En busca de las raíces irlandesas de Drácula

En busca de las raíces irlandesas de Drácula
Tablilla de madera del siglo XV en la que aparece Vlad Tepes III, más conocido como Drácula. Crédito: Bayerische_Staatsbibliothek / dpa

Por Christoph Driessen (dpa)

DUBLÍN (dpa) – El ataúd de Drácula es de lo más confortable. Aunque los pies le lleguen a uno hasta el borde, el interior, de un granate tirando a púrpura, es mullido e invita a tumbarse en él. Si no hubiera luz, es posible que al visitante no le costara incluso echarse una siestecita.

La mayoría de turistas que se acercan a “Castle Dracula” (http://dpaq.de/WXX3L), una atracción relativamente nueva de Dublín, no saben qué tiene exactamente que ver la capital irlandesa con el vampiro, al que relacionan más con la región de Transilvania. Pero lo cierto es que su creador, Bram Stocker (1847-1912), nunca puso un pie en Rumanía. Y, sin embargo, nació justo al lado de este “castillo”.

Stocker tuvo una infancia infeliz. Fue un niño enfermizo que estuvo postrado en la cama hasta los siete años, cuando se recuperó repentinamente de la misteriosa enfermedad que padecía. Después, se convirtió en un hombre bastante fornido que estudió Literatura, Historia y Matemáticas en el Trinity College de Dublín, donde destacó como un gran deportista.

Pese a que estoy fuera de horario para una visita guiada a “Castle Dracula”, su director e ideador, Ronan, accedió a abrirme las puertas. Así, paseamos solos por sus vacíos corredores y no pude evitar reírme cuando supe que, en realidad, el lugar ocupa la extensión de un exclusivo centro de fitness.

Al caminar, nos dábamos en la cabeza con cuerpos inertes que colgaban del techo, susurrándonos con voces infantiles, y luego perdimos el equilibrio sobre un puente que conduce hasta un túnel. Cuando llegamos al ataúd, Ronan me invitó a tumbarme en él y desapareció.

Entonces, “Castle Dracula” cobró repentinamente vida, con velas y ojos que se iluminaban mientras se escuchaba el aleteo del viento entre las cortinas. Cerré los ojos. Apenas unos días antes, había visto las infames momias que alberga la cripta de la iglesia de San Michan, una de las más antiguas de la ciudad, en una pose similar a la mía.

Se cree que Stoker también las vio de joven con sus padres. El templo sigue recibiendo numerosas visitas, sobre todo para contemplar los viejos y polvorientos ataúdes. Muchos de ellos están abiertos y pueden contemplarse las calaveras, los dedos de los pies e incluso las uñas de personas que vivieron en Dublín hace más de 400 años.

Mientras tanto, me di cuenta de que Ronan me estaba poniendo a prueba: me había encerrado en su castillo al igual que Drácula hizo con su visitante, Jonathan Jarker. Me senté, mirando a los ojos a tres de sus vampíricas novias. Hacía mucho frío, según Ronan porque las salas se caldean rápido con los en torno a 50 turistas que se suman a sus visitas guiadas, para mayores de 14 años.

Sin embargo, en esos momentos yo estaba solo, así que salí del ataúd y me puse a buscar la salida. Por el camino, iba diciéndome a mí mismo que, como adulto, es estúpido sentir miedo en un supuesto castillo encantado. No hay nada aquí que sea real, salvo el rizo de Bram Stoker que su mujer le cortó de la cabellera cuando estaba en su lecho de muerte, en 1912.

Lo cierto es que la muerte del escritor pasó bastante desapercibida en su día, pues tuvo lugar apenas cinco días después de que se hundiera el “Titanic”. Cuando por fin encontré la salida, Ronan me esperaba. Le saludé, pero no obtuve respuesta. “Da bastante miedo estar por aquí”, le dije, y entonces sonrió. “Me alegro, he invertido mucho en ello. ¡A todo el mundo le gusta pasar miedo alguna vez!”

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