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Una herramienta para la resiliencia agrícola en el Corredor Seco Centroamericano

» Por Julián Carrazón Alocén - Oficial de Agricultura de la FAO

El 17 de junio se celebra el Día Mundial de Lucha contra la Desertificación y la Sequía, fecha que marcará, además, el 30 aniversario de la Convención de las Naciones Unidas de Lucha contra la Desertificación (CNULD), que tiene como objetivo proteger y restaurar nuestras tierras, garantizando un futuro más seguro, justo y sostenible; y que representa el único tratado internacional jurídicamente vinculante, creado para abordar la desertificación y los efectos de la sequía, además de una de las tres Convenciones de Río junto con las de cambio climático y biodiversidad.

La sequía es una amenaza natural compleja y devastadora. A nivel mundial, sus impactos afectan al mayor número de personas y abarcan todos los sectores, con consecuencias catastróficas para los seres humanos, el medio ambiente y las economías. La sequía es un fenómeno “silencioso”, un desastre de evolución lenta que se extiende a lo largo del tiempo y más allá de las fronteras nacionales, cuyo desarrollo y resultados a largo plazo son difíciles de prever.

La agricultura soporta una parte importante de la carga, especialmente en los países en desarrollo, donde emerge como el sector más vulnerable. En estos contextos, los medios de vida rurales absorben hasta el 80 por ciento de las consecuencias directas de la sequía, con efectos negativos en términos de accesibilidad al agua, idoneidad de la tierra, producción de cultivos y seguridad alimentaria. A escala mundial, con más del 40 por ciento de la población total que depende de la agricultura para vivir, se estima que la sequía pone en peligro el bienestar de más de 1 300 millones de personas.

El Corredor Seco Centroamericano (CSC) es una región que sufre de sequías recurrentes y variabilidad climática; cubre aproximadamente un 35% del territorio de América Central y comprende las áreas más bajas de la vertiente del Pacífico y gran parte de la región premontañosa central (entre 0 y 800 msnm) de El Salvador, Guatemala, Honduras, Nicaragua, la provincia de Guanacaste en Costa Rica y el Arco Seco de Panamá. A este territorio se le suman las zonas áridas de República Dominicana, las cuales suponen un 27% de la superficie de este país.

Según el Sexto Informe de Evaluación del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) de 2022, los cambios en los patrones de precipitación y en la humedad del suelo darán lugar a un aumento de las sequías en Centroamérica y el Caribe dominicano. Es muy probable que las temperaturas sigan aumentando a tasas superiores a la media mundial, lo que provocará un aumento de los incendios, de la aridez y de la sequía agrícola y ecológica; un aumento de la escasez de agua y de la competencia por el agua; y un empeoramiento de los impactos sobre los medios de vida rurales y la seguridad alimentaria, en particular para los pequeños y medianos agricultores y los pueblos indígenas.

Según la política de resiliencia, adaptación y gestión de la sequía de la CNULD, reducir el riesgo de sequía implica, actuar en tres pilares: 1) implementar sistemas de supervisión de la sequía y alerta temprana; 2) evaluar la vulnerabilidad y el riesgo de sequía; y 3) limitar los impactos de la sequía y responder mejor a ella.

Como parte los esfuerzos para incrementar la resiliencia frente a los impactos potenciales de la sequía y actuar en los tres pilares arriba mencionados, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) apoya actualmente, con el soporte financiero y técnico del Gobierno de Brasil, la adaptación al contexto mesoamericano de la herramienta brasileña de zonificación agrícola del riesgo climático (ZARC), la cual ha demostrado ser una herramienta valiosa para la agricultura de secano en Brasil.

La implementación de la ZARC en la región mesoamericana contribuye a las acciones enmarcadas en la Iniciativa Mano de la Mano – “Construyendo Resiliencia en el Corredor Seco y Zonas Áridas de la Región del SICA” y podría tener varios beneficios. En primer lugar, al proporcionar información precisa sobre las fechas óptimas de siembra basadas en el análisis de datos climáticos, la ZARC podría ayudar a los agricultores a maximizar sus rendimientos y minimizar las pérdidas causadas por las variaciones climáticas. Esto no solo aumentaría la resiliencia de los agricultores a los impactos del cambio climático, sino que también podría mejorar la seguridad alimentaria en la región.

Además, la implementación de la ZARC podría fomentar la adaptación al cambio climático en la región. A esto se suma que, al proporcionar a los agricultores información precisa sobre las condiciones climáticas y las fechas óptimas de siembra, la ZARC incentivaría a los agricultores a adaptar sus prácticas agrícolas a las condiciones cambiantes, lo que a su vez podría aumentar su resiliencia a largo plazo al cambio climático.

Por último, la implementación de la ZARC facilita un mejor acceso a crédito y financiamiento para los agricultores. Los prestamistas y las instituciones financieras a menudo ven la agricultura como una inversión de alto riesgo debido a su susceptibilidad a las variaciones climáticas. Sin embargo, al reducir este riesgo a través de la implementación de la ZARC, los agricultores podrían tener un mejor acceso a los préstamos necesarios para invertir en mejoras en sus operaciones agrícolas.

En conclusión, la tecnología brasileña de ZARC tiene el potencial de aportar significativamente a la resiliencia y adaptación al cambio climático de la agricultura en el corredor seco centroamericano y zonas áridas de República Dominicana, y podría ser una herramienta valiosa para los agricultores de la región en su lucha contra los impactos del cambio climático.

Para que esto sea posible, será necesario un compromiso y una inversión significativos por parte de los gobiernos y las instituciones financieras para implementar y apoyar el uso de esta tecnología.

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