Tuve la oportunidad de conocer al magistrado Luis Porfirio Sánchez Rodríguez durante su presidencia en el Tribunal de la Inspección Judicial, en un momento en que aspiraba a convertirse en magistrado de la Sala Segunda. Desde entonces, nuestra relación profesional fue siempre marcada por el respeto y la cordialidad. Cuando fue nombrado magistrado, me ofreció la oportunidad de unirme a su equipo como Letrado, una oferta que acepté con entusiasmo.
En ese tiempo, me encontraba finalizando la maestría profesional en Derecho Público en la Universidad de Costa Rica, y fue precisamente en la Sala Segunda donde descubrí mi gusto por el Derecho Laboral. El ejercicio de mis funciones me permitió desarrollarme profesionalmente en un entorno que se caracterizó por la integridad y el compromiso con la justicia.
Durante el periodo en que laboré como letrado ni antes en la Inspección Judicial, presencié conductas censurables o comportamientos que pudieran sugerir un ambiente de trabajo inadecuado. Jamás fui testigo de un comentario vulgar, sexualizado, o de alguna conducta inapropiada hacia nuestras compañeras o en relación con los casos que teníamos el deber de tramitar en la máxima instancia laboral. Por el contrario, siempre se me brindó la libertad de disentir, de expresar mis criterios con independencia y, lo más significativo, nunca fui coaccionado para formular un proyecto de sentencia bajo directrices impuestas.
En casi una década de trabajo conjunto, nunca presencié en el magistrado Sánchez Rodríguez un comportamiento impropio hacia ninguna compañera, ni un gesto, mirada o palabra que pudiera interpretarse como ofensiva u obscena. Afirmar lo contrario sería una afrenta a la verdad y al principio de gratitud, que considero fundamental en mis relaciones interpersonales.
Mi relación con el Magistrado Sánchez Rodríguez fue siempre profesional y basada en el diálogo constructivo. Nunca se me impuso una forma de pensar o se me presionó para decidir en un sentido específico. La libertad de criterio y la seriedad en la discusión fueron constantes en nuestra labor.
Decidí dejar la Sala Segunda en abril de 2021 por motivos personales, con el deseo de explorar nuevos horizontes en mi carrera profesional. Mi salida no respondió a descontento alguno con el magistrado Sánchez, sino a la búsqueda de nuevos desafíos en el ejercicio de la abogacía privada, donde actualmente me desempeño; y ante las nuevas condiciones adversas, generadas por las recientes leyes que han impactado a los servidores del sector público, y considerando además la abrumadora carga laboral, consecuencia de una reforma legal que difícilmente alcanzará los resultados esperados sin la debida asignación del recurso humano mínimo necesario.
Observo con preocupación y con dolor cómo, en la actualidad, se pone en entredicho el honor de una persona, erosionando los principios constitucionales de inocencia y debido proceso, al mejor estilo de una suerte de “La Civilización del Espectáculo” (Vargas Llosa) en esta modernidad líquida (Zygmunt Bauman) que nos corresponde enfrentar.
Como litigante, he recibido sentencias de la Sala que, aunque respeto, no siempre comparto. Sin embargo, esta divergencia de criterio jamás debe dar pie a la mezquindad o al resentimiento hacia aquellos que, como los magistrados y magistradas de la Sala Segunda, han entregado lo mejor de sí mismos a su labor. En este sentido, debo reconocer y valorar el esfuerzo diario que realizan en un contexto donde la opinión pública es, a menudo, crítica con su desempeño y entrega. En mi experiencia, han demostrado un compromiso inquebrantable con su labor, a pesar de los reproches a menudo infundados de una opinión pública que no siempre comprende la profundidad y complejidad de su trabajo.
Finalmente, me sorprende y preocupa el silencio de la Corte Suprema de Justicia ante lo que considero una violación de la independencia judicial. Solo puedo esperar que la sabiduría prevalezca sobre el rumor y que la justicia y la verdad se impongan sobre las sombras de la incertidumbre.