Carla Guelfenbein: «La historia oficial no existe en la literatura»

Carla_GuelfenbeinENTREVISTA

Por Raquel Miguel (dpa)

Madrid, 27 may (dpa) – La historia de su familia, la dictadura y el exilio, su origen judío, la ideología, la maternidad… todo eso pone la autora chilena Carla Guelfenbein (Santiago de Chile, 1959) en “Contigo en la distancia”, su quinta novela que le ha valido el Premio Alfaguara y que aterriza estos días en toda Latinoamérica.

“El resultado de una obra es el resultado de una vida”, afirma en entrevista con dpa en Madrid. “Para poder tejer tan fino se requiere mucha vida”.

Y fino teje esta historia narrada en múltiples voces – masculinas y femeninas, jóvenes y de avanzada edad- protagonizada por Emilia, una joven hija de padres chilenos exiliados en Francia, que vuelve a Chile buscando desentrañar el misterio que ejerce sobre ella una escritora, Vera Sigall. Antes de poder entrevistarla la autora sufre un accidente que la postra en coma y obliga a Emilia a continuar su misión con la única ayuda de las palabras que dejó escritas.

A partir de ahí Guelfenbein elabora una compleja trama que transcurre paralelamente en dos tiempos (en los años 50 y en la actualidad) que combina thriller policíaco, exploración de sentimientos y que propone al mismo tiempo una reflexión sobre la literatura y su significado en la vida.

“Desde niña la palabra era mi lugar, mi refugio, donde yo existía (…) y que daba sentido y continuidad a la vida después de todo lo que tuve que abandonar”, cuenta en referencia a su exilio a Reino Unido, donde se mudó con sus padres tres años después del golpe militar de Augusto Pinochet. Sin embargo, el exilio familiar de esta escritora tiene muchas más aristas: de origen ucraniano, su familia había emigrado a su vez a Latinoamérica huyendo del horror nazi. Un ciclo que Guelbenfein completa más tarde volviendo a Chile desde una perspectiva distinta: como creadora.

Una historia fascinante de éxodos, migraciones, exilios y vaivenes que está comenzando a reconstruir a través de la literatura, pero sin llegar a aprehenderla. “No tengo la historia de mi familia: yo la ficciono y la invento (…) la historia oficial en la literatura no existe, puedes reinventarla y reinterpretarla sin punto final”.

Una de esas reinvenciones consiste en poner a Vera Sigall el apellido de su propia bisabuela y construir el personaje a partir de una de las escritoras que más fascinación ejerce sobre ella y sobre su obra: la brasileña Clarice Lispector.

Desde que Guelfenbein descubriera su obra cuando era muy joven, confiesa que no dejó de buscarla. “Por su literatura compleja y simbólica y por su escritura muy particular” en la que se vislumbra una influencia oculta de su origen también judío y de la lengua hebrea, pese a que ella aseguraba no conocerla.

“Clarice es una de las grandes”, sentencia Guelfenbein. “Y uno de mis cometidos es que ocupe el lugar que merecía”, dice convencida de que si no hubiera muerto tan pronto (cuando tenía poco más de 50 años) habría ganado el Premio el Nobel.

“En su época fue comparada con Virginia Wolff o James Joyce. Su escritura tiene algo que ver con Herta Müller, que ganó el Nobel, pero que me parece infinitamente inferior que Lispector”, cree la chilena. “Por eso quiero que su obra empiece a forma parte de nuestra cultura”.

Inspirada en Lispector, Vera Sigall es una misteriosa mujer que atrapa con su presencia y con su literatura. “Porque habla del misterio de las palabras, que producen algo más de sí mismas y que existen más allá de sí mismas”.

Un misterio poético que le sirve para ahondar en la complejidad de la existencia, de los sentimientos y de las relaciones humanas. Y es que Guelfenbein deja al descubierto su formación de bióloga -carrera que estudió en Reino Unido- diseccionando con bisturí el significado de la amistad verdadera: “Dejando fuera el resto de variables”, explica.

Sigall fue además el primer personaje del que se apropió Guelfenbein, que asegura que escribe siempre desde el interior”: “Los personajes son lo primero que tengo, y los tengo dentro”.

Guelfenbein late en sus personajes que se atreve a abordar en primera persona y sin límites de edad ni sexo. “No es nada difícil meterse en la piel de un hombre”, confiesa.

“Es fácil porque las mujeres tenemos un conocimiento del ser masculino gigantesco: porque crecemos leyendo literatura escrita por hombres, películas dirigidas por hombres, arte y música creada por hombres. Y ahí está representado el imaginario masculino.

No ocurre lo mismo al revés, ya que los hombres no han crecido con ese conocimiento porque las mujeres creadoras siempre han estado en minoría. Y ahí radica, precisamente, el misterio femenino.

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