Uno de las sorpresas que me ha dejado esta cuarentena, es la posibilidad de descubrir iniciativas culturales. Dentro de estas, una de las más interesantes es el programa La última página, una iniciativa que coordinan desde la Argentina los profesores Diego Ortega y Sebastián Porrini. Los programas suelen durar entre treinta minutos y poco más de una hora. Los presentadores suelen presentar autores, géneros o profundizar en algunos temas literarios o filosóficos.
Hace unos días comentaba en la página del programa acerca de la necesidad de incursionar dentro de la literatura centroamericana, comentario que el señor Porrini tuvo la amabilidad de responderme, recordando el papel de nuestra Costa Rica como la democracia más estable de América Latina. Tuvimos un par de conversaciones adicionales, don Sebastián tuvo la amabilidad de indicarme que conocía poco de nuestra literatura, que conocía más de nuestra historia política, de la abolición del Ejercito, la gran gesta de don Pepe Figueres, y el papel de don Oscar Arias dentro del proceso de paz de los años ochenta, que le valió el Nobel de la Paz.
Debo confesar que el comentario de don Sebastián Porrini me dejo pensando. Los ticos tenemos el gran problema de no valorar las particularidades de nuestra historia, sobre todo, cuanto ha costado construir una institucionalidad que explican algunos de nuestros indicares sociales. Políticas como el acceso universal a la medicina social, no son regalo del cielo o una concesión del jerarca de turno. Se trata de políticas que han durado décadas en construirse, en muchas ocasiones, a paso de cangrejo: a veces retrocediendo, otras avanzando. Otros países del área no han tenido esa posibilidad.
Como dije, en este país tendemos a despreciar o entender nuestras particularidades, y en cambio a valorar positivamente a actitudes que dichosamente nuestro país. Veo como algunos de mis compatriotas realzan actitudes de gobernantes que gobiernan mediante golpe de efecto, rodeando el Congreso para presionar para que se aprueba un préstamo internacional, o negarse a acatar las órdenes de la Corte suprema que estableció la ilegalidad de las detenciones a personas sospechosas de estar enfermas de COVID-19, entre otros gestos que se le atribuye a uno de nuestros gobernantes del istmo.
Aquellos que premian este tipo de gestos olvidan que detrás de estas conductas se esconde un profundo desprecio por las instituciones democráticas como el principio de separación de poderes, el derecho al debido proceso o la independencia judicial. Son los mismos que pregonan un discurso de mano dura que curiosamente tiende a perseguir a las minorías y que repite la estrategia que en su momento denunciara el Conde de Lampedusa: cambiarlo todo para que todo siga igual.
Hoy algunos de estos mismos grupos llaman a manifestaciones para poner fin al gobierno actual. Incluso algunos medios de comunicación participan en ese coro. Recurrir a este tipo de recursos tampoco es nuevo, vivimos momentos similares a mediados de los años ochenta, pero el país pudo superar la tentación autoritaria y seguir hacia adelante. Hitos como la declaración de la neutralidad perpetua, lo demuestran.
Los últimos tiempos no han sido fáciles para Costa Rica. Hemos enfrentado una larga sequía económica que la actual crisis sanitaria a nivel mundial lleva a agravar. La enfermedad está lejos de estar controlado y ha llevado a que como estrategias para mitigar su impacto, se tenga que recurrir a medidas como el uso de las cuarentenas que lleva a que en algunos lugares se afecte el funcionamiento de la actividad económica. Y en Costa Rica, como en todas partes, esto ha llevado a que se den protestas: un confinamiento pueden soportarlo más fácilmente grupos que cuentan con ahorros o ingresos fijos. Pero para las personas que laboran por cuenta propia, y que necesitan del flujo comercial, los cierres los ponen cuesta arriba, porque los pagos siguen corriendo y porque en muchos casos, nunca hubo una política de moratoria que pudiera apoyar a este tipo de negocios.
En otro artículo mencionábamos la necesidad de que se incorporen las diferentes visiones y los intereses de los grupos que se encuentran hoy en pugna. Es necesario dialogar, pero sobre todo fomentar confianzas. Eso es especialmente difícil, cuando el panorama se mantiene nublado y existen en el ambiente cantos de sirena de diferentes sectores que tratan de retomar un horizonte de normalidad que al menos en mi caso, no lo veo claro y que parece más bien nos pueden hacer recorrer caminos que otros han atravesado y sufrido.
Sin embargo, como dije en estos momentos de zozobra, voces como al del señor Sebastián Porrini me hacen recordar que este país ha marcado y puede seguir marcando la diferencia. Hemos podido ser una democracia estable porque hemos podido construir juntos. Aún los momentos de mayor penumbra puedan resolverse, y de las crisis se puede salir mucho más fuerte, pero la posibilidad de esa salida no depende solo del gobierno, sino de cada uno de nosotros.
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