Por Jutta Schütz (dpa)
Berlín, 4 abr (dpa) – Karl Wilhelm Fricke bebía coñac y conversaba en la casa de un amigo del Berlín occidental en abril de 1955. Una hora más tarde despertaba en el Berlín del este en una prisión de la Stasi, la policía política de la Alemania comunista (RDA). La bebida tenía un somnífero. El amigo era un espía.
“Fue un shock para mí”, recuerda ahora Fricke, de 85 años. Pero su caso no fue una excepción: otras 400 personas fueron secuestradas en los años 50 y 60 por encargo de la Stasi, sobre todo en la Alemania occidental, y llevadas de vuelta por la fuerza a la RDA, donde afrontaban duras penas como “traidoras”.
Se trata de un capítulo poco conocido de la división alemana (1949-1989) iluminado ahora por primera vez en una minuciosa investigación de la historiadora Susanne Muhle que fue presentada esta semana en Berlín.
“Era una demostración de poder”, explicó la investigadora. Según su trabajo, la Stasi envió colaboradores no oficiales a occidente sobre todo en los años 50 para “pescar” de los modos más diversos a ciudadanos que hubiesen abandonado la RDA, utilizando desde somníferos escondidos hasta secuestros en plena calle.
Para llevar a cabo la operación secreta en pleno auge de la Guerra Fría, el temible Ministerio para la Seguridad del Estado (Stasi) acudió también a criminales, según Muhle. El número de secuestros en occidente se redujo drásticamente tras la construcción del Muro de Berlín en 1961.
La práctica tenía un segundo objetivo: sembrar el miedo también en el bloque capitalista y disuadir a quienes quisieran abandonar la RDA.
El de Fricke es un caso típico. El joven periodista se había trasladado en 1949 a la Alemania occidental y desde allí había llamado la atención de la RDA con artículos críticos al régimen. Tras su secuestro pasó meses en prisión preventiva y fue condenado a cuatro años de cárcel. En 1959 quedó en libertad.
También Heinz Brandt fue secuestrado por la Stasi en 1961, tres años después de abandonar con su familia la RDA. “Durante días no supimos qué ocurría”, contó su hijo Stefan Brandt.
Heinz, que perdió algunos dientes por los golpes recibidos en su captura, fue condenado a prisión en un juicio secreto y quedó en libertad en 1964 después de varias protestas. Su hijo averiguó más tarde el origen del secuestro: un vecino de la familia los había estado espiando.
“Hay que dar por hecho que la cúpula de la Stasi daba luz verde a los secuestros”, asegura Muhle. Más difícil es probar en qué medida estaba al tanto la cúpula del SED, el partido único de la RDA. Sin embargo, la autora documentó casos de secuestros anulados a último momento para evitar un escándalo político.
La investigadora siguió también lo ocurrido tras la caída del Muro de Berlín en 1989 y encontró 20 demandas contra 29 sospechosos por los secuestros en occidente.
Aunque hubo 16 penas de prisión en suspenso, ninguno de los acusados terminó en la cárcel: los secuestradores ya estaban muertos, el delito había prescrito o la práctica no podía demostrarse jurídicamente con pruebas suficientes.