11M: En nuestro recuerdo

» Por Dragos Dolanescu Valenciano - Doctor en psiquiatría y psicología de la Universidad Alcalá de Henares.

España, 11 de marzo del 2004 a las 7 y 37 a.m.

En un día como hoy, 11 de marzo, pero hace ya 20 años, desde el otro lado de nuestro continente americano, se dio uno de los más sangrientos y dramáticos episodios en la historia resiente de la humanidad.

Siendo yo estudiante en ese hermoso país, en mi calidad de estudiante universitario en mi especialidad del doctorado, y haciendo práctica en el Hospital Universitario de Alcalá de Henares, fui uno de los muchos convocados con carácter de urgencia para hacerme presente en el mismo lugar donde los terroristas habían detonado en los trenes de cercanías de Madrid. Donde habían dejado más de 10 mochilas con cargamento explosivo.

Una fecha tan significativa, sensible al mundo entero, fecha en que hubo un cambio radical de vida para millones de seres humanos. La vida fue arrebatada sin misericordia a 192 personas, mutilaciones varias a más de 1850 personas.

Todo empezó normal como cada mañana en esta gran ciudad. Muchas personas (trabajadores, estudiantes), incluyéndome yo también de manera muy común; usualmente utilizábamos este medio de transporte. A eso de las 7:37 am de ese trágico jueves; los terroristas marcaron un antes y un después de manera carnicera y depravada. Población inocente, fueron su carnada!

Como trabajador del Hospital, cuando me apersoné a la escena de la masacre, la estación de Santa Eugenia, lo primero que observé fue el humo espeso y el sentido agudo de mi olfato; un fuerte olor a carne quemada.

Había personas que estaban en mejor condición, quienes tenían capacidad de pedir ayuda; otros estaban tan aturdidos, confundidos, desorientados por lo que estaban viviendo que no tenían ni capacidad para pedir ayuda, levantarse o tener iniciativa propia de autosuficiencia.

Los terroristas pusieron en las mochilas aparte de los explosivos, pusieron metralla ( ósea clavos, balines, cualquier cosa de metal que pudieran convertirse en verdaderos perdigones que causaran la mayor cantidad de daño).

Se levantaron lugares improvisados de ayuda médica en lugares cercanos de destinos llamados: Atocha, Calle Téllez ; para poder dar una primera atención.

En esos momentos había muchos extranjeros que no estaban con papeles legales en España, entre ellos muchos Rumanos. Rumanía, mi país natal, no había entrado aún en la Unión Europea ( cosa que haría hasta en el 2007) y estos inmigrantes, muchos de ellos no sabían hablar castellano. Me sentí sumamente útil en ese momento, pues el idioma rumano lo conozco a perfección. Uno de mis objetivos en ese momento fue contactar los pacientes con sus familiares en Rumanía para explicarles la gravedad de cómo estaban sus condiciones de salud.

Murieron 17 inmigrantes rumanos y casi 100 fueron al hospital por diferentes tipos de mutilaciones.

El estrés postraumático que aún se lleva después de tantos años después de la tragedia, es otra de las grandes consecuencias emocionales; tratar de recuperarse, es todo un reto!

Muchas cosas aprendí, de esa tragedia humanitaria… como que la vida humana es un hilo muy delgado que en cualquier momento se puede romper.

La gente que traté clínicamente después como especialista terapéutico, ( personas víctimas o familiares y amigos de los muertos a raíz del atentado)entre otros; sufrían un gran sentimiento de culpa ya que desconocían que ese hijo, esa madre, esa hermana nunca más volverían a verlos en esta vida terrenal.

Los sentimientos encontrados como no poder haberles dicho cuánto se les amaba; siempre les remordía sus entrañas.

Como psicólogo, todo esto ha sido una piedra angular en mi carrera profesional que me ha permitido poder comprender y entender aún más la partida de un ser amado!

Como ser humano me marcó profundamente que siempre priva y está en primer plano el sentimiento del amor sobre las cosas negativas o materiales.

Recuerdo claramente a las personas muy mal heridas, quienes me solicitaban poder ayudarles a llamar a sus seres queridos para decirles que estaban bien o para despedirse.

En los momentos trascendentes de la vida del ser humano, priva el amor sobre cualquier otro sentimiento.

En estos 20 años, desde ese trágico día, Dios me hizo pasar por esos momentos para prepararme para lo que vendría en mi vida, y en la de cada ser humano que ha perdido a un ser amado de forma trágica.

Pienso en los más de 900 personas que han muerto a manos de gatilleros solo el año pasado en Costa Rica,pienso en los cientos de muertos en accidentes de tránsito, en todos ellos y sus familiares quienes son también víctimas de algo que nunca pudieron controlar y que se les escapaba a su realidad.

Un abrazo solidario a todos aquellos que han pasado por estas tragedias.

Debemos seguir buscando soluciones como sociedad costarricense.Debemos seguir trabajando en las condiciones internas de nuestros semejantes y ante todo, nunca abandonarles.

El amor y la calidad de vida son fundamentales para que el proceso por el que pasen, sea con calidez, con sensibilidad y con el brillo de la esperanza de un mejor mañana!

No podemos dejar a nadie atrás como sociedad. Hemos sido, somos,seremos y principalmente porque está en el ADN del ser costarricense el ser solidarios y empáticos. Que estas experiencias de vida nos sirvan para poder entender y ayudar a aquellos que la están pasando mal. Para que se pueda retomar la Costa Rica pacífica que nos heredaron nuestros abuelos. Y nunca más se den tragedias como las que vivió el pueblo español hace 20 años.

Los artículos de opinión aquí publicados no reflejan necesariamente la posición editorial de EL MUNDO. Cualquier persona interesada en publicar un artículo de opinión en este medio puede hacerlo, enviando el texto con nombre completo, foto en PDF de la cédula de identidad por ambos lados y número de teléfono al correo redaccion@nuevo.elmundo.cr, o elmundocr@gmail.com.

Últimas noticias

Te puede interesar...

Últimas noticias