El aborto se ha transformado en uno de los temas políticos más divisivos y manipulados de nuestra era. A través de este artículo, voy a desenmascarar los mitos que lo rodean, dejando en claro que no es un mecanismo para empoderar a las mujeres, sino un asesinato sistemático de seres humanos en gestación, promovido por corporaciones que lucran con este genocidio de las futuras generaciones. No es coincidencia que la Agenda 2030, ahora rebautizada como Agenda 2045, promovida por organismos globalistas, lo presente como un “derecho” bajo el engañoso disfraz de la salud reproductiva. Esta agenda, lejos de buscar el bienestar global, es un intento calculado de imponer una ideología que socava los valores fundamentales de la vida, promoviendo el control de la natalidad y la destrucción de la identidad familiar.
Partiendo de la premisa de que el aborto, según la izquierda, es un tema que “concierne principalmente a las mujeres”, es imprescindible formular una pregunta básica que muchos evaden por temor a herir susceptibilidades: ¿qué es una mujer? En su obsesión por deconstruir todo lo que incomoda a su agenda, la sociedad “progre” ha fallado estrepitosamente en definir lo más elemental. Una mujer es un ser humano adulto de sexo femenino, biológicamente determinado por dos cromosomas X, dotada de órganos reproductivos como ovarios y útero, y que atraviesa un proceso de desarrollo único durante la pubertad. ¿Vieron? No es tan difícil. Insistir en que esta realidad biológica es debatible no solo distorsiona la verdad, sino que socava la misma causa que dicen defender. Al negarlo, se deslegitima cualquier pretensión de hablar sobre los derechos de las mujeres, pues se comienza por ignorar su existencia misma.
Es absurdo pensar que el debate sobre el aborto es exclusivamente “un asunto de mujeres”. Las mujeres NO nos embarazamos solas, y la idea de que los hombres deben ser excluidos de esta discusión es una manipulación progresista diseñada para silenciarlos y borrar su responsabilidad en el proceso. ¿Acaso no tienen los hombres derecho a defender la vida de sus propios hijos? Pretender que la paternidad es irrelevante en este contexto es una estrategia cínica que solo busca evitar cualquier oposición a la agenda abortista. Los grupos de izquierda, que se llenan la boca hablando de igualdad, son los primeros en negarles a los hombres el derecho a opinar cuando se trata de la vida que ayudaron a crear.
Ahora bien, es crucial destacar que las mujeres que han optado por abortar no deben ser objeto de discriminación o maltrato. Estas mujeres, en muchos casos, son víctimas de organizaciones que manipulan a las más vulnerables, explotándolas por motivos económicos y políticos. Debemos ofrecerles apoyo, ya que muchas enfrentan graves consecuencias físicas y psicológicas tras un aborto. Más allá de los debates éticos y morales, la realidad médica del aborto es preocupante. Diversos estudios han mostrado que muchas mujeres que se someten a abortos experimentan traumas psicológicos graves, y esto no es solo una opinión, sino un hecho respaldado por la evidencia. En Estados Unidos, donde el aborto es legal, la cadena de clínicas Planned Parenthood ha enfrentado múltiples demandas por mala praxis. Un caso particularmente impactante involucró a una mujer que, tras un aborto, tuvo que lidiar con un feto parcialmente desmembrado que sobrevivió en su útero, resultando en una indemnización de $672,610.
Además, el aborto no es el procedimiento seguro que algunos sectores afirman; las mujeres pueden sufrir complicaciones serias, como hemorragias intensas, infecciones, e incluso infertilidad. ¿Es esto el “empoderamiento” que se nos quiere vender? La verdad es que el aborto puede tener consecuencias devastadoras para la salud física y mental de las mujeres, cuestionando la narrativa que lo presenta como una solución sencilla.
El aborto no solo interrumpe una vida humana, sino que refuerza una cultura de deshumanización hacia los más vulnerables. Al legalizar el aborto, estamos diciendo que el valor de una vida humana depende de si esa vida es deseada o no. Esto crea un precedente peligroso, donde el derecho a la existencia se vuelve relativo y negociable. De hecho, si aceptamos que una vida puede ser eliminada simplemente por conveniencia o por no ajustarse a las expectativas de los demás, ¿en qué momento dejamos de proteger a otros grupos de personas que son vistas como “inconvenientes” o “indeseadas”?
El interés económico detrás del aborto es inmenso. Planned Parenthood, por ejemplo, genera casi dos mil millones de dólares anualmente, de los cuales el 35% proviene de los contribuyentes. O sea, impuestos para financiar un genocidio de no nacidos. Aún más alarmante es que las feministas abortistas no se conforman con buscar la legalización del aborto, sino que también exigen que sea financiado con recursos públicos. Es decir, los contribuyentes, incluyendo aquellos que se oponen al aborto por principios éticos y morales, deberían verse forzados a pagar por ello.
El argumento de que el aborto es “una necesidad para las mujeres de bajos ingresos” cae en la falacia de que solo las mujeres pobres enfrentan embarazos no planeados. La realidad es que el embarazo no planeado y el aborto son fenómenos que ocurren en todos los países y en todos los estratos sociales.
Esta lógica perversa de “donde hay una necesidad, nace un derecho” ignora por completo cualquier sentido de responsabilidad y ética, sugiriendo que si un grupo de presión lo defiende, entonces el asesinato de seres humanos inocentes está justificado. Alguien debe cubrir los costos, y pretender que sea la sociedad entera, incluso aquellos que consideran el aborto inmoral, es una imposición injusta y autoritaria que atenta contra la libertad de conciencia. Se nos quiere vender la idea de que el simple hecho de que un grupo demande algo, convierte esa demanda en un derecho, aunque lo que realmente están pidiendo sea la validación del homicidio institucionalizado.
Otro de los argumentos más comunes es “mi cuerpo, mi decisión”, pero este se desmorona al analizarlo. El feto no es una extensión del cuerpo de la mujer; tiene su propio ADN, distinto al de la madre. Si aceptamos que el argumento “mi cuerpo, mi decisión” justifica el aborto, podríamos compararlo con invitar a alguien a un barco y, en medio del océano, arrojarlo al agua y abandonarlo, justificándolo con “es mi barco, mi decisión”. Cualquier sistema legal del mundo enjuiciaría a quien cometiera tal acto por HOMICIDIO.
Recordemos el Holocausto, una de las tragedias más desgarradoras de la historia, que cobró la vida de 11 millones de personas. Sin embargo, hoy estamos presenciando un genocidio aún mayor: entre 2015 y 2019, cada año se produjeron aproximadamente 121 millones de embarazos no planeados, de los cuales el 61% terminó en aborto. Esto se traduce en 73 millones de abortos anuales según datos del Instituto Guttmacher. Son 73 millones de vidas arrebatadas antes de tener la oportunidad de vivir, de soñar, de contribuir con su propia visión al mundo.
El aborto no es una cuestión de “libertad de elegir”, sino una violación directa al derecho más esencial: el derecho a la vida. Lo que los progresistas promueven no es la libertad, sino la eliminación sistemática de futuras generaciones, disfrazada de un falso progreso mientras lucran y avanzan sus intereses ideológicos. Al justificar la muerte de los más indefensos bajo el pretexto de derechos, la sociedad no avanza, se encamina hacia su propia decadencia. El aborto no solo acaba con vidas humanas, destruye los pilares de civilizaciones enteras.