La situación que atraviesa el país exige que todos reflexionemos y propongamos. Ese es el propósito de esta reflexión. Aprovecho para felicitar a todos los que han aportado ideas, aunque las autoridades no les presten atención. Es una responsabilidad ciudadana.
1-DEJAR DE VER LA CRISIS COMO SI FUERA SOLO SANITARIA.
Es muy cierto que el COVID 19 con sus particularidades, su extensión y sus consecuencias en la salud, ha generado un problema sanitario que lo ha convertido en prioridad de la gestión que realizan los gobiernos. La pandemia sanitaria es grave, hay que aceptarla, y en ese campo las autoridades costarricenses del sector lo han hecho bien. Incluso a esta altura cuando los contagiados han aumentado, el país tiene números bastante aceptables. Sabemos además, que las reinfecciones serán recurrentes, inestables y cíclicas mientras haya virus. Pero hasta ahí. La crisis que tenemos no se puede reducir solamente a lo sanitario. Todo está convulsionado y afectado, es ya un fenómeno social integral en todos los ámbitos, en lo económico y en lo social, en todo el planeta, en todo el país, en casi todos los cantones, en todos los estratos de la población, en especial en los más vulnerables. Si la crisis es integral, entonces una primera propuesta, es romper con la visión política unilateral de la crisis, y propiciar una respuesta integral, es decir un plan coherente de atención a la problemática como un todo. A contrario sensu, conviene dejar de encajar soluciones aisladas y hasta contradictorias, que aunque bien intencionadas son fragmentarias por no estar entrelazadas a un plan coherente, realista y posible. Hace falta entonces un gran plan nacional articulado por un equipo multidisciplinario. Hay talento para edificarlo en conjunto, tanto el sector público como el privado.
2- NO APUNTALAR EL MIEDO.
También es cierto que la pandemia sanitaria ha sido fulminante y ha producido miedo y perplejidades en todo el planeta y en todo el país. Ha habido acusaciones recíprocas de las potencias sobre su origen, más de la mitad de la población mundial confinada, temores por la trasmisión silenciosa del virus, donde más del cincuenta por ciento de los contagios son de personas asintomáticas, un virus silencioso que se replica exponencialmente, noticias espeluznantes en hospitales y calles de personas afectadas, mensajes orientadores y desorientadores a la vez, que llegan de todas partes, posibilidades de transferencia comunitaria, apoteosis de desinformaciones, guerras para imponer relatos dominantes, con fake news y post-verdades, en fin toda una cultura del miedo reforzada por autoridades y prensa como una realidad de comunicación monotemática cotidiana. Es evidente que el miedo nos penetró y nos tiene agobiados. El miedo es una emoción primaria y natural que surge ante la sensación de peligro. Es cognitiva y fisiológica, pero también cultural. Si todos los días, y a toda hora las fuentes oficiales y no oficiales nos llenan de miedos, terminamos por ser atrapados y controlados por esa emoción, cuyo efecto es la parálisis, o la incapacidad de pensar y actuar correctamente enfrentando el problema. No se trata de ser imprudentes, sino de no perder el control como personas y como país, y menos de limitarnos en nuestras vidas y en lo que debemos hacer como sociedad. Como decía Séneca, “aunque el miedo tenga más argumentos, hay que elegir siempre la esperanza”. Si el miedo nos puede atrapar y hasta paralizar, entonces una segunda propuesta es dejar de apuntalar el miedo. El gobierno y los medios de prensa deben modificar el lenguaje de la comunicación, y evitar la inducción al miedo que nos paraliza y nos impide ser eficaces en las decisiones y acciones inteligentes que se requieren, en especial en otras áreas del quehacer nacional. Hay que estar alertas, pero sin miedo. Hay que empoderar a la gente con un mensaje más de responsabilidad que de miedo. Hay que sustituir el énfasis en el lenguaje del miedo, por uno que refuerce más los niveles de conciencia y de responsabilidad individual y social. Debemos entender que ni el uso de algoritmos ni aplicaciones sofisticadas, ni otras tecnologías digitales, ni mediciones estadísticas han sido capaces de controlar la expansión del virus. Quizás haya sido más importante y eficaz la responsabilidad individual de lavarse bien las manos, tomas de temperatura, guardar distanciamiento social y la calidad de los sistemas de salud.
3-ACABAR CON LA FALSA DICOTOMÍA SANIDAD VERSUS ECONOMÍA.
Conviene señalar que una política de salud es mucho más que una política sanitaria, y el Gobierno lo debe tener muy claro. El uso de los recursos que tiene que ver con la economía es inseparable de la salud de las personas. Un problema de contagio o epidemiológico evidentemente tiene que ver con la salud de las personas, pero no lo agota, porque la salud pública es también economía, es política, es un gobierno eficaz, es renta básica, es un sistema de pensiones robusto, es alimentación saludable, es protección, es acceso universal a servicios públicos, es agua potable de calidad, es también recreación y salud mental, es bienestar, entre muchas otras cosas. El discurso de que “queremos detener el contagio para proteger vidas “ es válido, siempre y cuando no haya vidas que todos los días se pierdan, que pudimos evitar, y que no tuvieron que ver nada con el contagio del Covid 19. La gente no se puede estar muriendo en nuestros brazos por otras calamidades sin que hayan sido atendidas en sus necesidades. ¿Cómo hablar de confinamiento a personas que viven con hambre, que carecen de empleo, que duermen bajo cuatro latas, en las calles o en la intemperie? ¿Cómo exigir distanciamiento social a quienes viven en 20 metros cuadrados en barriadas ultra pobres, donde no hay dinero para el jabón, ni menos para mascarillas, ni lavado de manos porque a menudo falta el agua, desigualdades sociales todas, que constituyen un golpe profundo al corazón? Sin una economía fundada en valores, y en el uso productivo de los recursos del capital humano y monetario, no hay salud de las personas. No se pueden financiar las instituciones como la CCSS, el Ministerio de Salud, el IMAS, y otras, si el Estado no tiene ingresos derivados de las actividades económicas de sus habitantes y de las empresas que pagan impuestos. Crear divisiones y conflictos entre el valor supremo de la vida y las actividades necesarias de la economía, que sirven para proteger también ese valor es un contra sentido. Los confinamientos prolongados rompen los equilibrios del ser humano, generan ansiedades y estrés, y producen enfermedades mentales y somáticas, máxime si no hay comida en casa porque se perdió el empleo. Claro que es deseable que el hombre no esté como borrego al servicio de la economía, pero es necesario que la economía si esté al servicio del ser humano, de su realización, de su salud, de su vida. El confinamiento persistente y sostenido es muy fácil para los ricos, que tienen ahorros en inversiones en bolsa y viven de sus intereses. Pero para las empresas pymes, las mi-pymes, los asalariados, y las familias pobres y medias es un enorme desafío no solo en términos económicos sino de salud. Para un trabajador de un supermercado, por ejemplo, tener en su cara ocho horas o más una mascarilla, es contrario a su salud, he visto en uno de ellos, salpullidos en la piel y problemas respiratorios. Muchos morirán no del virus sino de quiebras empresariales, y personales. Si esto es así, otra sugerencia es entonces romper con el discurso que afirma, que “solo protegemos la salud cuando tomamos las medidas sanitarias.” Se requiere un enorme y cuidadoso equilibrio con la tentación de confinar a toda la sociedad y a la actividad económica, cuya consecuencia puede ser terrible para el país. Podemos convertir el país de la pura vida, en el país de la “puta vida”. La población no aguanta seguir confinada por mucho tiempo, por más dócil, controlada, silenciosa y sin recursos que sea, porque cuando ello ocurre, es normal que la gente empiece a rumear acciones, a gestar reproches, y hasta estallidos revoltosos.
4- NECESIDAD DE LÍDERES EN TIEMPOS DÍFICILES.
Ni Costa Rica ni el mundo están en sus mejores momentos. Son tiempos malos en lo sanitario, en lo económico, en lo social. Es en estos tiempos donde hay oportunidad para que surjan grandes líderes. En el contexto mundial y nacional salvo poquísimas excepciones, parece ser que no han aparecido esos líderes de verdad, aquellos que marcan rumbo con sus gestos, orientación, ideas y valores, y que definen horizontes de cambio, usando herramientas políticas eficaces y transparentes. Los líderes formales y no formales tienen hoy una oportunidad. Esta pandemia ha hecho lo que las policías en el mundo no pudieron hacer, por ejemplo, dejar las calles vacías en Hong Kong, Chile, Paris, Barcelona, donde antes había hervideros de protestas. El virus ha hecho cambios ambientales que no pudieron hacer los organismos burocráticos mundiales del ambiente. El planeta ha tenido un respiro, con menos contaminación en el aire y en los mares, con aguas más cristalinas y naturaleza más agradecida, con animales asomándose hasta en la civilización. Los organismos con el FMI, el G 20, OMC y otros han estado chupando rueda a la pandemia. Pero en realidad a nivel mundial y a nivel local, salvo algunas pocas excepciones, no han aparecido los capitanes de primera línea orientando. Incluso hay naciones donde los líderes pecan por ocurrencias, y otros por ausencias del escenario, escondiéndose y arropándose en la tecnocracia, olvidando que la salud pública es también política de primera línea. Algunos han aprovechado la coyuntura para controlar a la población en su intimidad y vigilar la sociedad en todas sus expresiones. Esta es la primera enfermedad que se combate digitalmente a nivel planetario. Eso ha permitido usando legislaciones de emergencia que el Estado por medio de las aplicaciones, conozcan a todos los ciudadanos y los sigan vía satélite y los tengan localizados. Definitivamente la privacidad se ha venido evaporando. Por otra parte la complejidad señala, que se puede duplicar la pobreza en poco tiempo, que el mundo tendrá crecimiento negativo en el 2020, que se vive la primera cuarentena planetaria de la humanidad, y todo eso hace que la ciudadanía busque abrigo en la ciencia y en el Estado, mucho más que el mercado. La gente desea orientación, dirección y participación, papel esencial para quienes aspiran a ser líderes de verdad, que son aquellos que saben leer el momento y visualizar el futuro con propuestas sostenibles, rigurosas y atrevidas, que configuren una salida a la crisis, y la construcción de un porvenir de bienestar. En este contexto el papel de los líderes es fundamental para tomar las mejores decisiones frente al desastre social y económico sin parangón que experimenta la humanidad. En Costa Rica sin duda alguna habrá miles de empresas cerradas, otras miles viviendo al borde de la quiebra, reducciones de ingresos fiscales, deudas astronómicas, sacudidas sociales, asalariados privados pagando el precio más alto, exportaciones bajando, en fin un panorama sombrío que requiere de gran sabiduría y equilibrio político para salir adelante. Lo ideal es que los liderazgos políticos no porten la condición de ser barbaros intelectuales haciendo política, ni tampoco sean simplemente intelectuales bárbaros metidos en la política, sino que sean liderazgos capaces de ver con sabiduría una realidad que es holográfica, en la que las partes revelan el todo, y el todo muestra las partes. En mi opinión el Presidente Alvarado debería arroparse con los mejores recursos humanos con que cuenta el país, para conformar un consejo multidisciplinario con visiones humanistas y políticas, y no solo especializadas en economía, sociología, psicología, entre otras, que ayuden en la tarea de reconstrucción nacional. Nuestro país requiere mitigación con acciones inmediatas, algunas ya tomadas, pero requiere una gran reconstrucción para abrir las puertas a un nuevo período de convivencia social.
4- NO REGRESAR A LA VIEJA NORMALIDAD.
Muchos hemos visto un meme circulando en las redes sociales que dice “no queremos volver a la normalidad, porque la normalidad es el problema”. Hay un sentimiento que la post pandemia debería permitirnos borrar algunas situaciones vergonzosas con las que convivimos, y regenerar una nueva sociedad. Esa aspiración no es tan fácil porque somos muy imperfectos. Después de la gripe española de los años 1918 y 1920, que mató una tercera parte de la humanidad, las sociedades no han sido más justas, más bien años después vino la gran depresión de 1929, y aparecía tiempo después el fascismo. Hoy estamos con un modelo económico muy cuestionado, en el clímax de la desigualdad mundial, y Costa Rica tristemente entre los países más desiguales del continente. Romper con esa vieja normalidad que ha venido reduciendo las libertades de los ciudadanos, tanto en el capitalismo como en el socialismo, que ha creado desigualdades permanentes y destrozos de los ecosistemas, que ha privilegiado por un lado ciertamente otros derechos humanos, pero olvidando el derecho al trabajo como derecho humano esencial con record de desempleo, que estimula el crecimiento galáctico, todo ello exige una enorme reflexión a fin de concretar una hoja de ruta que nos conduzca a una normalidad diferente. La disyuntiva será regresar a la vieja normalidad o crear una nueva normalidad. Ese es el desafío que nos propone una pandemia que además, nos ha fotografiado como nunca las desigualdades e injusticias ocultas de nuestra sociedad. Crear ese nuevo país que soñamos exige pelear por él. Nada se hará por arte de magia ni por azar. Por eso una vez más insisto en la necesidad de organizar el país de manera diferente, a partir de grandes reformas estructurales integrales. Esta es una propuesta que debe contemplarse desde ya, en la agenda visionaria de la clase política y de la ciudadanía participativa costarricense.
5- LAS CLAVES: CREATIVIDAD Y UNION
Para regresar a una nueva normalidad con sueños y esperanzas se requieren dos condiciones: creatividad y unir esfuerzos de todos, sin dobles agendas, actuando con sinceridad y absoluta transparencia, con la sola finalidad de sacar adelante el país. Antes de la pandemia ya veníamos acumulando crisis, la cual se ha ido profundizando especialmente en las variables sociales y económicas, como el desempleo, pobreza, desigualdad, las pensiones, déficit fiscal, endeudamiento acelerado y algunas otras. Nunca antes Costa Rica ha necesitado más del talento de sus habitantes y profesionales, para resolver las enormes dificultades que padecemos. Pero para ello no podemos hacer más de lo mismo, ni seguir las mismas fórmulas del pasado. Por ejemplo, no conviene seguir la espiral del endeudamiento interno y externo que ya se hace insostenible, casi 70 % del PIB. Tampoco podemos seguir incrementando y estableciendo nuevos impuestos porque la carga ya es insoportable para la gente y para los sectores productivos. Tampoco es posible seguir financiando un aparato público descontrolado y exagerado como el que hemos creado sin medir sus consecuencias. Imposible mantener una organización política administrativa que sea eficiente y eficaz en el marco de la disfuncionalidad institucional que padecemos. No es de recibo continuar con cientos de exoneraciones sin réditos para el país, ni con grandes contribuyentes que declaran cero utilidades en actividades, como las financieras altamente rentables. Llegó entonces la hora de ser creativos en conjunto para tomar decisiones firmes, las cuales no pueden ser emotivas, sino bien estudiadas y con sentido patriótico. Pongo un solo ejemplo por razones de espacio. Seguir pidiendo prestado es más de lo mismo, pero pensar en titular la riqueza del oro documentada en el país , estimada en 37.500 millones de dólares es pensar diferente. La Constitución en su artículo 121, y la Ley de minería facultan al Estado para hacerlo, él mismo como Estado, sin tener que concesionar esa explotación a terceros. Ahí está nuestro dinero en el subsuelo. Si pudiéramos titular un 20 por ciento de esa única riqueza mineral, previa verificación por una calificadora de riesgo, con eso tendríamos 7.500 millones de dólares frescos para resolver los problemas financieros y usar recursos para re-direccionar al país hacia un nuevo modelo energético, entre otras cosas. Participo en un grupo de costarricenses donde discutimos soluciones diversas para los problemas de siempre, y ahí estamos tratando de alumbrar estos y otros nuevos caminos. Estoy convencido que unidos y sin mezquindades, tenemos la capacidad no solo para salir de las dificultades, sino de crear un nuevo país, que a su vez contribuya a la anhelada nueva normalidad que requiere el mundo.
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