En tiempos en los cuales el inquilino de La Casa Blanca cavila sobre políticas represivas contra sus vecinos del sur, existen posturas diversas (por no decir dicotómicas); por un lado, las optimistas como la de Fernando Ruiz, director general del Consejo Mexicano de Comercio Exterior (Comce), y por otro las de quienes esperan una nueva Hawley-Smoot (aun cuando el sistema de pesos y contrapesos de Estados Unidos, dificultaría este hecho). Sin embargo, una conclusión es concomitante a este debate: “las políticas económicamente desleales y discriminatorias son en demasía ominosas y poco convenientes para el acaecer de los involucrados tanto inmediatos como mediatos”.
Es apodíctico, México ha recibido indudables beneficios, por ejemplo: en el periodo del 2000 al 2014 la inversión extranjera directa (IED) de Estados Unidos al país latinoamericano representó más del 45% de su totalidad. Empero, en esta relación económica el beneficio es multilateral, verbigracia: las importaciones que México trae de Estados Unidos también han proliferado, pues entre 1994 y 2015 sufrieron un incremento de casi 250%, hasta se habla de una pérdida de 5 millones de empleos en territorio estadounidense, de anularse el NAFTA.
En cuanto a la jurispericia, las promesas de aranceles peligrosamente extractivos (válgase el uso del pleonasmo) contra los productos mexicanos no son menos aciagas, pues serían contrarios al artículo primero del Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio (el cual, décadas más tarde, sirvió para establecer los fundamentos de la OMC): Trato general de la nación más favorecida. Y se concuerde o no con los postulados de Dionisio Anzilotti, la obligatoriedad de los pactos (pacta sunt servanda), se encuentra contemplada incluso por el propio numeral 26 de la Convención de Viena sobre el derecho de los tratados.
México y EE. UU. han sido socios por antonomasia, inclusive antes del TLCAN el porcentaje de exportaciones mexicanas dirigidas a territorio estadounidense era de 70%. Las tácticas comerciales que solo buscan atacar al productor y perjudicar al consumidor son de nula utilidad, y las medidas tomadas desde el odio están viciadas de estulticia. Cabe recordar aquella frase tan característica de John Key (Ex Primer Ministro de Nueva Zelanda): “no nos enriqueceremos vendiéndonos a nosotros mismos”.
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