Su majestad la “billetera gorda”

El país vive hoy un momento glorioso.

Su lucha por liberarse de la tiranía de la «billetera gorda» ejercida por nuestra inveterada aristocracia política, empresarial y gremial.

«Billetera gorda» que desde hace medio siglo ha estado por encima de constituciones e instituciones, poderes y deberes, reyes y leyes.

Que abreva del arca pública vía contratos y concesiones, salariazos y alquileres, viajes y peajes, evasiones y licitaciones.

Que se atraganta de perdones fiscales, comisiones por debajito, favores diplomáticos, clientelismo, decretos «con sabor a mí» y pensiones obscenas, entre otros arroces.

Incluso de muertos que siguen vivos en planilla, y de vivos que se hacen los muertos para no devolver el bono Proteger pagado… ¿por error?

La misma «billetera gorda» que ha hecho de los recursos y esperanzas del ciudadano de a pie el botín más boyante y exótico de la realeza bipartidista, hoy moribunda, y de su apéndice («en PAC descanse») que nos han gobernado.

Primero, chupando a placer de un Estado deformado a la medida de sus delirios, y segundo, sobornando conciencias para blindarse jurídicamente de sus martingalas.

Se trata de la tribu de postín y corbatín del sector público y privado que han gozado del billete grande mientras nuestra población labriega naufraga en la precariedad.

Porque, salvo arruinarla, ¿qué han hecho por ella esos amos de la «billetera gorda» para creer que se merecen privilegios tan insultantes?

Ni siquiera mentir bien porque hasta el principio de separación de poderes que proclaman y reclaman lo han hecho trizas ellos mismos cuando, a la sublime hora de repartirse el «cariñito», se hacen una sola mancuerna.

Por eso, hacia donde miremos, la omnipresencia de la «billetera gorda» descuella en todas las instancias del poder como la lápida que hoy nos sepulta por fina cortesía de la élite feudal.

La Caja, legendario bastión de nuestra seguridad social, ha sido reducida hoy a cajero automático de sus parásitos.

Los mismos que se auto recetan desmesurados aumentos salariales al precio de negarle y hasta cerrarle al paciente paganini servicios médicos en hospitales, emergencias, clínicas y EBAIS.

Sitios estos, además, donde los asegurados mueren esperando su cita, pensión, equipos, medicamentos y espacio porque a la Caja sencillamente la jodieron.

Otra aberración es la Ruta 27 que condena a diario a miles de costarricenses a pagar doble peaje: hacia «el primer mundo» de ya ustedes saben quién, que acabó en mercadillo de prestiños, pitos y empanadas, y hacia «el otro mundo» cuando el derrumbe, choque o ataque de hígado nos sorprenden.

Y sin derecho a chistar, dadas las prerrogativas que nuestros jerarcas de la «billetera gorda» les sirvieron en bandeja de plata, ¡y qué plata!, a sus desarrolladores.

Para no mencionar la Ruta 32, la autopista a San Carlos, la trocha, circunvalación norte y sur, puentes, radial Florencio del Castillo-Garantías Sociales y demás brillos diamantinos.

Porque nada, ninguna obra ni servicio público, ha escapado de las saturnales o desenfrenos de la flor y nata del poder que han hecho del dinero ciudadano su chorro abierto institucional.

Como el del AyA, mientras el país aguarda impaciente su gota de agua para los frijoles del día.

Vean la seguridad pública: entre balas, muertos y lutos lacerantes, el crimen organizado y sus rémoras nos están «mexicanizando».

Ah, pero nadie en el pasado se ocupó de instalar los escáneres para monitorear la droga y el contrabando que circulan sembrando el terror a toda hora.

Ni de dotar a la policía de las herramientas idóneas para combatir el hampa a todo nivel.

Tienen la palabra los que en su momento se hicieron de la «billetera gorda», perdón, de la vista gorda ante ese delito de lesa patria.

Porque tan desgarrador es el crimen organizado como castrante el crimen estatizado.

Así las cosas, con un Estado, unos supremos poderes, una institucionalidad y unos medios de comunicación poseídos por la «billetera gorda» a lo largo de tantas administraciones, ¿podemos hablar de democracia?

El miedo y la incertidumbre que hemos padecido ante la pérdida de paz, libertad, justicia y progreso son más propios de la tiranía.

Porque tan armas para someter a un pueblo son el fusil y la bayoneta del sátrapa, como la violación de los derechos y valores fundamentales del ciudadano por parte de una mafia política con corona.

La descomposición de nuestra democracia a lo largo de este último medio siglo ha sido, en la forma y en el fondo, como un juego satánico de espejos.

En la forma devino primero sutil y luego descarada; y en el fondo, primero manoseada y al final usurpada.

Si bien el 3 de abril de 2022 Rodrigo Chaves fue electo por el pueblo presidente de la República, desde mucho antes ya había sido condenado y crucificado por los mamapatrias de la «billetera gorda».

Por primera vez en décadas ya no sería el gobernante que vendría a perfumarles el bolsillo.

De ahí el diario pataleo de estos, a través de su prensa menguante y delirante, del «Chaves fracasa», «Chaves se equivoca», «Chaves viola», «Chaves pierde popularidad»…

Pataleo que, por supuesto, se mantendrá por el resto de esta administración tratando de impedir su cruzada, y la del ciudadano de a pata, por devolverle la «billetera gorda» a su único y legítimo dueño: el bienestar nacional.

Crucemos los dedos entonces para que este 2 de mayo, a la hora de rendir cuentas sobre su primer año de revolución, el presidente Chaves nos arroje ese tan esperado saldo a favor para la Costa Rica de pico y pala.

Y, por supuesto, para nuestra bendecida democracia.

Los artículos de opinión aquí publicados no reflejan necesariamente la posición editorial de EL MUNDO. Cualquier persona interesada en publicar un artículo de opinión en este medio puede hacerlo, enviando el texto con nombre completo, foto en PDF de la cédula de identidad por ambos lados y número de teléfono al correo redaccion@elmundo.cr, o elmundocr@gmail.com.

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