Leogane, 7 oct (VOA) – Gabriel Duvalesse flexionó un poco las rodillas antes de empujar una carretilla vieja con 190 litros (50 galones) hasta un mercado al aire libre, a una hora de distancia, para poder ganar un dólar.
Era su primer trabajo en siete días, en medio de protestas que han paralizado la economía haitiana, cerrado escuelas y negocios y costado varias muertes.
Líderes opositores y miles de seguidores exigen la denuncia del presidente, Jovenel Moïse, en medio del descontento por la corrupción del gobierno, una inflación disparada y la escasez de combustible y otros productos básicos.
Diecisiete personas han muerto y casi 200 resultado heridas en las protestas, según medios.
La inestabilidad política ha golpeado con especial dureza a las poblaciones fuera de la capital, Puerto Príncipe. Las barricadas de grandes piedras y neumáticos en llamas han obligado a las ONG a suspender sus entregas de ayuda y cortado el flujo de mercancías entre la ciudad y el resto del país. La crisis agrava la pobreza en lugares como Leogane, epicentro del devastador terremoto de 2010 en Haití.
“Nos morimos de hambre”, dijo Duvalesse, de 28 años y que no ha podido trabajar en los últimos días. “Tuve que aguantar una semana con dos dólares”.
Antes siquiera de que comenzaran las protestas, unas 2,6 millones de personas en todo el país eran vulnerables a la escasez de alimentos, según Naciones Unidas, y los cortes de carreteras han afectado gravemente a algunos programas humanitarios. El Programa Mundial de Alimentos se vio obligado a suspender todas las entregas de comida a las escuelas cuando comenzaron las manifestaciones el 16 de septiembre.
Entre tanto, las transferencias de efectivo a unas 37.000 personas necesitadas se han aplazado.
Los transportistas privados son reacios a hacer entregas dada la situación de seguridad, según personal de la ONU, un problema que conoce bien Vangly Germeille, un empresario de Leogane.
Germeille tiene una compañía mayorista que vende objetos como arroz, jabón, aceite de cocina y cereales a mercados pequeños. Pero su almacén está casi vacío y tiene problemas para encontrar camioneros dispuestos a ir a los mercados para entregar la mercancía debido a los robos y las barricadas.
“Es una pérdida económica enorme”, dijo el empresario, padre de dos hijos y que está pensando en mudarse a República Dominicana si las cosas no mejoran pronto. “Si no hay forma de ganarse la vida aquí, no puedo quedarme”.
Arroz, cocos, leche y pañales son algunas de las cosas que la gente tiene problemas para conseguir en esa población costera de más de 200.000 habitantes, desde el inicio de las protestas a mediados de septiembre.
Una tienda de alimentación cerca del centro de la localidad abrió un momento el sábado para vender arroz, dijo Sony Raymond, de 40 años, ingeniero de tecnologías de la información.
“En menos de tres horas se había acabado”, dijo. “Leogane está básicamente paralizada”.
Las protestas y barricadas aíslan cada vez más a comunidades que ya tenían problemas en todo el país, como Barriere Jeudi, donde las corridas de toros de los fines de semana ofrecen algo de distracción de los problemas financieros de la gente.
Bruinel Jean-Louis, que repara refrigeradoras y hornos, dijo no haber tenido mucho trabajo porque no puede viajar a los lugares que necesita.
“Lleva mucho tiempo, y también me hace sufrir”, dijo mientras varios toros bramaban a su espalda.
Para compensar la falta de ingresos vende cabestros para caballos.
En una pequeña localidad montañosa cerca de la ciudad costera de Jacmel, algunos teléfonos comenzaron a sonar a las 5 de la madrugada el domingo mientras amigos y familiares informaban que una gasolinera abriría ese día y que había un suministro limitado.
La gente se empezó a formar al amanecer.
Haití es un país de casi 11 millones de personas donde el 60% gana menos de dos dólares al día y un 25% de la gente gana menos de un dólar diario, señalo el economista haitiano Kesner Pharel. El problema está empeorando ahora que la comida no llega a la capital haitiana ni los objetos manufacturados a zonas rurales, paralizando la economía.
La situación indigna a Carolle Bercy, de 62 años y que se mudó de vuelta a Haití el año pasado tras 30 años trabajando en servicios financieros en Connecticut, tanto en Stanford como en Bridgeport.
Bercy dijo haber visto a gente peleando por combustible en las raras ocasiones en las que abre una gasolinera, y expresó su temor por el futuro de los haitianos.
“Es increíble”, dijo. “Ningún país del mundo debería pasar por lo que están pasando los haitianos”.