Una de las más graves consecuencias de no respetar cualidades sencillas máximas del ser humano (y con esto, aclaro, me refiero al poder de poseer una opinión propia) es la oxidación del vulgo, que vivencia un proceso de deshumanización debido a la falta de independencia para cumplir funciones básicas y naturales de la forma humanista, como por ejemplo: pensar a nuestra propia conveniencia. Mas antes de adentrarnos en el lado obscuro del paradigma represivo como factor distorsionante, debemos tener claro el concepto que se tratará en el presente artículo: La Real Academia Española define libertad como la facultad natural que tiene el hombre de obrar de una manera o de otra, y de no obrar, por lo que es responsable de sus actos. (Real Academia Española, 2017).
Por ende, cuando hablamos de libertad manifiesta en la opinión, podemos concluir que su significado radica en un miramiento definido por la facultad natural de los seres humanos a pensar a su propio juicio, claro está, dentro de los límites interpuestos por la cuna de valores (principios inculcados desde nuestra formación infante y que constituyen la base de nuestro prototipo moralista) y la ética generalizada.
Sin embargo, para sorpresa de los lectores, opinar libremente creyendo que es el resultado de tediosas meditaciones es solamente una ilusión mediática. La subjetividad actual no es más que vomitar palabrería insulsa que reproduce lo que vemos en televisión, lo que nos dicen en los cuchicheos y en las redes sociales. Opinar, finalmente, se ha convertido en una labor tan superflua que generaliza los niveles de condicionamiento social destinados a promover el no-pensar. ¡Y no nos enteramos de nada! ¡Seguimos creyendo ingenuamente que nuestra opinión marca una diferencia, cuando no es más que el producto de vivir en la irrealidad de las redes sociales, que nos atestan de concepciones distorsionadas que recibimos con simpleza, sin antes aplicarles el debido filtro de criticidad! El fenómeno de internet puede producir consecuencias excepcionalmente malévolas, debido a que desfiguran los acontecimientos de la realidad y provocan un deterioro inconmensurable del pensamiento, y a la vez, como un juego de dominó cayendo inevitablemente, a la omisión de la humanidad sustituida por meros modelos autómatas.
La noción de opinar se debe reconceptualizar; no sólo es leer un noticiero o ver un programa de televisión y eventualmente elaborar un parloteo insustancial que denominamos como opinión, sino es trascender más allá de esa noticia y lograr meditarla, rebuscarla y fundamentarla de una manera adecuada y auténtica. Únicamente mediante las reflexiones obtendremos como resultado una opinión real, lejos de los trastornados medios que nos desean intercalar el asqueroso predominio de la estupidez.
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