“Asegúrate el contenido del día de hoy, y así será como dependerás menos del mañana”, forma parte de una de las Cartas a Lucilio escritas por el filósofo romano Séneca. Cuán profuso e incierto podrían parecer estas palabras para el hombre de hoy, quien vive absorto ante el Virus Chino, causado por el SARS-CoV-2.
Asegurar las decisiones y acciones que acometemos día a día para no vivir en la zozobra de un futuro cien por cien impredecible. El Virus Chino ha mostrado nuevamente lo frágil que es la vida humana y lo cambiante del mundo en el proceso evolutivo.
Si bien la ciencia ha ido desarrollando las técnicas y la tecnología para llevar una vida más placentera y de alguna forma distanciarnos un poquito del mundo animal, las pandemias nos recuerdan que estamos dando una lucha contra la naturaleza. Lucha que ha sido así desde la aparición de la vida sobre la faz de la Tierra. Únicamente la raza humana ha podido diferenciarse de otras especies por haber desarrollado la ciencia necesaria para alargar poco a poco lo que la naturaleza tenía deparado para nosotros. Ni más ni menos.
El feroz combate que el mundo civilizado está enfrentando con esta pandemia originada en China, nos está poniendo contra la espada y la pared. ¿Seremos capaces de sobreponernos a este enemigo invisible? Todo hace indicar que sí lo haremos, pero a un costo muy alto; miles de personas fallecidas y billones de dólares de pérdidas económicas que empobrecerán al mundo entero, siendo esta la primer gran tragedia que se viva luego de la peste.
Ante la amenaza de una mayor tragedia de contagio y muerte, gran parte de los gobiernos del mundo han espoleado sus herramientas para detener al enemigo, empleando para ello diversas medidas que restringen la aglomeración de personas en espacios públicos y privados, y como se ve, aunque este tipo de medidas son bastante impopulares, sí resultan efectivas.
En China, país de origen de esta peste, la libre locomoción se prohibió y la propagación del virus se vino abajo. En sí es una medida efectiva. Pero aún desconocemos los riesgos y problemas que cuarentenas forzosas van a provocar en la mente de las personas y de los miles de millones de habitantes. Estamos ante un gran experimento psicológico del cual no conocemos los efectos.
Hemos conocido miles de casos donde a pesar de que los gobiernos han impuesto los estados excepción, aparecen individuos que hacen caso omiso a ellas. Otros en cambio, sabiendo que están contagiados con la peste, han burlado las normas de seguridad y de confinamiento, exponiendo a otros al contagio. ¿cómo es posible que existan este tipo de personas que actúan de forma irresponsable? Es una de las cuestiones más reiteradas en el gran público que está guardando la cuarentena. Quien no comprende al ser humano, se maravilla de los abusos, bestialidades y bajezas a las que ésta puede llegar; pero, esto es ya algo natural en el género humano.
Cobra más sentido la afirmación de Zaratustra, de que el mundo está lleno de gente que sobra y estropea la vida. Pero quien no está habituado a cuestionarse un poco siquiera acerca de la vida, se ve necesariamente expuesto a sentirse defraudado por el ser humano.
¡Qué loco es el que aún tropieza con los hombres o con las piedras! Escribió Nietzsche en 1881. La humanidad no necesariamente representa el triunfo de la cultura sobre el ser animal, y esto queda de manifiesto cuando nos enteramos de gente que no le importa lo más mínimo dañar a otros contagiándoles la peste, o bien cuando estos mismos, se dañan así mismos o a sus propios congéneres transmitiéndoles el virus. Quien desconoce el actuar del hombre, pasará continuamente repitiéndose las mismas preguntas ¿por qué? ¿y si fuese distinto? ¿y si hubiésemos actuado de esta forma o de otra?. Preguntas sin sentido que no arrojan respuesta ni ayudan a la cuestión. ¿Es que acaso si fuese distinto eso cambiaría algo?
El comportamiento humano es muchas veces el triunfo de la irracionalidad, de la brutalidad y de lo animal por sobre la cultura; esto ya lo estudió Freud, llegando a la misma conclusión. No tenemos solución, por más que los Estados gasten en cultura y educación, la cultura es olvidada cuando se trata de la irracionalidad.
Quien no acata las medidas de cuarentena, no solo demuestra irracionalidad –exceptuando los casos en que salir sea estrictamente necesario, como en casos de abastecimiento de alimentos, trabajo o emergencia-, sino que demuestra poco amor por sí mismo. ¿Cómo podría importarle a este tipo de personas el bienestar de los demás? Volvemos al mismo punto.
“Cada mañana, bien temprano repítete lo siguiente: seguro que hoy me encuentro con indiscreto, con un desagradecido, con un insolente, con un mentiroso, con un envidioso o con un insociable” reza el inicio del Libro II del emperador romano Marco Aurelio, y no podría ser de otra forma; el mundo está lleno de gente así, y ante ellos los Estados no tienen otra opción más que la de imponer por la fuerza los acatamientos por el bien de la mayoría. Esta gente “son así porque desconocen lo que está bien y lo que está mal” y más aún cuando el amor fenece en tiempos del Coronavirus.
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