Pese a la dificultad para capturar en toda su extensión, complejidad y precisión el fenómeno de la corrupción, la evidencia disponible es suficiente para demostrar que estamos frente a un problema sistémico, de consecuencias perniciosas y de difícil solución.
La corrupción como tal, nunca se ha perseguido en nuestro país y los corruptos se han quedado con el dinero y han sido aceptados sin ningún rechazo, por sus familias, amigos y conocidos. No importa cómo hayan hecho el dinero, si lo tienen, son admirados y bien recibidos.
La corrupción se da tanto en el sector privado como en el público, sin embargo, mientras en el primer caso es un asunto que afecta a particulares, en el público, quitarle recursos al gobierno en un país con tanta pobreza, es robarle a los más pobres.
Muchas de las grandes fortunas en nuestro país se han hecho a través de la asociación entre el sector público y el privado, por lo que la corrupción y la falta de acciones en su contra ha provocado que llegara a niveles extremos.
El primer freno, pero no el único, para no caer en la corrupción es la ética personal que uno adquiere a través del ejemplo familiar y la escuela. Lamentablemente esto no sucede en todos los casos, porque, entre la gente pobre, la corrupción o el robo son aceptados por necesidad y entre la rica, es para mantener o ascender en su estatus social.
Cabe destacar que la corrupción debería ser de rechazo social, pero en Costa Rica, si no hay condena legal, tampoco hay condena social. Los corruptos no sólo, no son rechazados, sino que son admirados por su dinero y audacia.
Sin duda alguna, no se trata de actos de corrupción cometidos por individuos aislados. La corrupción alcanza el nivel de norma social: de una creencia compartida de que usar el cargo público para beneficiarse a sí mismo, a los familiares o a los amigos es un comportamiento generalizado, esperado y tolerado.
El Gobierno de Rodrigo Chaves ha iniciado de buena manera la lucha contra la corrupción y para los costarricenses, se empieza a escribir una nueva historia, que nos devuelva la esperanza y la fe en los seres humanos.
Es claro que la lucha contra la corrupción debe ser paulatina, sistemática , global y frontal. Debe ser iniciada y alentada desde el estado. No le corresponde al civil empezar una cruzada de estas magnitudes. Los resultados deben ser corroborables es decir en la vista de todos con algunos resultados espectaculares, despidos, cárcel, expropiaciones y multas.
La lucha contra la corrupción no debería afectar la libertad de expresión y tampoco el acceso a la información. Su enfoque debe velar desde la asignación de los recursos públicos hasta la supervisión del gasto; desde el aparato de investigación de los ministerios públicos hasta el sistema de justicia; desde la cultura hasta el de la ética corporativa; desde los sistemas de denuncia hasta el trabajo de las ONGs.
Por último, si los resultados son palpables la gente podría empezar a creer que el esfuerzo es en serio y se aunaría a lo que se puede convertir en un proyecto nacional de eliminar la corrupción los más que se pueda. Evidentemente si el pueblo está convencido, no hay duda alguna de que apoyaría con confianza esta lucha que recién inicia.
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