Vida y muerte de cien mil colones

El código en la tarjeta o en el dispositivo electrónico. La pupila nerviosa que salta entre una combinación de cifras y letras que no dicen nada. Los dedos presurosos que se estrellan en el teclado. La contraseña correcta.

A menudo creo que se trata de un proceso que evoca las abstrusas discusiones respecto al momento exacto de la concepción de la vida.

Que si el gameto.

Que si el cigoto.

Que si la mórula.

Que si el feto.

En este caso: ¿cuándo puñetas empiezan a existir esos cien mil colones que, según el mensaje de WA, me depositaron “anoche, como a las 10”? ¿En el momento en que se hace efectivo el depósito? ¿En el momento en que se genera la factura? ¿Anoche, como a las 10?¿Es acaso la transferencia bancaria una analogía de la cópula?

No está claro.

Lo cierto es que el estado de cuenta se despliega felizmente y allí están, cien mil colones por concepto de “Taller/Agosto”.

Ya fue deducido el monto de IVA, la comisión bancaria y el monto correspondiente a la factura electrónica que alguien generó. O sea, para que esos cien mil colones llegaran a mi cuenta antes fue preciso tener algo más. Alguillo más. Y alguien tuvo que pagar ese alguillo más y otro alguien se dejó ese alguillo más.

La materia no se crea ni se destruye. El dinero sí. Se crea. Se destruye. Y se expolia en los marcos de la defensa del “Pacto Social” y el “Estado Social de Derecho”.

Botones.

Cuadros de diálogo.

Nuevas ventanas que se abren.

La lógica de la informática es la lógica de las burocracias hacendarias del mundo. O lo que es igual: la lógica de la informática y las burocracias hacendarias no es más que desorden digitalizado.

Decido trasladar una parte de esos cien mil colones etéreos a la cuenta de una de mis contrapartes habituales: el importador de vino. Otro cuadro de diálogo con una dramática advertencia: ¿Está seguro?

¿En verdad estoy seguro? Debido a la narrativa neopuritana, casi se diría que al transferir esos veinte mil colones a la cuenta del importador de vino estoy poniendo en riesgo la paz social y la institucionalidad y la excepcionalidad costarricense.

¿Estoy completamente seguro?

Botón de aceptar y listo.

Veinte mil cañas, de las cuales un 13% corresponde al pago de IVA. Y ahora, aparentemente, están en la cuenta de mi importador de vino. ¡Ah! ¡Y se me olvidaba! La comisión bancaria… En la cuenta de alguien.

Quedan ochenta mil.

Le debo 25 rojos a uno de mis amigos libreros. Pedí que me “apartaran” uno de Feyerabend y otro de un ruso que estuvo en un gulag.

OK. Va de nuevo.

Comisión.

A mi amigo librero, que tiene cuenta en otro banco, le deben llegar 25 rojos y yo tengo que sacar un poquito más. La comisión. Y dentro de poco, según la estructura libidinal de la sociedad del Bicentenario, tendré que sacar otro un poquitín más, un 0.3%, para así sostener esa representación Gypsum del engranaje: la burocracia hacendaria.

Se nos presenta como un mecanismo. Émbolos, piñones, bielas, manivelas y poleas. Direcciones de tal cosa, administraciones del otra, gerencias de aquello…

¡Eppure non si muove!

Pagamos, únicamente, para que esté allí, intacta, incólume, como el tótem que erigimos en el mismo sitio donde matamos al padre.

Ahora quedan 55 rojos.

¿Pedimos cena? Sí, pidamos. Ambos estamos cansados. Fue un día largo.

Y con lo que sobra, decidimos pagar Internet, luz y agua.

No alcanza.

OK.

Vamos, entonces, a la cuenta de mi esposa para mover el cachito que a ella le queda y que nos hace falta para completar los pagos.

¡Listo! Se fueron los cien mil colones y el cachito de ella. Todo con sus respectivas deducciones.

Mientras cenamos un par de wraps pensamos en el origen y en el destino del dinero. Pensamos en aquella farsa absurda que exaltaba la autarquía y hablaba de un ruso millonario que llega a un pueblo olvidado con un billete de cien dólares y lo soluciona todo sin gastar un cinco. Claro, me dice mi esposa, “en Costa Rica eso no sería posible porque Hacienda a cada rato te quita alguillo; o sea, de mano en mano los cien dólares del ruso acabarían en nada. Y pensamos, por supuesto, en el Estado de Derecho, la Institucionalidad, la Patria Bicentenaria, la Democracia, la Justicia y en todas esas otras palabras que todavía resisten una mayúscula.

Los artículos de opinión aquí publicados no reflejan necesariamente la posición editorial de EL MUNDO. Cualquier persona interesada en publicar un artículo de opinión en este medio puede hacerlo, enviando el texto con nombre completo, foto en PDF de la cédula de identidad por ambos lados y número de teléfono al correo redaccion@elmundo.cr, o elmundocr@gmail.com.

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