Hablábamos la semana anterior de una realidad que golpea a nuestra sociedad, en el sentido de que se quiere relegar el ámbito de la fe a la vida privada, como si esta no aportara a la sociedad.
Es abundante el Magisterio de la Iglesia y el aporte de esta a lo largo de la historia, sobre la importancia de la fe para el ser humano, para la vida común, para la construcción de la sociedad. Al respecto, por tanto, somos los bautizados los que más responsabilidad tenemos de vivir y testimoniar la fe: la fe no es para apagarla y apartarla al salir al ámbito público y, desde luego, hay que dar razón de la fe, pues la fe es vida.
Lamentablemente, muchas veces, hay que reconocer que, al amparo de la fe, se cometen actos que nada tienen que ver con la voluntad de Dios, lo cual causa resistencia en una sociedad que ve y sufre la contradicción entre lo que se predica y lo que se realiza. En este sentido, muchas veces se ha fallado dentro de la Iglesia.
Pero, la responsabilidad, principalmente, de nosotros los pastores es hablar con la verdad, es iluminar alrededor de la enseñanza auténtica de Jesús y es predicar con palabras y con hechos, sobre la misión encomendada en el Evangelio de anunciar la Buena Noticia a todo el mundo. Sólo unidos a Dios podemos lograr este cometido. Si sacamos a Dios de nuestras vidas, habría una fe vacía, seríamos bautizados solo de nombre.
En su primera Encíclica, Lumen Fidei, el Papa Francisco decía en el numeral 50: “La fe revela hasta qué punto pueden ser sólidos los vínculos humanos cuando Dios se hace presente en medio de ellos. No se trata sólo de una solidez interior, una convicción firme del creyente; la fe ilumina también las relaciones humanas, porque nace del amor y sigue la dinámica del amor de Dios. El Dios digno de fe construye para los hombres una ciudad fiable”.
Si realmente logramos entender esto, los bautizados podremos estar listos para inspirar los mejores sentimientos en la sociedad, para tener, en el caso de Costa Rica, un país que se preocupe por todos, especialmente por los más necesitados.
Asimismo, estaremos listos para vivir conforme a la voluntad de Dios, de acuerdo al mandamiento del amor. “La luz de la fe permite valorar la riqueza de las relaciones humanas, su capacidad de mantenerse, de ser fiables, de enriquecer la vida común. La fe no aparta del mundo ni es ajena a los afanes concretos de los hombres de nuestro tiempo. Sin un amor fiable, nada podría mantener verdaderamente unidos a los hombres”, (Lumen Fidei, 51).
Cuando la fe se instrumentaliza, corremos entonces el riesgo de favorecer sólo a unos, de vivir una cultura del descarte, de alejarnos de esa luz auténtica que es Jesucristo. Somos llamados a vivir la fe, y los bautizados tenemos este compromiso: “se encuentran en plena comunión con la Iglesia católica, en esta tierra, los bautizados que se unen a Cristo dentro de la estructura visible de aquélla, es decir, por los vínculos de la profesión de fe, de los sacramentos y del régimen eclesiástico” (Código de Derecho Canónico, canon 205).
Mi llamado, hermanos, es a que no nos avergoncemos de nuestra fe, a nunca decir aquí están mis creencias y allá mi actividad. Esto es insostenible e inconcebible desde la esencia misma de la fe que es vida, testimonio y actividad conforme a lo que se cree. Aún cuando muchos siembran dudas sobre la Iglesia, o cuando el pecado se ha apoderado de algunas personas dentro de la Iglesia, Cristo camina siempre con ella y la preserva del mal.
Todos los bautizados estamos llamados a mantenernos unidos a Dios y a testimoniarlo con nuestras creencias y juntamente con nuestra manera de vivir y actuar.
—
Los artículos de opinión aquí publicados no reflejan necesariamente la posición editorial de EL MUNDO. Cualquier persona interesada en publicar un artículo de opinión en este medio puede hacerlo, enviando el texto con nombre completo, fotocopia de la cédula de identidad por ambos lados y número de teléfono al correo redaccion@elmundo.cr.