Columna Cantarrana

Sodas de churuca

» Por Fabián Coto Chaves - Escritor

No entiendo cómo ligábamos. Se trataba de algo absolutamente ominoso y hasta ahora lo entiendo. Naturalmente en aquellos tiempos resultaba de lo más normal. 

En Nueva York, de repente, la gente salía a cenar comida oriental o francesa; incluso una hamburguesa o pizza. 

En Buenos Aires, a lo mejor, una parrillada o una pasta. 

Es más, hasta en San José era plausible, no sé, comer repostería fina en Giacomin.

Pero nosotros, en Cartago, solo teníamos sodas o ventas de pollos. 

Alguien ingenuo podría pensar que la metodología para mandarse un taco tico, unas doraditas con salsa rosada o un gallo de pollo a las brasas, en el fondo, tiene mucho de la sensualidad vitalista de la “comida étnica”: comer el cous cous con las manos de un mismo plato…. Dejar que la embarrazón evoque fantasías húmedas y furores contenidos. Chuparse los dedos. 

Capaz y eso sí ocurre cuando uno, digamos, se manda un estofado etíope con pan injera. Pero, pese a su extraordinaria sublimidad, pese a su equilibrada perfección,  un taco de Doña Marta no es una comida propicia para los preludios amatorios. Ni qué decir de las doraditas: la maravillosamente infame mancha aceitosa al fondo de la bolsita y ese penetrante aroma a colesterol. 

Ni el Protex. 

Ni el Palmolive. 

Ni jabón azul. 

Ni los Clorets. 

Ni el Listerine. 

Nada puede con el aroma a soda. 

Y así ligábamos. 

En las mañanas de domingo, a lo mejor, una mejenga. Y luego, con suerte, en la tarde/noche ir a misa con “la güila”. Eran los años de la irresponsabilidad dermatológica y casi nadie usaba bloqueador. Llegábamos por la chavala y lo primero que ella veía era un mae con la cara colorada y recién bañado. 

Y una humilde fragancia mezcla de champú Mennen (el que aclaraba el pelo) y Carolina Herrera falsificada. 

Y una jacket que nos quedaba grande, una jacket que agarramos furtivamente del clóset del hermano mayor. 

Luego de misa, por supuesto, taco o doraditas en alguna soda de Churuca. A la vuelta, si la cosa iba bien, aprete con arrimada detrás de algún árbol. 

Era el ámbito de la saliva y el intercambio de hebras de carne mechada. 

Era el ámbito de la halitosis circunstancial. 

Decía Eduardo Escobar que, si nos faltó imaginación, fue por culpa de las enfermedades tropicales. En nuestro caso, si fuimos malos ligando, definitivamente, fue por culpa de las sodas de Churuca.

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