Cuando me traslado al trabajo, pensando en cosas pendientes, que quedaron de un día para otro, o que al afeitarme – tiempo que utilizo comúnmente, como momento de reflexión – la propuesta de “ayer” puede ser mejorada hoy, en ese viaje casa – escuela o al retorno escuela – casa, siempre voy relativamente tenso detrás del timón, teniendo en cuenta que un auto (suma de pernos engrasados, combustible – más caro cada día -, hule, empaques, vidrio, tela, bujías, plásticos, etc.) pueden causar en cualquier momento, producto de una ligera distracción , la causa de una o más muertes.
Hecho que posiblemente para el infortunado conductor, constituya un trauma de por vida, aparte que para la familia del afectado (accidentado u occiso) de igual modo sea un factor que difícilmente se olvide. Desgraciadamente el conjunto conductor – peatones, que no logran ponerse de acuerdo, y ello lo demuestran las alarmantes cifras de accidentes (más de 10 diarios, solo en la capital)
¿Y acaso ese mal se debe exclusivamente a la falta de educación vial? Creo que es un factor, que si bien se comienza a promover en los centros escolares, impulsado por las instituciones correspondientes (MECD, Policía Nacional) queda un amplio sector poblacional que no asiste a la escuela, que bien pudiera ser educado por las diferentes campañas (pocas por cierto), y no necesariamente por las pocas y “aleccionadoras” escenas de sangre que transmiten diariamente nuestros anti – educativos noticieros, que el día que se “aprenda” con la morbosidad que quieren aparentar “educación” el planeta Tierra, seguirá aún más torcido.
¿Quién es, entonces el culpable de mi tensión? Algunos peatones que al cruzar la calle sin observar en ninguna dirección (al norte, al sur, al este o al oeste), reitero en ninguna, cruzan totalmente indiferente sin tener en cuenta para nada la intensidad del trafico, e inclusive, aunque fuese un solo vehículo (bicicleta, moto, caponera, bici-taxi, patineta…) no son capaces de poner en función algunos de los sentidos (oído y visión) que nos ha dotado la naturaleza. Nota: no menciono el gusto, el tacto y el olfato, pero no estaría tal vez incorrecto mencionarlos, ¿Por qué? Porque no huelen la muerte, no poseen tacto, ese instinto a que algo que puede causarnos daño y finalmente el gusto ¿darse el auto gusto de morir, por una imprudencia, la cual no siente?
Les pongo el ejemplo, concreto: Voy a una velocidad prudencial, tal vez unos 50 metros adelante, aprecio que un señor (perfectamente puede ser una señora, siempre teniendo en cuenta el factor género) va desciendo de la acera en dirección perpendicular al andén de enfrente. Sus ojos nunca, nunca, visualiza quien viene, quien se aproxima, posiblemente sus problemas personales – laborales los agobie y es el causante de la distracción absoluta con que se desplaza, pero a pesar de que uno hace que el pito del carro, quede casi afónico, no es capaz desviar al menos un ojo, ¡y yo solo le pido uno! Se que hay una regla – aplicada en los servicios – que dice: “El cliente siempre tiene la razón” pero a veces dudo, que este lema, se cumpla con mis “clientes peatonales”.