Ayer se escribió una página oscura en la historia de nuestro país, pero no la única. Los actos de violencia y agresión que propinaron algunos manifestantes en perjuicio del presidente Carlos Alvarado, tuvieron una única víctima: la cultura de paz y el respeto a la institucionalidad democrática de nuestro país. Arremeter contra el presidente de la república, no es hacerlo contra A o contra B, contra el PLN, PAC o PIN, es trasgredir nuestra democracia, pues es la investidura presidencial la que en gran parte representa nuestro sistema, más allá de quien la ostente por un periodo constitucionalmente definido.
Costa Rica enfrenta sin duda un momento crucial, decisorio en cuanto a su estabilidad económica. Estabilidad económica que no está en jaque desde que Alvarado asumió la presidencia, lo está desde hace tres administraciones atrás. Prohibido sería olvidar, por ejemplo, que la Administración Arias Sánchez culminó su gestión disparando el gasto público al 19.8% del PIB y con un déficit del 5,2%.
Sin embargo, ya no es tiempo para señalar responsables, sino para resolver. La “papa caliente” la tienen ahora las señoras y señores diputados, y ¡NO!, esta vez ya no hay oportunidad para pasársela a alguien más. La decisión se debe tomar y con urgencia.
La atmósfera nacional de las últimas semanas, nos deja la mesa servida para estudiarla de manera multidisciplinaria y desde diversos ángulos: lo jurídico, lo social, lo político y por supuesto: lo económico. Más allá de esto, lo cierto es que el país ha estado caminando a medio andar, con paralización de diversos servicios, incluso de índole esencial y con miles de trabajadores en las calles, motivados por sus líderes sindicales (muchas veces siendo víctimas de argumentos falaces), por las noticias falsas o verdaderas que reciben a través de redes sociales o porque incluso, algunos piensan que una destitución del presidente es posible.
Sin duda, cada uno bajo la “oposición al plan fiscal” suma a esto alguna otra razón en particular, la inseguridad, la injusticia, el colapso vial, la corrupción, la cita que aún no le brindan en la CCSS, o las pensiones de lujo. Y este mensaje, señorías, también deben captarlo las autoridades (incluyendo las judiciales), pues es un reproche, una denuncia a gritos.
No obstante lo anterior, la huelga ha perdido legitimidad, y la ha perdido desde que olvidamos que toda manifestación, en principio, busca una finalidad común y que para lograr tal, se debe buscar un camino, ¡y no!, no siempre es el de la calle o los bloqueos, mucho menos la violencia. La historia nacional demuestra que el diálogo y la negociación han sido la herramienta predilecta para unir voluntades y sacar andar este país. Sin embargo, en ese proceso, muchos han olvidado que, para acordar, cada quien, debe ceder un poco. Y sí, en la infructífera mesa de negociación entre gobierno y sindicatos yo también extrañé al presidente Alvarado, como también, añoré una disposición real de negociación por parte de la dirigencia sindical.
Por su parte, el sindicalismo es necesario, persigue reivindicaciones sociales. Pese a esto, cuando no tiene la inteligencia suficiente para definir con claridad su fin, sostener con consistencia su discurso, marcar la ruta a seguir y los mecanismos idóneos para lograrlo: cae en coma. Y cuando este se entiende una fuerza política más en busca de un protagonismo infructuoso, ha perdido su norte.
A su vez, no podemos entender el derecho a manifestarnos como un derecho ilimitado o irrestricto, que pueda vulnerar otros derechos como el de alimento o acceso a la salud. Como tampoco podemos justificar la violencia contra quienes ocupan puestos de elección popular, pues ninguna violencia es justificable y además, esto es amenazar la base democrática y pacífica de nuestro Estado, con casi 200 años de gestación.
Hoy Costa Rica me parece extraña, la veo teñida de violencia, de sed de poder, de dolor, dividida. Hoy veo singularidades por doquier, y una búsqueda enfermiza de la razón absoluta, en un tema en el cual nadie puede aspirar a tenerla, pues tan solo la historia será capaz de revelarla. Algunos parecen haber olvidado que, bajo el blanco azul y rojo, la mayoría hemos siempre otorgado lugar predilecto a la paz y al diálogo.
Hoy, Costa Rica me resulta extraña y yo, la echo de menos.
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