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Reservas de esperanzas

En cada ciudad existen varias ciudades ocultas, accesibles solo para iniciados, que saben dónde mirar.  Existen aquellas que ya solo existen en las viejas fotografías, aquellas que, como la memoria, languidecen hasta desaparecer. Es el caso del majestuoso edificio de la Biblioteca Nacional, solo nos quedan vestigios de su grandeza, en los cimientos derruidos que sirven de entrada a un Parqueo Público o en viejas estampas sepia.

Junto con la gran Biblioteca Nacional de antaño, han ido desapareciendo los préstamos de libros, que cumplían un papel democratizador de la cultura.  Muchas de las bibliotecas públicas que existen, solo permiten el préstamo a sala, y en horarios que se vuelven imposibles para aquellos que traban y estudian. Esto además de la sustracción de libros, pues con cada hurto, la Biblioteca se empobrece.  Esto es lo que permite explicar la existencia en nuestro país de las librerías de segunda mano, que han venido a sustituir el papel de las bibliotecas públicas como espacios de democratización del saber.

La mayoría de las librerías de segunda mano, no son visibles.  Subsisten en locales como casas de habitación, como parte de estas ciudades ocultas. No existen mapas para acceder a estos lugares, cuyas direcciones son como cuentos que se cuentan de boca en boca, entre iniciados. Algunas como en San José, son como puntos de una constelación, así aparecen nombres como Expo diez, el Libro Azul y el Erial. Hay otras como la Hoja de Aire, a unos pocos metros de la plaza Iglesias, en Cartago Centro, que son prácticamente únicas en su provincia, y se convierten en baluartes de la cultura.

Un libro, como otros objetos pueden tener muchas vidas y muchos propietarios, puesto que, si bien a veces pueden adquirir un hogar en las manos de su dueño definitivo, en otras ocasiones los libros se convierten en un artículo de temporada, destinado a iluminar el tiempo mientras encuentra su dueño definitivo. Es decir, más que segunda mano, podríamos hablar de una segunda o tercera vida.

Algunos de estos libros, guardan marcas, como testigos silenciosos de su destino. El nombre de antiguos propietarios, o sello de las librerías de segunda por las que han pasado, incluso dos o tres veces, como los sellos de un pasaporte.

En algunos casos, esta segunda vida cumple un papel más importante al convertirse en una forma más accesible de adquirir textos para escuelas, colegios e incluso universidades. Algunos libros nuevos, sobre todo los de materias especializadas son sumamente caros para personas de bajos recursos o que trabajan y estudian.

Cada lector tiene sus propias perlas. Desde estudiantes de escuela o colegio que buscan textos a precios más accesibles, hasta literatos. En las librerías de usados se pueden encontrar textos raros y textos antiguos, pero esto implica del comprador que desarrolle el hábito del buzo. Por ejemplo, los libros de Francisco Amighetti, los cuales tristemente no se editan, libros de la Colección Orbis sobre Pensamiento o volúmenes de las obras completas de Rodrigo Facio, Vicente Sáenz o Arnoldo Ferreto.

El secreto para aquellos que se adentran a buscar textos de segunda mano es desarrollar la vocación del buzo: acostumbrarse a adentrarse sin tiempo, en medio de océanos de papel. Cada buscador, tiene su propia búsqueda. A veces es el texto necesario, a veces la nostalgia por un detalle perdido, que nos devuelven parte de nuestra propia historia.

Este es el otro factor en que el libro usado democratiza la cultura, ya que no existen búsquedas más importantes que otras, existen búsquedas. Y esta realidad la conocen los libreros, por lo que, dentro de estos locales, no solo existen libros sino también revistas, almanaques y otro de tipo de materiales que se vuelven así accesibles para todos los sectores de la sociedad.

Algunos han pregonado la muerte del libro. El libro como objeto, ha tenido diferentes amenazas con el paso de los tiempos. En un primer momento la fotocopia, como una forma barata de acceder a ediciones caras, o difíciles de conseguir.  También el internet y el libro electrónico, pero este tipo de formato no es gratuito, y responde a sectores más exclusivos. De hecho, sobre todo en el caso de este último, ha influido en que la industria editorial se replante y se hagan menos ejemplares. Esto ha hecho que algunos ejemplares se vuelvan aún más valiosos: especialmente los libros raros y los antiguos.  Y los libreros han aprendido de esta realidad: en algunos casos materiales como libros de filosofía, documentos como los Discursos de Juan Rafael Mora Porras o las Actas de la Constituyente se venden a precios de anticuario.

El peligro más reciente, ha aparecido en la forma del confinamiento generado por el COVID  19, sin embargo, el libro, sobre todo el libro usado se ha mantenido como un bien de primera necesidad. La gente busca a los libros como una forma de sostenerse en el confinamiento, pues llenan vacíos que ni televisión, la radio o la internet pueden llenar.

Frente a sus sepultureros, el libro se erige entonces como una reserva de esperanza, como una llave de escape para realidades tan funestas como la pestilencia, la guerra o la pobreza. Reservas de esperanzas, que atestiguan que los tiempos de contrariedad, pasaran, hasta convertirse en otra anécdota o en una historia de horror que se cuentan frente al fuego, o en un texto.  Como un objeto proveniente de la época antigua, sobreviviente de los peligros de la Edad Media y la Moderna, da fe que la cultura es más fuerte que el miedo, y que esa, es una nuestra mayor esperanza.

Los artículos de opinión aquí publicados no reflejan necesariamente la posición editorial de EL MUNDO. Cualquier persona interesada en publicar un artículo de opinión en este medio puede hacerlo, enviando el texto con nombre completo, foto en PDF de la cédula de identidad por ambos lados y número de teléfono al correo redaccion@elmundo.cr, o elmundocr@gmail.com.

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