Este es un relato en primera persona de Adrián Chévez, jugador de Santa Ana que es la revelación del campeonato y que fue convocado a La Sele para enfrentar la serie contra Panamá que definirá un espacio en la semifinal en la Liga de Naciones.
Cuando supe que me habían llamado a la Selección Nacional, el primer pensamiento que me vino a la mente fuiste vos, papá. Me decían que estar en esta lista era posible si trabajaba muy duro, pero nunca me imaginé lo que sentiría cuando se convirtiera en realidad. Siento una mezcla de alegría y dolor, porque me encantaría que estuvieras aquí, a mi lado, para vivir este momento juntos.
Mi historia en el fútbol comenzó gracias a vos. Desde pequeño, siempre me llevabas a jugar, a correr tras la pelota. Aunque crecí en barrios donde a veces es difícil ver un futuro claro, siempre me apoyaste. No había nada que te llenara más de orgullo que verme jugar y avanzar. Fuiste quien me dio las primeras lecciones sobre lo que significa la disciplina, el trabajo y la constancia. Siempre me decías que si realmente quería algo, debía luchar sin descanso. Y aquí estoy, siguiendo ese consejo, papá.
Mis primeros pasos los di en Alajuelense. Cinco años allí, soñando con el primer equipo, aprendiendo de los más grandes y viendo a jugadores a quienes admiraba de cerca. Me acuerdo de aquellos días como recogebalones, de estar en la cancha en un clásico y sentir el rugido de la afición. Hasta me aplaudieron una vez por hacer una línea de taquito; ese día lo guardo como un recuerdo especial. Fue increíble sentir que pertenecía a algo tan grande y que de alguna manera ya me estaba preparando para cosas mayores.
De Alajuelense, di el paso a Carmelita, y después Cristian Oviedo me llamó para ir a Santa Ana. Fue en este equipo donde pude consolidarme, encontrar mi ritmo y, sin darme cuenta, llegar hasta aquí. En Santa Ana cambié de posición, pasé de ser central a lateral izquierdo, algo que me hizo crecer aún más. Sabía que estaba haciendo las cosas bien, y nunca perdí la fe de que algún día mis esfuerzos darían fruto.
Pero la vida es impredecible, y a veces las pruebas más duras llegan cuando menos lo esperamos. Nunca pensé que perdería a mi papá de esa manera, tan repentina. Aquella llamada, justo después de un entrenamiento, me dejó un vacío que no puedo describir. Siempre imaginé que estarías aquí, papá, que serías el primero en felicitarme, en darme un abrazo en mis triunfos y decirme lo orgulloso que estabas. Fue el golpe más duro de mi vida, pero al mismo tiempo, tu recuerdo se convirtió en mi mayor impulso.
Ahora, mientras me preparo para jugar contra Alajuelense con Santa Ana, me doy cuenta de que, a pesar de todas las dificultades, he llegado lejos. Mirando atrás, veo que cada momento duro me hizo más fuerte. Y aunque no estés aquí físicamente, sé que me estás acompañando en cada paso. En cada partido, en cada entrenamiento, llevo tu nombre en el corazón.
Por eso, a todos los chicos de mis barrios en Desamparados de Alajuela, La Brasilia, El Pasito, quiero decirles que, aunque las circunstancias sean difíciles, sí se puede. Que elijan los caminos correctos, que no se dejen llevar por los vicios ni por la desesperanza. Yo sé lo que es venir de abajo, sé lo que cuesta ganarse la vida, pero también sé que con esfuerzo y disciplina, los sueños son posibles. Si yo llegué hasta aquí, ustedes también pueden.
Ahora que estoy en la Selección, sé que es solo el comienzo de algo más grande. Mi meta es seguir trabajando para mantenerme, para ganarme más convocatorias y llevar con orgullo la camiseta de Costa Rica. Quiero hacer las cosas bien, no solo por mí, sino por vos, papá, porque este es nuestro sueño compartido.
Así que allá arriba, donde sé que me estás viendo, quiero que sepas que todo esto es por vos. Gracias por enseñarme a soñar y a no rendirme nunca. Ahora más que nunca, llevo con orgullo tu legado en cada jugada, en cada esfuerzo, y en cada triunfo que viene. Desde el cielo, este logro también es tuyo.