Tras la Segunda Guerra Mundial el asunto de los platillos voladores se convirtió en una cosa bastante seria. En 1947 Kenneth Arnold, un aviador estadounidense, dijo haber visto unos objetos volantes cerca de la cordillera de las Cascadas y a partir de ahí se armó el burumbum.
Se sabe que Arnold nunca dijo expresamente que se trataba de platillos voladores.
Habló de objetos brillantes que se movían como discos en la superficie de un lago.
Pero nunca dijo que parecían platillos o platos.
Se cree que todo fue resultado de una picardía periodística.
Chris Aubeck, por su lado, menciona que fue por una añosa fascinación deportiva: el tiro al plato era un deporte tan popular como el béisbol o el fútbol americano y no era inusual que los cielos gringos, al menos antes de la guerra, estuvieron inundados de discos de arcilla que eran embestidos por los balazos de aquellos entrañables paleo rednecks. Así, cualquier cosa que apareciera en el cielo, podía ser interpretada como un platillo.
Jung, en su libro sobre los mitos modernos, opina que la cosa va por otro lado, que en tiempos caóticos, de tensión afectiva, es frecuente echar mano del arquetipo del círculo, el cual, por cierto, ordena y proporciona estabilidad.
Lo cierto es que durante décadas se instaló la idea de que los extraterrestres, en caso de existir, nos visitaban en platillos voladores. Y quizás la explicación reside en una combinación de picardías periodísticas, fascinaciones deportivas y representaciones arquetípicas.
Los humanos modernos aceptan sin mucha resistencia cualquier cosa que resulte una maravilla técnica. El campo de la aviación es un buen ejemplo de ello a pesar, incluso, de que después de 1945 el cielo definitivamente dejara de ser el ámbito de los dioses y asumiera forma de amenaza a través de las bombas atómicas.
Los platillos voladores entraron al imaginario colectivo en ese contexto epocal.
La Era de las Catástrofes y la Guerra Fría.
Un momento en el que, como nunca antes, se le prestó tantísima atención a los fenómenos atmosféricos y a la esfera celeste.
Expresiones pomposas como “la defensa de la democracia”, por entonces, tenían un contenido inevitablemente sobrecogedor: misiles nucleares en Cuba y en Turquía y un U-2 que volaba frenéticamente de un lado a otro.
Hoy hemos dejado de creer en platillos voladores.
Y “la democracia”, sin embargo, sigue resultándonos muy semejante a una Kadupul burocrática que, cuando florece, tan sólo vive unas horas y se marchita porque alguien dijo algo muy feo en Twitter o Tik Tok.
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