¿El mejor diputado o diputada 2024?

Un ocaso no esperado

» Por Luis Alejandro Álvarez Mora - Abogado y Notario Público

Sin duda el expresidente Arias Sánchez ha tenido influencia en la política nacional desde los ochentas; esa influencia se ha diluido con el tiempo.

Enfrentó a los “ayathollas” de su partido, expresidentes Figueres y Oduber, buscando una candidatura no apoyada por la estructura, que se decantaba por Carlos Manuel Castillo. Aún resuena su afirmación de no necesitar “muletas” para ganar la candidatura.

Una campaña exitosa, en la cual afirmó que, de ganar, Liberación Nacional gobernaría hasta más allá del año 2000. Su apuesta por la paz, le llevó a convertirse el presidente del periodo 1986-1990.

Al ser galardonado con el Premio Nobel de la Paz de 1987, le proyectó más allá de las fronteras, logrando la pacificación en una zona conflictiva. Un honor recibido y que llenó de orgullo a los costarricenses.

Conferencista internacional, y líder del arismo, se mantuvo vigente, y aspirando a postular nuevamente su nombre como candidato presidencial.

La Sala Constitucional en el 2003, en un controversial fallo, eliminó la prohibición de los expresidentes para reelegirse, dejando el texto tal y como estaba en la Constitución Política antes de la reforma de 1969.

El expresidente se dio la libertad de pensar durante nueve meses, antes de definir si postulaba o no su nombre.

Sin otros aspirantes, se convirtió en la promesa verdiblanca para llegar nuevamente al Ejecutivo, luego de dos derrotas consecutivas ante la Unidad Social Cristiana, lo que le truncó el sueño de que su partido gobernara consecutivamente desde el 86 hasta el siglo XXI.

Se le presentó como el Capitán que requería el “barco” nacional, y donde se auguraba una amplia victoria, apenas superó el 40%, lo que evitó ir a una segunda vuelta.

Presidente para el periodo 2006-2010, su segunda administración, fue controversial por temas como el Referendum del TLC y el “Memorandum del Miedo”; el Plan Escudo para enfrentar la crisis económica mundial, con las consecuencias fiscales a largo plazo que tuvo; y el proyecto de Crucitas, que terminaría en estrados judiciales, entre otros.

Su partido repitió con la candidatura de su vicepresidente Chinchilla, su ungida, mas don Oscar terminó distanciado de la primera mujer que ejerciera la Presidencia de la República.

El proceso electoral del 2014, su mano derecha, Rodrigo, retiró su nombre como precandidato al no contar con el respaldo de los electores, y se debilitó más el arismo.

En el 2016, hubo quienes quisieron repetir lo vivido en el 2006, pero esta vez el llamado no fue bien recibido. Encuestas, y una paupérrima marcha a la residencia del exmandatario en Rohrmoser, fueron clara señal que, de postularse, no superaría el mínimo requerido, exponiéndole a una no muy honrosa segunda vuelta.

Su ficha en la interna verdiblanca resultó vencedora, para tener en el 2018 la peor derrota de la historia de su partido.

Un cambio de timón en la Fiscalía General le tiene hoy como imputado en el caso Crucitas.

Al decaido líder le sorprendió, en el momento menos esperado, el efecto dominó de varias denúncias de índole sexual, dos en Sede Judicial, y que han vuelto a hacer circular su nombre a nivel mundial, pero esta vez de una forma reprochable. Se viven los tiempos implacables del #MeToo. Enfrentar estos procesos, será desgastante. Un largo camino espera hasta llegar a una sentencia.

La autoproclamada “águila”, herida y escondida en su nido, está enfrentando un ocaso no esperado.

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