Mi papá solía rememorar sus años de infancia en Alajuela, cuando junto a sus amigos visitaban los ríos para pescar y nadar en las verdes y hermosas pozas. Hablaba con nostalgia de esas expediciones a lugares llenos de belleza, de vida y de naturaleza alrededor de nuestros ríos. Hoy recordé sus historias por dos motivos: hoy mi viejo estaría cumpliendo 82 años… y también vi un reportaje que alerta sobre la contaminación de algunos ríos de Alajuela con sangre de mataderos de animales.
En los últimos días han trascendido denuncias ciudadanas en redes sociales que muestran imágenes crudas y alarmantes: el río Itiquís teñido de rojo, convertido en una piscina de sangre. La causa: el vertido constante de desechos provenientes, supuestamente, de mataderos de ganado. El mismo patrón se repite en el río Segundo. Según vecinos del sector, los vertimientos ocurren hasta tres veces por día, y nadie parece detener esta catástrofe ambiental.
La sangre que corre por estos ríos no solo contamina el agua, es un riesgo para la salud pública y también atenta contra la vida silvestre que habita en sus alrededores. Nutrias, mapaches, zorros, iguanas, aves migratorias y locales dependen de estos cauces para vivir. Hoy esa biodiversidad está amenazada por un crimen que ocurre frente a los ojos de todos.
El panorama es desolador: tripas, cueros, sangre, basura, aguas negras, moscas verdes, zopilotes, ratas y zancudos. El río Itiquís no solo arrastra sangre, también arrastra el abandono institucional.
Pese a los esfuerzos de voluntarios y organizaciones por limpiar estos ríos, la contaminación continúa. Empresas y viviendas siguen vertiendo sus desechos con total impunidad. Y aunque existen mataderos legales, cabe preguntarse qué tipo de controles sanitarios existen y con qué frecuencia se realizan las inspecciones. Más preocupante aún es la existencia de mataderos clandestinos, sin fiscalización ni regulación, que representan una verdadera amenaza a la salud de los alajuelenses y del medio ambiente.
El problema no es nuevo, las denuncias se vienen haciendo desde hace tiempo. Lo nuevo es el nivel de desesperanza ante la falta de acción real por parte de las autoridades. Las respuestas institucionales son, en el mejor de los casos, ineficientes, y en el peor, inexistentes.
Como regidor de la Municipalidad de Alajuela, estoy comprometido a dar seguimiento a esta situación. Solicitaré información actualizada al Ministerio de Salud, que tiene la competencia reguladora en estos temas, y a través de la Mesa Operativa Municipal, donde participan las autoridades más relevantes del cantón, propondré un abordaje interinstitucional e inmediato, incluyendo al MINAE, SENASA y a la propia Municipalidad.
No podemos quedarnos cruzados de brazos mientras se perpetra este crimen ambiental. Los ríos están muriendo y con ellos muere parte de nuestra identidad, nuestra historia y nuestra biodiversidad.
Y es que Costa Rica ha sabido mercadearse bien en el extranjero como un país “verde”, rebosante de naturaleza y amante de la ecología. ¡Qué bonito suena eso en los folletos turísticos! Pero qué triste contradicción cuando uno se asoma a los ríos y sus aguas son rojas.