12 de octubre: Entre el encuentro y el desencuentro

» Por Msc. Alonso Rodríguez Chaves - Cátedra de Historia UNED

Desde hace 12.000 años aproximadamente, se produjeron las primeras ocupaciones humanas del actual territorio costarricense. Así producto de la llegada de diferentes grupos étnicos, se entretejió una variada y compleja realidad pluricultural. Esta dinámica poblacional se mantuvo parecida y constante, hasta la llegada de los españoles hace poco más de cinco siglos; cuando en el marco de la expansión mercantil y dominio europeo devino un proceso intenso de sobreexplotación, saqueo, deculturación y acometida en detrimento de las poblaciones originales.

De este modo, el contacto que se consumó entre nativos y extracontinentales, derivó un intenso proceso de conquista y colonización, que además de invasivo y lastimero, conllevó a la desestructuración, minado del orden autóctono vigente y al  letal desencadenamiento de uno de los genocidios más abominables que se haya registrado la historia de la humanidad.

Consecuencia de ese conjunto de expresiones extremas, en la que la mano de obra indígena se fue tornando notoriamente insuficiente; esta fue sustituida por su inmensa mayoría de africanos negros, los cuales funcionaron en condiciones vergonzosas de esclavitud.

Más tarde, con el llegar independentista devino un filón de políticas interesadas en insertar al país al añorado mercado mundial y poblar el territorio nacional con gente blanca. Desde esa perspectiva, las nuevas autoridades políticas liberales   procuraron el desarrollo económico con enfoque racista, el cual negó las raíces indígenas y excluyó cualquier aporte cultural que no fuera europeo, en el proceso de construcción de la identidad nacional.

En relación a lo anterior, los liberales de la época fundamentaron la “buena inmigración” representada en su máxima en las personas europeas. Sin embargo, pese a todo esfuerzo e insistencia, el llamado no alcanzó el efecto esperado y se permitió el ingreso bajo condiciones limitadas, de trabajadores provenientes de diversos orígenes. Mismos que bajo el eufemismo del “contrato” terminaron sumidos en una deplorable abyección cuasi esclavista; condición tolerada y hasta propiciada por sectores hegemónicos que detentaban el poder “moral”, político y económico del país en la avanzada y el ocaso de la época decimonónica.

Continuando con este entramado poblacional y sus postrimerías, la multiculturalidad de Costa Rica se fue ensanchando y enriqueciendo. En particular, con la llegada de miles de personas de otras latitudes, que huyendo de la amargura y la violencia decidieron hacer de su nueva morada la tierra costarricense. No obstante, pese a que han ejercido una influencia decisiva en el desarrollo económico y en múltiples dimensiones culturales; muchas veces se ven atacados por la invisibilización sistemática y la incesante mampara del choteo y el sarcasmo, en los que se descarga crueles estereotipos y las valoraciones más viles y peyorativas que puede recibir un ser humano.

Por lo tanto, han sido muchos y muchas durante siglos, que han llegado y por eso es necesario asumir posturas racionales, que reivindiquen y rectifiquen el pasado, las identidades pluriétnicas, y sobre todo, se promuevan relaciones de igualdad. Bien que esto ayude a valorar mejor, el aporte de ciertos grupos, que bajo el mito de la “cacareada pureza de raza blanca-costarricense” han sido implícita y explícitamente, excluidas e invisibilizadas en muchos pasajes de la historia costarricense.

Así las cosas, se invita a considerar con profundo respeto y admiración a los ocho grupos indígenas definidos en territorio costarricense cabécares, bribris, borucas, ngäbes, huetares, guatusos, chorotegas y teribes; todos ingentes luchadores por conservar su identidad como pueblo y la continuidad cultural que se prolonga con grandes dificultades hasta nuestros días.

Dentro de esa consigna, no olvidar a demás grupos de diferente origen y ascendencia, que conviven y conforman la cultura costarricense. Pues, el ser costarricense incluye reconocer a todos y todas como protagonistas activos y permanentes, por lo que no es posible caer en una visión parcializada y distorsionada sobre colectivos particulares, ya que en caso contrario continuaríamos sesgando y negando nuestra historia.

Sin duda, es irrefutable reconocer los diversos componentes culturales y étnicos presentes en la población de Costa Rica. Basta echar un vistazo a donde vayamos, para determinar las innumerables huellas que dentro la evolución nacional ha dejado el encuentro y desencuentro de varias culturas al desarrollo multidimensional del país. Basta a donde fuéramos, para determinar que somos inmigrantes, mestizos, negros, blancos, indígenas, chinos, chiricanos, entre un sinfín más.

Por consiguiente, no se trata de ensalzar el aporte e influencia decisiva de cierto grupos y anular el de otros por completo, lo cual resulta contraproducente y absurdo; ya que con todo y errores de otrora, son y serán una realidad perenne en nuestra etnicidad visible, conjunto de elementos identitarios y cultura en general.

A la luz del marco previo de la Conmemoración del Bicentenario de la Independencia y de conformidad a la Reforma Constitucional emprendida, en la cual Costa Rica se declara oficialmente una República democrática, libre, independiente, multiétnica y pluricultural, lo cual queda incluido en el artículo primero de la Constitución Política; nos debemos avocar a reflexionar sobre el aporte de miles de personas de origen significativamente variado, que conviven en Costa Rica y que han configurado gracias a sus interacciones, la riqueza pluricultural y diversa de nuestra sociedad. En balance histórico de la pluriculturalidad descrita, nos invita a reconocer los desafíos interculturales más importantes que se plantean al respecto para toda la nación costarricense, en materia de reconocimiento e integración de diferentes grupos.

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