Columna Cantarrana

Una defensa desapasionada de Bad Bunny

Uno se siente impelido a creer que, básicamente, solo existen dos tipos de rocos o, lo que es igual, dos tipos de actitudes ante la certeza de que ya toca examen de próstata: los amargados que lloran por la belleza antigua del mundo y los que intentan desesperadamente mantenerse vigentes. 

O sea, los rocos boomer y los rocos cool. 

Esta tipología, acaso abusiva, acaso temeraria, se vuelve particularmente precisa cuando nos aproximamos a las reacciones que suscitan expresiones musicales como el reguetón. 

Pienso, específicamente, en el chivo de Bad Bunny del jueves pasado. 

Cabe decir que, dentro de los rocos boomer, a su vez, hay un subgrupo muy llamativo. Personas sin grandes conocimientos musicales, personas que se sienten cultísimas por ir a un concierto de algo tan abominable como Tres Tenores o Chente Fernández y que, sin embargo, lanzan invectivas feroces contra el reguetón y lo reducen a una expresión musical de nulo valor debido a su simpleza o su técnica deficiente. Formulan valoraciones categóricas y virulentas críticas contra la pobreza del reguetón. Y cualquiera que los oye diría que son capaces de tararear de memoria cualquier sinfonía de Mahler. 

Luego, está el otro subgrupo, el de los rocos pipis que no logran mantenerse del todo vigentes. Los que oyen rock progresivo y creen que Jethro Tull es una gran banda. Esos, también, descalifican al reguetón, y aunque cuentan con un poquito más de recursos analíticos que los rocos Chente Fernández, no pasan de ser igualmente pretenciosos y ridículos. Sobra decir que tampoco son capaces de tararear de memoria, ni siquiera, el tema principal de una de Beethoven. 

A los rocos cool, a esos que intentan mantenerse vigentes a toda costa, los asiste el gesto simpático del patetismo buena onda. Son, en efecto, simpáticos y patéticos y su principal rasgo es tratar de ser amigo de las hijas y las alumnas. 

Suelen aventurar algunos pasos de reguetón y piensan que las disputas entre Residente y J Balvin pueden entenderse desde el materialismo histórico.  

Hay, con todo, una tercera vía respecto al reguetón. Una posición socialdemócrata, de centro respecto al reguetón. Y me gusta pensar que yo pertenezco a ese grupo. 

Se trata de personas que no escuchamos reguetón, ya que se nos antoja furiosamente ajeno. Es más, se dijera que, incluso, deviene incomprensible ante nuestros oídos y nuestros cuerpos noventeramente arruinados por las películas de David Lynch y los discos de Radiohead. 

Pero no lo condenamos. 

Sabemos que el reguetón comporta una ruptura con los parámetros modernos de consumo de la música popular. Sabemos que el reguetón, por decirlo así, implica una experiencia estética corpórea y que por eso no tiene sentido discutir sus premisas técnicas desde una teoría musical, por lo demás, agotada, que parte de la noción de un sujeto pasivo que escucha e incorpora racionalmente los productos musicales. Y sabemos que Bad Bunny es el fenómeno musical más extraordinario desde Los Beatles. 

Pero no nos gusta.  

Recuerdo el chelista bosnio que tocó el Adagio de Albinoni durante el sitio de Sarajevo. Lo tocó en funerales y en tumbas ajenas. Lo tocó, según dicen, durante 24 horas seguidas luego de la muerte de su hermano. Casi todo el mundo, por entonces, sucumbía al entusiasmo internacionalista de la Unión Europea  y la OMC. Pero en Yugoslavia el siglo XX seguía siendo el siglo de las catástrofes. 

Hoy sabemos que nuestro tiempo, los noventas, fue una estafa y que la gente joven de hoy, con todo y Bad Bunny, es  infinitamente mejor que nosotros. 

Nosotros vagábamos por el mundo hasta donde la idea de “mamá” empezara a atenuarse. Éramos lastimeros, autodestructivos, frágiles. Nos presumíamos etéreos y no nos entendíamos desde nuestra corpórea materialidad. Éramos paleo-emos, proto-consumidores de Clonazepam y Paxil.  Y sí, de repente teníamos una mejor banda sonora. O tal vez, simplemente, teníamos una mejor banda sonora cuando se trataba de fracasar a la hora de ligar.

Los artículos de opinión aquí publicados no reflejan necesariamente la posición editorial de EL MUNDO. Cualquier persona interesada en publicar un artículo de opinión en este medio puede hacerlo, enviando el texto con nombre completo, foto en PDF de la cédula de identidad por ambos lados y número de teléfono al correo redaccion@elmundo.cr, o elmundocr@gmail.com.

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