Por Gerardo Echeverria Hernández
Pity fue un perrito que vino a nuestra casa unos seis meses antes de casarse Sergio mi hijo del medio, más o menos en Junio del 2001. Un regalo de Helen, entonces su novia. El cachorrito tenía unos seis meses de edad. Llegó bautizado. Nunca supimos quien le puso el nombre ni cuáles fueron sus padres, solo que anduvo por varias casas antes de llegar. Era una mezcla de zaguate con terrier. Por eso yo decía que era de raza “Zaguaterrier”.
El día que Sergio lo trajo, dijo con voz tierna “un perrito” y Marujita, mi esposa y yo nos volvimos a ver. “Que tirada, pensamos, empezaran las cacas y los “miaos” por toda la casa”. Así que la primera noche lo puse en el cuarto de pilas con el piso cubierto de periódicos. Amaneció y fui a verlo. Solo había mojado los periódicos. Lo dejé salir al patio y en el zacate hizo su primera “gracia”…y por el resto de su vida así fue. Pity nunca ensució la casa y eso le valió la visa de residente permanente.
Pity pasaba su tiempo en la casa y a las nueve de la noche se iba a dormir a su casita en el patio, sin que normalmente hubiera necesidad de pedirle salir. En la mañana, a eso de las 6, lo primero era ir de paseo. Le abría la puerta y se me tiraba a abrazarme las piernas, a saludarme y –se entiende- a que yo hiciera lo propio con él. Si a las 6:30 más o menos no me había pesentado, Pity me recordaba mi obligación con un “guau” (siempre fue muy diplomático, nada de ladrar, era UN SOLO “guau” y cada 10 minutos subsiguientes otro -único- guau hasta que le abría)
Superado el intenso saludo mañanero, se metía a la casa a correr por la sala y la cocina a una velocidad tal que en cada vuelta al resbalar estrellaba su trasero con las paredes y los muebles. No paraba sino hasta que le abría la puerta principal de la casa, lo que aprovechaba para ir a recoger el periódico, mismo que me entregaba sin romper. El protocolo exigía recoger el periódico, sentarse en una grada y entregármelo -solo a mi.- Luego el paseo.
Pero lo verdaderamente interesante en relación con el periódico es su juego, predilecto fue que siempre consistió en que había que perseguirlo para quitarle algún juguete, sea, totalmente lo contrario al comportamiento usual de un perro. Pero nunca corrió con el periódico ni lo rompió. Esa actitud – de retarlo a uno a intentar quitarle algo resultaba muy simpática, sobre todo con los nietos quienes acostumbraban perseguirlo por toda la casa tratando de quitarle “la presa”.
Para el paseo matutino Pity daba su total cooperación. En lugar de meter yo el collar en su cabeza, el metía la cabeza en el collar. Si señor, había que darse prisa.
Cuando volvíamos a la casa luego del paseo: al llegar al portón del frente, Pity lanzaba –sin pedírselo- un “guau” para que Marujita nos abriera. Luego dejaba pasar unos segundos y si no veía acción lanzaba un segundo “guau” y así hasta que nos abrieran. Pero no solo eso, en cualquier momento que yo quisiera que el lanzara un “guau” bastaba con que se lo pidiera: Pity…”guau” y siempre atendía. O también atendía el comando “ladre” ó “salude” a todo lo cual respondía con un”guau”
Pity nunca “robaba” comida de una mesa por mas a su alcance que estuviera, pero le encantaba, cuando yo estaba sentado, apoyar sus manos en mis piernas para alzarse a ver que había de comer. Lógico, nunca le faltó que le “callera” algo.
Su comida preferida era la e la casa pero la principal -obligada- era la de canes. Sin embargo, ésta no era aceptable sin “sabrozador”, o sea, algo de salsa o comida de la casa.-
En el comedor hay un armario –alacena- encima del cual estaban en un frasco las galletas de Pity, que eran su debilidad. El premio se lo ganaba con: “Pity, ¿quiere galletas? “ guau (si) Entonces, ¿en dónde están las galletas? Y se paraba en sus dos patas apuntando el hocico al frasco. Por eso, el mueble terminó rayado.
Cuando estábamos sentados en los sillones de la sala, sea nosotros los de la familia y hasta las visitas, se ganaba a todos parándose en sus patas traseras y poniendo su cabeza en los regazos de cualquiera que estuviera sentado para que lo acariciara.
Bravo con los de afuera.-Nadie podía entrar en la casa sin el permiso de nosotros, pero una vez que el notaba que el extraño no constituía peligro –porque le abríamos y recibíamos- Pity lo dejaba pasar. Eso sí, que por lo pronto no se le ocurriera tocarlo. Primero Pity tenía que pasarlo por una estricta observación y, de aceptarlo, ya no había problema. Una vez un vendedor metió la mano por entre los hierros del portón de la cochera, en donde estaba Marujita atendiéndolo y Pity se le tiró a morderlo. Afortunadamente el hombre –pálido del susto- por poquito pudo librarse.
Pity era muy conocido en el barrio no solo porque todos los días salíamos a caminar sino porque saludaba a las personas que a su vez lo saludaban a el, como la hija del Dr. Abel Pacheco y Carlos García, el policía. “Hola Pity”, y yo le decía “salude” a lo que el siempre respondía con un “guau” (un solo guau)
Despedida y recepción. Pity siempre me acompañó para despedirme en las mañanas. Se sentaba en la grada y ahí se quedaba quieto hasta que partía. Pero la recepción al volver siempre fue increíblemente entusiasta y si no abría rápido la puerta del carro, lanzaba varios “guaus” apurándome. Para que lo acariciara, se paraba en sus patas y me ponía las “manos” en la camisa con lo que, sin querer, la ensuciaba, ocasionando la inmediata regañada –a los dos- de la patrona. La verdad, nunca me importó que me ensuciara.
Hacerse el muerto.- A cambio de una galleta el hombre hacía de actor. Siéntese, le ordenaba yo. Y se sentaba. Deme la patita derecha –la tocaba yo- y me la daba. Deme la izquierda y también me la daba. Seguidamente venía el “bang” pues había que “matarlo” y Pity se tiraba al suelo, cuan largo era, haciéndose el muerto…para revivir luego – milagrosamente- con una galleta.
De cachorro Pity era muy cariñoso. Amigo de otros perros con quienes jugaba. Pero una mañana nos atacó un perro fuerte y agresivo, propiedad de unos chinos. Me parece que era un ……Agarró a Pity por el cuello y yo me le tiré encima al agresor para rescatarlo. La chinita, tratando de ayudar, se metió en el pleito y también terminó en el suelo con nosotros. El perrazo estaba ganando, quería matar a Pity. Yo estaba perdiendo fuerzas y hasta pensé que ya no podía sostenerlo mas. En eso llegó un muchacho que andaba por ahí y me dice “sople duro en el oído del perro”…y en mi desesperación, lo hice. Ignorando el riesgo de que el animal me trabara la cara. Pero no pasó nada y soltó a Pity. Ese día terminé en la Clínica Bíblica curándome las heridas del combate y vacunándome contra todos los supuestos riesgos. Fue por eso que en adelante, para Pity todos los perros eran sus enemigos.
Calculamos que tenía unos 15 años cuando murió el 14 de Setiembre de 2015, luego de haber sido operado de una terrible hernia que le obstruyó el paso de heces y orina, luego de soportar una semana de internamiento en el Hospital Veterinario. Se dañaron sus riñoncitos y hubo que dormirlo. Les juro que lo he llorado por meses. Y lo sigo llorando.
Luego de su fallecimiento –el 14 de Setiembre de 2015- yo decidí continuar la rutina de caminar, y tanto lo interesante como conmovedor es la cantidad enorme de gentes que me paraban preguntando, la mayor parte por “Pity” y muchos otros por “el perrito”. Todos compartieron mi gran tristeza y mostraron mucha solidaridad. Dos señoras incluso me ofrecieron perritos de regalo (de consolación digo yo)
Nadie muere mientras sea recordado.