Primero Canadá… y ahora Australia: Cómo el contexto global está revitalizando a los partidos “liberales y/o progresistas”

Australian and Canadian flag pair on desk over defocused background. Horizontal composition with copy space and selective focus.

En cuestión de meses, dos democracias consolidadas del mundo occidental han vivido procesos electorales que, aunque separados por miles de kilómetros, comparten una narrativa común. En Canadá y Australia, todo apuntaba a una renovación política impulsada por el desgaste de los gobiernos socioliberales y la fuerza creciente de la oposición conservadora. Sin embargo, el resultado final fue otro: la permanencia en el poder de los oficialismos progresistas.

Primero fue en Canadá, y no mucho tiempo después en Australia. El pasado sábado 3 de mayo, los resultados de las elecciones federales australianas dieron como rotundo ganador al Partido Laborista de Anthony Albanese; quien se mantendrá en el poder como primer ministro del país y con mayoría absoluta.

Este artículo no pretende simplificar la complejidad de ambos escenarios, sino resaltar un patrón que empieza a emerger: la creciente influencia de factores externos en la decisión electoral, y cómo estos han dado nueva vida a partidos que, hasta hace poco, parecían camino a una derrota segura. Lo que parecía un cambio inminente en Australia (como antes en Canadá) terminó consolidando nuevamente a un liderazgo progresista que muchos daban por vencido. No se trata tanto de una victoria rotunda por mérito propio, sino de una consecuencia directa de circunstancias globales que alteraron profundamente la voluntad del electorado. Para algunos, esto es motivo de celebración. Para otros (como mi persona), es motivo de preocupación y reflexión.

Aunque cada país tiene sus particularidades, tanto en Canadá como en Australia la campaña electoral fue “alterada”, en su tramo final, por factores que trascendieron lo doméstico. Lo que inicialmente era un debate centrado en problemas internos fue gradualmente desplazado por narrativas vinculadas a amenazas externas, inestabilidad global y preocupaciones sobre la soberanía nacional.

En el caso canadiense, las declaraciones del presidente estadounidense Donald Trump insinuando una eventual anexión de Canadá y la guerra de aranceles comerciales reconfiguraron el eje del debate político. De pronto, temas como la defensa del país y su posición frente al poder estadounidense cobraron una centralidad inesperada. Mark Carney fue hábil al presentarse como un escudo frente a cualquier desestabilización, mientras que Pierre Poilievre (aunque también se manifestó con firmeza en defensa de Canadá) fue víctima de una percepción completamente errónea que lo asociaba como “amigo del movimiento trumpista”; lo cual hizo que los votantes se inclinaran por la continuidad del Partido Liberal.

En Australia, algo similar ocurrió con el endurecimiento del panorama geopolítico en la región del Indo-Pacífico; especialmente frente al avance de China y las tensiones en torno a la seguridad regional. Albanese supo posicionarse como un garante de la estabilidad institucional y de las alianzas estratégicas del país. Frente a ese contexto, la oposición liberal-conservadora (aunque con propuestas mucho más sólidas en materia económica y social) no logró instalar su mensaje como prioridad para un electorado más preocupado por el lugar de Australia (que también se vio afectado con aranceles por parte de Estados Unidos) en un mundo cada vez más incierto.

Ahora bien, considero que es importante entender mejor cuál es la inclinación política de ambos partidos ganadores; y para eso, puede resultar útil trazar algunas analogías desde una perspectiva costarricense. Eso sí, aclaro desde ya que la comparación con partidos nacionales no debe interpretarse como una equivalencia directa ideológica, sino como una aproximación funcional:

En Canadá, el Partido Liberal representa un socioliberalismo progresista, de centroizquierda, con una agenda marcada por temas identitarios, políticas redistributivas, e intervencionismo estatal (similar a un Partido Acción Ciudadana). Por otro lado, el Partido Conservador canadiense se asemeja más a una combinación entre Unidos Podemos (por su énfasis en dinamismo económico) y Nueva República (por su discurso más firme en temas de orden y valores tradicionales); aunque sin caer en extremos y con un enfoque marcadamente pragmático, similar (pero no igual) al que representa hoy el gobierno de Rodrigo Chaves.

En Australia, el panorama es distinto. El Partido Laborista encarna una socialdemocracia clásica, con un fuerte énfasis en derechos laborales, servicios públicos robustos y justicia social (algo así como una combinación entre Liberación Nacional y Frente Amplio). En contraposición, la Coalición Liberal-Nacional representa un liberalismo clásico de centroderecha, más afín a ideas de libre mercado, reducción de impuestos y fortalecimiento del sector privado; lo que lo vuelve comparable principalmente con Unidos Podemos.

Este contraste deja una lección importante: el término “liberal” no tiene un significado universal. Si se dieron cuenta, mientras el “liberal” canadiense es progresista, el “liberal” australiano es conservador en lo económico (también en lo social pero dependiendo del tema). Y aún así, en ambos países los oficialismos de centroizquierda han logrado permanecer en el poder. No por una ola de entusiasmo ideológico, sino porque, insisto, supieron adaptarse mejor al clima emocional del electorado en tiempos de incertidumbre global.

Lo común en ambos casos es claro: la ansiedad frente a amenazas externas generó un efecto de repliegue hacia lo conocido, y en esa dinámica, la continuidad fue percibida por muchos como un refugio más seguro que el cambio. Sin embargo, más allá de los resultados numéricos, lo ocurrido en Canadá y Australia parece haber revitalizado a los partidos de corte progresista… al menos en lo inmediato. Es aquí donde vale la pena preguntarse: ¿es esta una consolidación ideológica real o una respuesta coyuntural frente al miedo?

Ni el Partido Liberal canadiense ni el Partido Laborista australiano eran, a ojos del electorado, gestiones impecables. Sin embargo, para quienes esperaban un giro político, el resultado deja un sabor a decepción. Pero también plantea una advertencia: sin una narrativa que conecte con las preocupaciones inmediatas del electorado (más allá de propuestas técnicas), incluso los proyectos más sólidos pueden quedar relegados.

Lo ocurrido en Canadá y Australia no debe leerse como una simple coincidencia electoral. Es una señal de cómo, en tiempos de inquietud, el miedo y la percepción de estabilidad pueden pesar más que el deseo de cambio. No se trata de una reafirmación ideológica contundente, sino de una respuesta emocional frente a la incertidumbre global.

Esos partidos han ganado, sí, pero lo han hecho en un contexto excepcional. La verdadera prueba será si logran responder ahora a los desafíos internos que por poco les cuestan el poder. Eso, sin duda, definirá las reglas del juego.

 __________________

El autor es estudiante universitario del Bachillerato Bilingüe en Relaciones Internacionales en la Universidad Latinoamericana de las Ciencias y la Tecnología (ULACIT).

Los artículos de opinión aquí publicados no reflejan necesariamente la posición editorial de EL MUNDO. Cualquier persona interesada en publicar un artículo de opinión en este medio puede hacerlo, enviando el texto con nombre completo, foto en PDF de la cédula de identidad por ambos lados y número de teléfono al correo redaccion@nuevo.elmundo.cr, o elmundocr@gmail.com.

Últimas noticias

Te puede interesar...

Últimas noticias