En varias oportunidades, he llamado la atención sobre un hecho que, desgraciadamente, está caracterizando a nuestro país: la ola de feminicidios. Esa detestable violencia contra la mujer por su condición de serlo.
Las noticias en nuestro país dan cuenta de agresiones que sufren las mujeres en nuestra sociedad una semana sí y otra también. A pesar de los llamados de las diferentes autoridades a detener este flagelo y de las campañas de concientización en contra de la violencia para con la mujer, esta tragedia sigue llenando de dolor a nuestro país.
Reitero, una vez más, que debemos denunciar cualquier tipo de ataque contra las mujeres. Nadie puede callar ante este flagelo. Ante la mínima duda o el más pequeño signo de agresión, hay que decirlo, hablarlo y denunciarlo.
Las mujeres, por su parte, no deben sentirse solas ni deben ser sumisas ante ninguna muestra de violencia. Hago este llamado a las mujeres para que se sientan con la seguridad de alzar la voz, a fin de evitar que el círculo de la violencia se incremente y evitemos una tragedia mayor como el asesinato.
Nunca serán suficientes los llamados o campañas para crear conciencia sobre la gravedad de estos hechos contra las mujeres. Cada vez más deben unirse los esfuerzos de diferentes sectores para hacer llegar el mensaje a toda la sociedad.
El llamado debe ser cada vez más vehemente para reprochar cualquier abuso contra las mujeres. Como lo señala el Papa Francisco: “Las mujeres, así como los niños, se encuentran entre las víctimas más habituales de una ciega violencia”.
El Santo Padre agrega: “allá donde el odio y la violencia toman el relevo, se hiere a las familias y a la sociedad”.
Cada golpe, cada palabra, mal pensamiento e intento de agresión sicológica o física, es una herida que debe hacernos sufrir. Es una herida que no puede cerrarse mientras la sociedad no tome conciencia real del daño que se hace contra sí misma cuando una mujer sufre o muere por la violencia.
Con las mujeres víctimas de agresión sufrimos todos en la sociedad. Cada mujer que pierde su vida por ser mujer, debe hacernos reflexionar sobre los pasos que hemos dado en nuestro país para dignificar a la mujer. Esta situación debe hacernos reflexionar sobre los hechos que nos han puesto ante semejante dolor. Debe ponernos en acción para combatir esta vergüenza nacional, para que el peso de la ley caiga contra los agresores y nunca más se repitan estos hechos.
Dios ha querido, al crear al hombre y a la mujer, que ambos gocen de la misma dignidad, porque ambos son imagen y semejanza de Dios, razón por la cual ambos fueron hechos para el bien.
Debemos poner un alto a la violencia. Estemos alertas en nuestras familias y comunidades, para saber qué está pasando en el trato hacia las mujeres. No podemos ser indiferentes o simplemente encerrarnos en nuestras casas sin poner el corazón en hechos que tiñen de sangre nuestra nación.
Basta ya de reproducir la violencia de género, basta ya de vivir la cultura de la muerte, no más a tanta indiferencia. Cada persona, varón o mujer, tiene un valor en sí misma. Pero sólo entre todos podemos salvar a la familia en nuestro país, sólo unidos podremos detener esta violencia triste, creciente y escandalosa. Que Dios nos ayude y nos dé su paz.
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