En Costa Rica, hablar de emprendimiento se ha vuelto común. Se organizan foros, se crean estrategias y se promueven discursos optimistas. Pero mientras tanto, quienes emprenden siguen enfrentando las mismas barreras estructurales. El talento abunda, pero la infraestructura para escalar sigue siendo deficiente. Y quizás el ejemplo más claro de esa desconexión entre discurso y acción es el Sistema de Banca para el Desarrollo (SBD).
Creado con el objetivo de democratizar el acceso al financiamiento y fomentar la productividad nacional, el SBD sigue siendo, en muchos aspectos, un plan piloto que no despega. Aunque cuenta con fondos millonarios, una mínima parte ha llegado a emprendimientos de base tecnológica, científica o escalable. La mayoría de los recursos termina en esquemas tradicionales que, si bien necesarios, no responden a la dinámica de la economía del conocimiento ni al potencial transformador de las startups.
Mientras tanto, países como Chile apostaron desde hace más de una década por programas como Start-Up Chile, que no solo otorgan capital semilla sino también redes, mentoría y visibilidad internacional. Israel impulsó su ecosistema con apoyo directo a incubadoras, fondos público-privados y una política decidida de transformar el conocimiento universitario en empresas globales. Incluso naciones como Estonia o Panamá han logrado crear hubs de innovación con resultados concretos en empleo, exportaciones y atracción de inversión.
Costa Rica no tiene menos talento, tiene menos estrategia. Y no podemos seguir tolerando que los fondos públicos para emprendedores se pierdan en la tramitomanía, en criterios obsoletos o en procesos tan engorrosos que desincentivan incluso al más comprometido. El SBD necesita un rediseño integral que reconozca las particularidades de los emprendimientos de alto impacto.
¿Dónde están las ventanillas específicas para startups? ¿Dónde están los fondos de riesgo que entiendan que una buena idea necesita capital sin hipotecar el alma? ¿Dónde están los aliados que evalúan no solo balances financieros, sino potencial de escalabilidad, innovación y creación de valor?
Parte de la solución está en conectar mejor con las universidades. Las instituciones públicas y privadas deben dejar de formar solo empleados y pasar a formar creadores de soluciones. Algunas iniciativas ya existen: AUGE-UCR, TEC Emprende Lab, ParqueTec… pero funcionan casi en solitario, sin el respaldo sistémico que las potencie. Urge crear alianzas reales entre la academia, el SBD, los ministerios de educación y economía, y los fondos de inversión privados. Si no se construye un ecosistema integrado, seguiremos viendo esfuerzos aislados y resultados marginales.
También hace falta valentía política. La innovación implica riesgo. Si solo financiamos lo seguro, seguiremos obteniendo lo mismo. El país necesita un sistema de financiamiento con visión de futuro, con métricas claras, transparencia y apertura. Un sistema que no le tema a invertir en talento joven, en tecnologías disruptivas, en ideas que pueden poner a Costa Rica en el mapa global.
Como doctor en educación e investigador activo en innovación y emprendimiento, he trabajado durante años para acercar el conocimiento a la acción. He acompañado procesos en colegios técnicos, universidades y comunidades rurales. He visto estudiantes con ideas brillantes que se apagan por falta de apoyo. He formado profesionales que tienen el potencial de liderar empresas globales, pero que encuentran más trabas que oportunidades. Y he alzado la voz una y otra vez para que nos escuchen quienes tienen la capacidad de hacer que el sistema funcione para todos, no solo para unos pocos.
Este camino no viene en los libros: se construye desde el campo, con errores, con persistencia y con esperanza. Y a quienes siguen trabajando desde sus trincheras para hacer del emprendimiento una herramienta de transformación real, les digo que no están solos. Somos muchos los que creemos que Costa Rica puede ser más. Lo que falta no es talento: es decisión. Lo que falta no es innovación: es apoyo. Y lo que falta no es diagnóstico: es acción.
El SBD puede ser más que un piloto eterno. Puede ser el motor de una nueva economía. Pero para eso, tenemos que atrevernos a hacer el giro que tanto hemos postergado.