
Por Tom Nebe (dpa)
Hans Dörfner, por ejemplo, ha trabajado 48 años. Primero como panadero y luego como maestro pastelero. Se especializó en tipos de cereal modificados y en grandes hornos panificadores, y ya en sus épocas de trabajo gozaba de transmitir lo que sabía: daba clases en escuelas de panadería.
“Quería ayudar a los que daban sus primeros pasos en el oficio, quería que pudieran tener buenos fundamentos de lo que sería su trabajo”, comenta. En 2009 se jubiló y, si bien continuó dando clases, tenía mucho tiempo y ganas de que otros pudieran beneficiarse de sus experiencias.
En algunos países ya existen asociaciones sin fines de lucro que nuclean a pensionistas y organizan actividades en empresas, entidades públicas y escuelas, tanto en sus territorios como en el extranjero. Los jubilados suelen aportar sus conocimientos ad honorem a cambio de un pequeño fondo para cubrir los gastos que les genere la actividad.
El núcleo de esta propuesta es por demás interesante: el objetivo es transmitir conocimientos.
El caso de Dörfner, que se formó en Alemania, es particular. Ya ha participado en más de diez actividades y por lo general han sido en en el extranjero: desde China, Turquía hasta Tanzania. Cuenta que su participación en estos proyectos fue sumamente gratificante, sobre todo al ver que podía ayudar a solucionar problemas.
Él forma parte del Servicio de Expertos Jubilados de Bonn (SES), al igual que otros 12.000 especialistas que tienen en promedio 70 años. Dörfner es particularmente emprendedor. Su último aporte fue en Kazajistán.
“Muchos de los que integran nuestra asociación quieren aportar algo aunque estén jubilados. Y es muy interesante”, plantea la representante de la organización, Heike Nasdala. “¿Por qué habrían de quedarse de brazos cruzados quienes tienen casi 50 años de experiencia?”, añade Dörfner.
Y no sólo quienes tienen una formación profesional pueden participar. Existen otras asociaciones que apuntan a que los pensionistas compartan su experiencia de vida, por ejemplo, en problemáticas escolares que surgen entre los estudiantes y los maestros.
En este área las mujeres tienen mucho que dar, porque, gracias a las capacidades adquiridas como abuelas, pueden funcionar como una base muy valiosa de serenidad, algo también muy requerido fuera del círculo familiar.
Existen además proyectos en los que las personas mayores les enseñan a cocinar a los jóvenes, ya que no todos cuentan con herramientas cuando se ven solos frente a sus neveras.
Y las manualidades, algo cada vez menos usual en las nuevas generaciones, también vuelven a ser valoradas: no todos los jóvenes tienen quién les enseñe a tejer o coser.
Estas experiencias, además de ser útiles para transmitir aprendizajes, resultan interesantes y divertidas para los mayores. Dörfner recuerda, por ejemplo, que una vez, cuando las galletas se encontraban en pleno proceso de horneado y su demostración ante los jóvenes panaderos estaba por terminar, hubo un corte eléctrico. Luego, de un momento a otro, las galletas salieron quemadas.
“Menos mal que no fue la primera clase que di como jubilado”, comenta riendo. No se dejó amilanar. Este año viajará con el próximo proyecto a Armenia.