que tino, cual burros eufóricos en biblioteca ajena. Y lo hacen con tan soberbio desparpajo que uno sospecha si no serán, en el fondo, autómatas en fase de desprogramación moral.
Y no contentos con su analfabetismo altisonante, vos y los tuyos, cloacales escribientes del odio digital, felones del teclado sin gramática ni pan, se entregan con furor a la difamación, la injuria y la calumnia, como si el linchamiento virtual fuese deporte olímpico de la plebe desdentada. Proclaman su vileza con el pecho henchido, creyéndose azotes de la mentira cuando son tan sólo espumarajos de bilis mal digerida. Mas, ¡ay pobre del que aspire a justicia contra tales pordioseros del honor ajeno! Porque no hay en sus bolsillos ni el eco de una moneda, ni en su haber más que deudas y resentimientos. Litigar contra ustedes sería como querellarse contra una sombra: gasto inútil, desgaste vano, ruina del tiempo y del ánimo. Son mendigos de espíritu y de tesoro, verdugos insolventes, cuya única renta es el odio, y cuyo único patrimonio es la miseria que rezuman.
Oh, vos, semoviente de lo estulto, que compartís sin leer, que afirmás sin pensar, que condenás sin saber y que celebrás tu estupidez como si fuera un laurel: si el verbo se hizo carne, en vos el verbo se pudrió. Tu discurso es vómito de Wikipedia mal digerida, es eructo del morbo, es sin más, un residuo semántico que ni la Real Academia querría recoger con tenazas.
Y sin embargo, ahí estás, imborrable como herpes, multiplicado como hongo en humedad intelectual, celebrando tu derecho al disparate con una impunidad que sólo el algoritmo premia. Porque en esta edad invertida, donde la virulencia es virtud y la ignorancia se mide en seguidores, vos, simio retórico, sos rey de una corte de likes tan vacíos como tu masa encefálica.
¿Quién detendrá tu verbo bufón criptonecrótico de la desinformación?
¿Quién hará callar tus epopeyas de estiércol digital?
Nadie, pues no hay censura para el imbécil: sólo el olvido.
Mas yo, en mi cátedra de hastío y desprecio, te declaro no enemigo, sino síntoma.
Vos no sos cáncer; ¡sos excrecencia!
Vos no sos Satán; ¡sos flatulencia!
Y cuando esta época se hunda, como Sodoma bajo un diluvio de memes, serás recordado —si acaso— como una nota al pie de página en la enciclopedia de la decadencia.
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Licenciado en Fúrica Retórica
Máster en Ignorancia Ajena
Doctor en Desobediencia Civil
Catedrático Emérito del Desprecio